Escritos
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EL VICIO DE COMER.
I
Estaba cansado de
comer. Ya era un vicio. Se leyó de joven el artista del hambre, de Kafka y le
pareció tonto. Solo ir desapareciendo hasta volverse una pajilla.
¡Qué tonto! . El problema no era alimentarse
o resistir el hambre. El problema era hacer la deglución y eso era lo
que le cansaba. Buscarse la comida,
luego abrir la boca y estimular la
saliva para después hacer un bolo y pasarlo desde el esófago hasta el estómago.
Qué rutina por siglos. Qué falta de inventiva. Además ¡qué pereza hacerlo!.
Abrió el trozo de diario viejo, uno de tantos en que envolvía las sobras de los
restaurantes para luego, sentado en el andén, masticarlas o mascarlas y
tragarlas simplemente. Era un trozo de la página doce en el que se leía el nombre
del muerto. Asesinado un hombre para robarle su teléfono celular. Otro muerto,
otro celular. Mañana vendrán a ofrecerlo por esta misma esquina por unos pesos y
un hombre bien vestido lo comprará para engañar a los comerciantes legales. Y
el ladrón, que no es el mismo asesino, sino primo amigo o nada familiar de
quien lo recibió en el último eslabón de la cadena, se comprará un porro, un
vareto, un frasco de pegamento o un pan.
Bueno, cualquier cosa es comida, siempre y cuando entre al cuerpo por cualquier
vía. Será que hay comida que entre por la vía anal? Se preguntaba y se reía de
su torpe chiste. Pero igual, le preguntaría al doctor que por las mañanas
pasaba de prisa hacia el norte y de vez en cuando le regalaba una moneda. El
mismo que un día se conmovió con sus convulsiones febriles y le aplicó un
menjurje que llevaba en su maletín, una inyección etiquetada como “muestra
gratis”. Ese doctor me responderá la
pregunta o se reirá de ella. De cualquier manera no me importa. Pero se lo
preguntaré en la mañana porque en las noches pasa borracho y no me reconoce. Y
en ese estado, que no se atreva a aplicarme un menjurje de su maleta entreabierta.
Comió la sobra
contenida en el pedazo de papel lo tiró y se abrigó con el resto de diario.
Cuando el doctor pasó con su maletín entreabierto, lo miró sin reconocerlo. Ya
estaba dormido.
II
Esta mañana el policía
tardó en despertarlo. Esta vez no lo hizo como
siempre con el bastón en sus
canillas. Quizá era domingo, qué sabe un desechable cuándo es domingo o lunes.
El doctor no pasó o ya había pasado. O se murió. ¿Mueren los doctores?. ¿No
pueden curarse a sí mismos? Otro chiste pendejo que me hago. Me estoy volviendo
tonto. Y eso que sólo como sobras y no me gustan esas drogas que tiran mis parceros.
¡Son tan caras! Hay que matar para robar celulares y comprarlas. Ellos dicen
que soy una güeva porque no tiro vicio y en cambio me mantengo pensando en
pendejadas. Uno me llamó alguna vez “el filósofo”. El doctor me dijo que era
una palabra buena y nada tenía que ver con hambriento. Como nosotros le decimos
“filo” al hambre, yo le casqué al parcero mientras averiguaba, por sospecha no
más. Después le pedí perdón.
El doctor ya pasó o se
murió, pero un parcero me dice que existen unos supositorios. Que pregunte
mejor por eso en la farmacia y me los meta por el culo. Este me cree marica.
También le casqué…mientras averiguo qué es eso. Pero me late que son parecidos
a unos tubos empapados con vicio y que se meten las muchachas para que no les huela
la boca a alcohol y así dizque se emborrachan. Lo que no sé es por donde se los
meten y me da risa pensar en un culo borracho. Ay, y si de pronto es por donde
estoy pensando?. Chimba de borrachera, parce.
III
El marica de policía
hoy sí me coronó, lo que quiere decir que esta mañana sí me levanté temprano. Y
qué rabia porque anoche que sí me conseguí unos cartones más calientitos. El güevón
de polocho me los quitó y se lor regaló al man que recoge y vende la chatarra.
Bien, pero hablé con el doctor y le comenté mi idea, comer por otra parte
diferente a la boca. El estaba como de
afán y no le entendí bien lo de ósmosis, ni qué mierda, pero sí lo de las
raíces de la plantas. Eso sí me lo imaginaba porque las pobres no tienen boca
ni tragadero. Un man hace tiempo me dijo que había plantas carnívoras. Marica,
si lo veo otra vez le casco por mamarme gallo. ¡Plantas carnívoras!, si ellas
son vegetarianas. En fin, el doctor dice que sí es por el culo lo de los supositorios
y que la idea mía de no tragar es para pensarla y experimentarla “dado que los
organismos pueden asimilar sustancias mediante ósmosis y convertirlas de la
misma manera que lo hacen los humanos cuando digieren”. Ese doctor sí habla
bacano, parce. Aunque yo le entiendo menos que más. Mejor dicho, no le entiendo
pero le creo la última frase: “Sí es posible”.
IV
Son las siete de la
noche y el sol ha dejado calientes las aceras. Hoy no va a necesitar de
periódicos ni cartones. Por lo menos mientras se duerme. Debajo de su chaqueta
vieja, a medio terminar, un frasco de pegamento se evapora y se mete por sus
narices. Tiene un par de celulares en el bolsillo que amarra contra sus muslos.
Mañana los venderá para comer o para tirar vicio. Se duerme. A su lado, páginas
medio rotas de un periódico dejan ver dos titulares: en la página 12,
“Asesinadas dos personas más para robarles el teléfono celular”. Y en la página
4, “Se investiga sobre absorción de alimentos por ósmosis mediante tampones”.
LAS PIEDRAS DE SANTA MARTA
I
Aprobada la
construcción del hotel, una vez llenados todos los requisitos, el ingeniero
procedió a informar al capataz y este a su cuadrilla de obreros. Albañiles, plomeros,
pintores, volqueteros, maquinistas y en fin una población muy cercana a los
cien, fueron contratados. Diez de ellos, encabezados por un encargado, iniciaron movimientos de tierras, que en este
punto eran más arenas y calizas. Entre éstos, uno de barba descuidada, tez
morena, frente arrugada y baja estatura, fastidiaba a los demás por su
extravagante costumbre de escupir en el suelo una y otra vez. A veces
acompañaba su escupitazo con un preludio de gargajeo que daba náuseas. El
encargado de los diez, el muchacho joven, le miraba con una expresión de “no
sea cochino y respete”. Pero solo lo miraba, no se atrevía a hablarle. Aparte
de su pequeña figura nuestro modelo era dueño de una mirada oscura, seca, desafiante.
Hay que agregar que Víctor García –así se había identificado en el momento de
la contratación- era excelente
trabajador y por su fuerza, aparentemente desmedida, arrancaba con su pica gruesos
bloques de arena, tierra y cal mucho más voluminosos que los que trituraban sus
compañeros. Es como si Víctor buscara para sí mismo algo dentro de la tierra.
Pero como no se le escuchaba más que el saludo en la mañana, nadie se atrevía a
preguntarle cuál era su interés. Al joven encargado le parecía que Víctor
rendía por encima del promedio y optó por no molestarle al menos durante el
tiempo que duraran las excavaciones.
II
No podían disimular el
deseo y envidia que generaba aquella mujer voluptuosa y coqueta que vino el
primer día y los siguientes con el envuelto de comida para Víctor. Mientras era
motivo de todas la miradas, ella, de quien nunca supieron el nombre, se sentaba
con las piernas abiertas más de lo común. Se adivinaba un cuerpo fresco y
carnoso debajo de un vestido largo y amplio, suelto, con un escotado profundo
que dejaba ver los bordes de unos senos bien formados y erectos. Su rostro
dejaba calcular unos 30 años de edad pero sin arrugas, lozana, bella,
seductora. Desamarraba el tamal con unos dedos finos y largos, Algo le decía a
los trabajadores que no era mujer de ciudad, quizá por la forma de llevar su
cabello negro, amarrado sencillamente con una cinta barata de color fucsia.
Para ellos, era una mujer de campo. Su sonrisa contrastaba con la seriedad de
Víctor, al que no parecía importarle sus coqueterías y menos la forma de
sentarse. Podría decirse que él mismo disfrutaba de que su mujer fuera objeto
de miradas lascivas. Alguna vez él levantó las cejas como si le dijera “Mira
cómo te miran estos pendejos”. Ella comprendía y más voluptuosa se ponía
echando el cabello hacia atrás, descubriendo su rostro cuando al agacharse le había
caído el pelo a la cara. Entonces, se anudaba la cinta de nuevo y recorría de
una mirada a los otros nueve. Al encargado le brillaban los ojos.
Cómo van las cosas,
falta mucho? Le preguntaba casi siempre a Víctor y éste respondía: “Van bien,
ya casi llegamos al punto”. Y las miradas de ambos eran de esperanza y el tono
de voz parecía ser de dos que saben de
algo extraordinario, algo por lo que esperaron mucho tiempo. Mientras Víctor
hablaba con su mujer, nunca escupió, nunca gargajeó. A la mujer se le vio dos
veces cobrando el pago de la semana de Víctor en la oficina del capataz,
siempre vestida de la misma manera.
IV
Pasadas tres semanas,
faltando la última de las programadas para la excavación, a Víctor se le vió
con un extraño aparato que consultaba cada dos o tres horas. “Ese hombre compró
un GPS y está presumiendo”, decían unos. “Es un simple BlackBerry opinaban
otros”. El joven encargado les llamó la atención por los comentarios y al
preguntar a Víctor de qué se trataba, éste respondió con otra pregunta: ¿Están
prohibidos los celulares en la obra?. El encargado no supo responderle más que
“Lo consultaré con el capataz”. Quizá olvidó hacerlo porque nunca hubo respuesta
para Víctor. Después de picar la tierra y extraerla, Víctor acercaba el
aparato, a veces a los montículos de sus compañeros. Estos, molestos, arrojaban
de prisa la tierra a la volqueta. Al comienzo de la cuarta semana, Víctor
utilizaba su metro medidor con más frecuencia. Se acercó al encargado y le
consultó la medida exacta que requerían en la excavación. Anotó con el teclado
de su extraño aparato y volvió a su silencio. En esta última semana, las
visitas de su mujer a medio día fueron rutinarias y se les vió haciendo más
gestos que pronunciando palabras. A mitad de la semana, el miércoles, Víctor
pidió permiso al joven encargado para hacer una llamada desde su celular. Solo
se le escuchó decir: “Listo. Puedes
venir ahora.” Al medio día la mujer se presentó, esta vez vestida con un Jean y
camiseta, ambos muy ajustados a su cuerpo. Esta vez despertó más miradas que
las de costumbre. En vez de fiambre atado, esta vez traía una bolsa de tela con
un logo de supermercado. Algo pesado daba forma extraña a la base de la bolsa.
Víctor esta vez no la atendió de inmediato y solo se dirigió a su patrón para
preguntarle: “Cuánto falta para el almuerzo?” –siete minutos-, consultó su
reloj, -pero si quiere, atienda ya a su mujer. Víctor siguió cavando y no dijo
más.
V
El eco concentrado en
la excavación de más de cuatro metros de profundidad, permitió que todos escucharan
el sonido característico del choque de metales. La pica de Víctor golpeó y
despidió chispas que fueron apagadas por el brillo del sol. El sonido metálico
del choque hizo que todos miraran al lugar desde donde salía. Por estar todos con
la atención en el hueco, no se
percataron de que la muchacha extraía de su bolsa un trapo que envolvía la
pistola. Entre tanto, Víctor cavaba por los bordes del metal y los nueve
restantes no podían con la sorpresa. La muchacha le entregó el trapo, Víctor cubrió con él su hallazgo y entonces fue
cuando se dieron cuenta de que les apuntaban con una nueve milímetros. En los
labios de la muchacha estaba su índice izquierdo. Significaba “Silencio”. Subió Víctor con su pesado objeto, adelante por la escala de cuerdas y luego la
muchacha, sin dejar de apuntarles. Una vez en la superficie, retiraron la escala,
corrieron hacia un auto gris y huyeron del lugar. Abajo se escuchó un clamor como
de desespero. Algunos también reían nerviosamente.
VI
La campana de bronce
con la fecha que grabó su fabricante, reposa en el estante en compañía de otras
piezas de la colección. En la sala, dos hombres y una mujer beben cada uno un
trago. El que no es Víctor, un anciano impecable, luce refinadamente vestido. Víctor
está modesto pero bien vestido. El
anciano, lleva una valija de mano. La mujer,
aunque no refinada, luce como siempre
voluptuosa dentro de una pijama transparente. Ahora, su cabello negro lleva
atada otra cinta pero de seda fina y del color preferido: fucsia. Víctor
informa animadamente el desarrollo de su tarea y después de risas y saludos de
mano, recibe dos fajos de billetes, que guarda con evidente satisfacción en su
chaqueta, sin contarlos. Se levanta y acompaña al anciano hasta la puerta de
salida. Los esposos se besan tras cerrar la puerta. A través de la cortina en
el gran ventanal, se ve el auto gris partiendo por la avenida
REVERSIBILIDAD
I
Abandonó el aula de
clases, la H-304, mientras el profesor de Teoría general de sistemas aún
atendía algunos estudiantes. Le era bien difícil soportar la mediocridad de sus
compañeros que se conformaban con la explicación, a veces superficial, del
docente. Esta vez salió más inquieto. Eso del efecto mariposa, eso de
reacomodar los sucesos del pasado para cambiar los efectos del presente, le
inquietaba. Solo lo había visto en las películas de ficción. Pero el maestro
parecía muy convencido con su propia explicación y hasta llegó a decir que en
la programación de computadores el tal efecto se comprobaba objetivamente.
Nadie preguntó cómo. Ni él mismo y por eso lucía pensativo al abandonar el
aula. Es que si preguntaba, le acusarían de querer dilatar la clase y ellos
querían salir temprano para ver el partido de la selección. Pasó como siempre
dando pataditas a las piedras sueltas del jardín y como siempre atento a las
flores y bichitos que ellas atraían. A veces pasaba horas acompañando a las
hormigas hacia su casa, la de ellas. Le llamaba la atención su comportamiento y
algún día aplicaría la teoría de sistemas a interpretar, reproducir y modificar
comportamientos de los animales, especialmente de los insectos. La guerra de
las Galaxias, el triunfo de los insectos, podría ser un buen título de su
proyecto para optar por el título de Ingeniero. Después de unos pasos. atravesando
el jardín, llegó a la portería y colocó sobre una pantalla su tarjeta plástica
con un chip. En la pantalla pudo leerse: Carlos Andrés Matos, código 00131423.
Hora de salida: 10:52 a.m Dos cuadras
más adelante tomó el metro y pudo ver a través de la ventana del vagón dos
grandes mariposas pintadas aparentemente por niños en un mural del jardín
botánico. Una era de tonos verdes y la otra de amarillos y anaranjados. Esta
imagen quedó en su retina por unos metros más, hasta la próxima estación. Luego
se alojó en su cerebro y vino a evocarla una hora y media después mientras
tomaba el almuerzo. Siempre comía en silencio, para pensar. Alguien le dijo que
mientras uno comía, las ideas podían fluir más fácil, porque comer era ingerir
e ingerir era un proceso de captura por los órganos y por los sentidos. Comer y
mirar, comer y escuchar, son procesos que se refuerzan mutuamente, le
explicaron. Entonces comía y pensaba. Pudo comprobar varias veces que él mismo así
producía más. Algún día quiso aprender a rumiar como las vacas porque
sospechaba que así podría generar ideas una y otra vez con el mismo alimento.
Por fortuna, sus padres trabajaban ambos y no tenía hermanos. Entonces a la
hora del almuerzo estaba solo, se despojaba de los anteojos y apagaba el
teléfono celular. Escuchaba a Fito Páez.
Era un rito que repetía a diario, excepto sábados y domingos que no iba
a la universidad y almorzaba en cualquier parte.
II
Las mariposas volaron
en su mente mientras engullía el pollo que su madre le había dejado a medio
cocinar. Las mariposas se metieron en el arroz y terminaron posadas en las patatas.
Reversibilidad, ir hacia atrás, modificar el pasado, oruga, gusano de seda,
efecto mariposa. Oruga, capullo, cucharada de arroz, pollo, oruga, masticar,
tragar, nodos, relaciones, internet, pensamiento lateral, imágenes, íconos,
mariposa, oruga, hipervínculo… Fito Páez, si volvieran los dragones.
Reversibilidad…
Un grito lejano lo trajo
de regreso a la tierra…¡goool de la selección!.
III
Aula H-304. Buenos
días, ¿quedó algo pendiente de la clase anterior?. Si, profe, cuando usted dice
“reacomodar los sucesos del pasado, habla de ir atrás bruscamente como en las
películas de la máquina del tiempo o... ¿ puedo pensar en ir paso a paso hacia
el pasado, o sea, segundo a segundo hacia atrás?” –Realmente no le entiendo la
pregunta… replicó el maestro. Ir al pasado de cualquier manera… bruscamente… paso
a paso, no veo la diferencia. Yo pienso, profe, que ninguna película me muestra como es ir atrás paso a paso, a menos
que yo mismo la devuelva mecánicamente, con el control marcha atrás. Hay algún
video que haya sido filmado normalmente y sea proyectado hacia atrás?. Sí,
responde el profesor. Algunas escenas se filman y luego se reproducen hacia
atrás, como el crecimiento de una flor, por ejemplo. Mas no creo que pueda
hacerse con la totalidad de una película. No lo resistiría el espectador. Hay
una película que lo intenta, aquella del hombre que nace viejo y muere niño.
Pero es argumental, no realmente proyectada hacia atrás. A qué viene la
pregunta?
De acuerdo con su
teoría, profe, veo que es entonces imposible hacer reversar el tiempo. ¿Generar,
por ejemplo, un sistema que parta de la mariposa y termine en la oruga?, ¿generar
gusanos a partir de mariposas?.
No le pare bolas, profe!,
- protestan los demás- sigamos que se ha perdido mucho tiempo con el loco
Matos. El profesor le guiña un ojo - hablamos después de clase, le dice. Y en
voz alta, para los demás: Hoy reforzaremos el tema…entropía.
IV.
Esta vez el loco Matos
no fue a su casa a mezclar fideos con ideas. Esta vez lo esperaba en el
restaurante de la universidad su profesor de Teoría general de sistemas. A
veces los profesores comparten al medio día con sus alumnos. Unas por
coincidencia en el momento, otras por haber concertado una cita desde la salida
de clase. Ambos arrastran su bandeja por los rieles de aluminio del mostrador y las dirigen a la caja registradora. Es el
profesor quien paga ambos platos y buscan una mesa bajo la sombra de un laurel.
Limpian con su mano la superficie de la mesa y el profe mira instintivamente las ramas del
árbol. -No vaya a ser que nos caiga un gusano o un recuerdo de pájaro, dice. -Completamos
el menú, bromea Carlos Andrés. El profesor, mientras corta la albóndiga: -es
que no quiero dejar pasar esa idea de hacer regresar el tiempo, mas no como yo
lo he propuesto sino como tú lo planteas. Has leído algo de eso?. Andrés empapa
la albóndiga en la salsa de tomate. No, pero quisiera leer, desde que lo
escuché en clase, todo lo que llega a mis manos apunta hacia el efecto
mariposa. Lo que quiero es muy sencillo, reversar el proceso. Hacer de
mariposas, orugas. Fabricar orugas, aprovecharlas, abrirles comercio. -Pero…
para eso no requieres aplicar reversibilidad, simplemente generas orugas y
orugas y te enriqueces. -Vamos, profe, no se burle. Usted sabe qué quiero
decir, aprovechar las mariposas, someterlas a un proceso. -Pues les cortas las
alas, ríe el profesor. Si, claro, ya está… solucionado el problema. El muchacho
levanta los hombros. Mira Matos... el profesor se limpia los labios con una
servilleta de papel, frunce el ceño y asume la posición más seria que su
estudiante haya visto. Se acomoda las gafas y recita: La reversibilidad es la capacidad de un sistema
termodinámico macroscópico de experimentar cambios de estado físico, sin un aumento de la entropía, resultando posible
volver al estado inicial cambiando las condiciones que provocaron dichos
cambios. Estamos de acuerdo en eso?. -Le saqué la máxima nota en la prueba, lo
olvida profe?. -Bueno, en teoría esa es la capacidad del sistema. El problema
no es mostrar que el sistema es capaz, el problema es someterlo a prueba.
Regresar la película en vivo y en directo. Es eso lo que quieres Andrés?. El
estudiante asiente y traga el último
bocado. Corre las bandejas y en una actitud casi humilde, mira al profesor
esperando una solución posible desde su razón.
-Descomponer, analizar, separar en partes, no es suficiente. Hay que jugar con
el tiempo y el espacio. Relatividad, Einstein. No estamos en condiciones, por
lo menos en este siglo, de manejar el tiempo. Yo asumo que lo estaremos y que
quizá estamos a un paso. Pero en la ciencia, un paso puede ser un año o un
siglo, precisamente por la relatividad. Pero te aseguro, Andrés, que tu idea es
absolutamente probable, absolutamente posible. Has experimentado un Déjà
vu? La paramnesia es la experiencia de sentir que se ha
sido testigo o se ha experimentado previamente una situación nueva.
Infortunadamente el Déjà vu no se presenta con frecuencia, no con
nuestro concepto de frecuencia. Si un Déjà vu pudiera presentarse
en una serie continua de hechos, ¿no es muy similar a lo que tratas de lograr?.
Si, profesor, usted lo ha comprendido bien. Y yo leeré sobre el asunto Déjà
vu.
V.
Esta
noche el profesor Martínez ha perdido el sueño. Tras el último café, y los diez
últimos cigarrillos, mira desde la ventana la calle vacía. Una silueta se
convierte en hombre. Martínez corre la cortina y enfoca su atención hacia
abajo. Es un borracho. Extraño. El ebrio camina hacia atrás. Una voz ronca sale
salpicada de babas: “...esta noche voy a entrar de espaldas, para que mi mujer
crea que estoy saliendo...”. Cierra la
cortina y enciende la televisión. Canal 7: Hoy presentamos...”El día de la
marmota”, (subtítulo, Atrapado en el tiempo).. Con Bill Murray.
Otro
cigarrillo, se acomoda.
LA ESTAMPA
I
Brayan
y Valentina conforman un típico
matrimonio joven, con presupuesto aportado en forma solidaria. El, ejecutivo de
una firma inmobiliaria y ella asistente de un diplomático. Esta noche van
abrigados al salir del restaurante chino. El empleado del aparcadero cierra
suavemente la puerta de la derecha y pasa por delante del sencillo pero cómodo
automóvil para dirigirse a la ventanilla del conductor. Recibe unas monedas y
les despide afablemente. El vidrio de la ventanilla se cierra lentamente. El
auto arranca. El empleado alcanza a mirar las luces de parada del coche en el
que Brayan y Valentina se alejan hacia el sur. Hace frío esta noche. Cuarenta
minutos más tarde, la pareja aparca el auto en el garaje de su casa, Brayan
abre la puerta del auto y su esposa enseña la rodilla al bajar. Es hermosa, y esta
noche luce un lindo abrigo rojo del que tiene que despojarse una vez abandona
el coche. En casa ya no hace frío. Una vez cerrado el garaje cruzan una pequeña puerta de acceso a la sala
en donde una linda joven rubia de acento extranjero les espera. La televisión
está encendida a bajo volumen. –Ya están dormidos los tres, dice en voz baja y
se apresta a tomar su gabán. –Muchas gracias, dice Brayan, disculpa la
tardanza. – No hay problema, responde con un acento francés, alcanzaré el
metro. Sale apresuradamente. Valentina sube y les mira… duermen los tres
plácidamente. Les cobija con el mismo
gesto maternal de cada noche. Baja de nuevo al salón y sirve una taza de agua aromática.
Quieres?
Y Brayan acepta sonriendo, mientras descarga una revista en cuya portada
aparece una casa de campo en venta. Ya se ha quitado su saco y ha colgado en el
perchero el abrigo de Valentina. Tose levemente para no hacer ruido y da tres
sorbos al agua caliente que toma entre ambas manos. -¿Siguen así?, pregunta.
Así, lo mismo, responde Valentina. Una respuesta a una pregunta. La misma
respuesta acompañada de un suspiro profundo. Como si acaso los niños estuvieran enfermos. Saben que si lo
estuvieran quizá no estarían dormidos plácidamente, ni la pareja hubiese salido
de cena. Mateo, Sara y Anita tienen
sueño tranquilo. Mateo acaba de cumplir quince años, es el menor, Sara dieciocho
y Anita veintitrés. Los tres duermen en su camita. La cama de Anita acaba de
cumplir veinte años. Sus cuerpecitos de uno, tres y cinco años reposan. Sus
mentes de uno, tres y cinco años reposan. Las mentes de sus padres en el piso
bajo no reposan. Vuelven a recordar...
II
Era
un enero, época en que la gente se hace planes para el año y a veces para el
lustro, quizá hasta para el siglo. Brayan
y Valentina no eran gente de cábalas ni rezos ni sahumerios. Gente común, tenían
tres hijos, de uno, tres y cinco años. Nunca un padre dirá que su
niño no es hermoso. Anita, la de cinco, una morena con la tez de su mamá,
erguida y caderona. Mateo el menor, de un año, tiene las facciones de su padre
y Ana, la de tres es la más simpática, con facciones de su madre y la vitalidad
del padre, bromista y juguetona. Brayan y Valentina habían aprendido a
quererlos cada uno con sus características y pilatunas. Nunca se imaginaron que
los iban a querer mucho más a medida que el tiempo transcurriera. Fue a finales
de enero cuando aquel hombre les visitó, llamó a la puerta y, biblia en mano, -“Cristo
llama a tu puerta”, dijo con cierta
severidad. –Muchas gracias, le dijo Valentina y por poco le aplasta la nariz
con la puerta. Una estampa se deslizó por debajo de la puerta y Valentina leyó:
“Solo pide un milagro hoy y si Cristo no te lo hace, entonces nada tienes con
él, solo prueba”. Valentina sonrió. En
la noche, Brayan encontró la misma estampa en el comedor cuando regresó de la
Universidad. También sonrió. –Embaucadores, se dijo. Valentina sirvió la cena y respondió a la
pregunta: -Hoy han estado insoportables,
pero los amo tanto... con sus travesuras, su manera de comer, sus
gritos...Brayan preguntó: ¿ Ya están dormidos? No, te esperan arriba. Terminó
la cena, llevó los platos al fregadero y subió a leerles un cuento... Esa
noche, se durmieron. Brayan bajó al salón y ordenó unos libros. Miró las
últimas noticias en la TV y con Valentina subió al cuarto matrimonial, al lado
del cuarto de los niños. Por cualquier razón incomprensible, Valentina había
llevado la estampa hasta la mesita de noche. Fue cuando miraron al reverso. La imagen de un Cristo, desfigurado,
retorcido contrastó con la imagen que había en la pared frente a la cama en la
alcoba matrimonial, un Jesús sonriente que habían puesto como adorno y compañía.
La imagen de la estampa era más la imagen de un demonio que la del mismo Cristo.
El anticristo, dijo Brayan burlándose. Cambiaron de tema. ¿Y qué?, dijo
Valentina, ¿nada de empleo? Nada, respondió Brayan, solicitudes y solicitudes
pero nada que llaman…¿ hoy no me han llamado? No, dijo Valentina, solo vino un
hombre y dejó esa estampa. Le tiré la puerta. Era un hombre raro. Y a tí
tampoco te llaman? Preguntó Brayan,
insistiendo en el cambio de tema. Ni siquiera para hacer aseos, dijo Valentina.
¿Qué vamos a hacer? Los ahorros se acaban. Los niños necesitan mucho. “Solo
pide un milagro hoy y si Cristo no te lo hace, entonces nada tienes con él,
solo prueba”, leyó Brayan en voz alta desde la estampa cuando ya se decidía a
apagar la lámpara de mesa. –Yo te pido empleo, y empleo para Valentina y la
felicidad de mis hijos, dijo en un tono mezcla de burla y de escepticismo. -Vale,
dijo Valentina -y yo te pido que mis hijos se queden así como están , felices,
pequeños. Y al oído de Brayan: “porque nadie sabe qué luchas nos darán cuando
crezcan”. Que se queden así lindos y pequeños como son, asintió Brayan. Contuvieron
la risa que les provocaba esta actitud tan poco religiosa. Se cubrieron la boca
mutuamente para que la risa no despertara
a los niños. La luz se apagó y ambos simularon dormir. Cada uno de su lado,
seguía inmerso en sus preocupaciones.
III
El
sol de la mañana se coló entre las cortinas, Brayan miró el reloj de mesa y
palpó a su lado hasta no sentir a Valentina. ¿Amor?, dirigió la voz al salón
mientras abría la puerta de su alcoba y miraba de reojo a la de los niños. –Te
hago el desayuno, respondió Valentina desde abajo. Los niños seguían durmiendo.
Brayan bajó a desayunar, sonó el teléfono. Valentina respondió, no sin
antes refunfuñar por lo temprano. -Es
para tí. Brayan no lo creía. Sí, sí,
como no. Allá estaré a las nueve en punto. Gracias. ¡Tengo empleo, Valentina! ¡La inmobiliaria me contratará hoy mismo!.
Bajo la puerta un sobre se deslizó. Dirigido a Valentina Correa, lo abrió de
prisa, concentrando una y otra vez su mirada en el logotipo del sobre:
“Embajada de los países bajos”. Lo abrió. ¡Tenía empleo!, Ni él ni ella
acataban a entender la extraña coincidencia. Los niños se despertaron con el
alboroto. ¿Qué pasa mami?, -Su papá y yo tenemos empleo. -¿Y… se van a trabajar
ahora?. -No, tesoro, tenemos entrevistas hoy pero ya les buscaremos quién los
cuide. Tendremos con qué comprarles muchos juguetes. La pareja tomó una ducha y
ambos subieron a vestirse. Lo
hicieron. Un movimiento brusco de
Brayan, hizo caer la extraña estampa de la mesita de noche. Salieron de la
alcoba.
IV.
El
veinticinco de Marzo siguiente, Valentina y Brayan esperaban en el consultorio
del doctor Sanín. Era un chequeo de rutina para los tres niños. Las nueve de la
mañana. Habían avisado a las oficinas. Llegarían más tarde. Ningún problema, ambos
ya eran empleados de confianza por su diligencia y excelentes resultados. Pasaron
al consultorio los cinco. Saludos, estetoscopio. Sanín era el mejor pediatra
del país. La familia Torres Correa tenía con qué pagarlo. Esta vez Sanín revisó
una y otra vez a Anita, también varias veces a Sara y a Mateo. Llamó a su
asistente, le pidió que trajera las historias clínicas. Ahí estaba clara la
fecha de la última revisión. Fue hace tres meses, le dijo extrañado a su
asistente. ¿Paso algo? Preguntó Brayan. -Nada, dijo Sanín, que mi asistente
debe haber confundido fechas, tallas, pesos y me ha creado unos datos bien confusos.
Imagínense, tres meses después sus tres hijos no han aumentado ni de talla, ni
de peso. Debe ser un error. Pero su salud está excelente. Yo me ocuparé de las
correcciones. Y le dictó a su asistente claramente unos datos y él mismo revisó
de nuevo que estuvieran correctos. Tres meses después ocurrió lo mismo. Los
niños en verdad no aumentaban, no crecían mas su salud era perfecta. Un año después,
ante el asombroso detenimiento del desarrollo físico de los niños, fue cuando
decidieron consultar a un psicólogo.
V.
La
sociedad INMENTE, patrocinada por la UNICEF, esa que goza de gran prestigio en
nuestro medio, realizó más de una docena de pruebas a todos y cada uno de los
niños. Cociente intelectual adecuado para su edad: uno, tres y cinco años
respectivamente. -Ninguna información a la prensa mientras investigamos la
causa. Corren dos, tres años. Los niños no crecen ni física ni mentalmente. Su
salud, para su edad, es excelente. Para Valentina y Brayan, dos profesionales
serios, escépticos, lo que en un principio era motivo de gran preocupación, a
la vuelta de cinco años se convirtió en una situación particular pero
extrañamente agradable. Sus niños siguieron siendo niños, con sus mismas
pilatunas, sus caritas felices y su salud envidiable. Los padres, siguieron
disfrutando en cierto modo la extraña experiencia mientras los científicos de
diversas ramas prometían dar con el origen y la cura de lo que no acertaban a
llamar enfermedad.
VI
Esta
noche han vuelto más temprano y la empleada va a alcanzar el metro. Cada uno
leerá un cuento infantil para los niños. La cabeza de Valentina empieza a mostrar
los signos de la edad, Brayan luce un poco cansado y tose con más frecuencia.
Otra vez sus niños dormirán plácidamente y ellos recordarán una vez más aquella
noche de enero en que pedían:
-Empleo
para mí y empleo para Valentina y la felicidad de mis hijos
-Y
yo te pido que mis hijos se queden así como están , felices, pequeños.
Juntos:
-Porque nadie sabe qué luchas nos darán cuando crezcan. Que se queden así
lindos y pequeños como son !.
LA NIÑA EXTRAVIADA EN
PARIS
I
Verano de 2011 en
París. Para ser más exactos es el
miércoles 10 de agosto. Los parisinos aprovechan el sol y a lo largo del Sena,
se ven echados medio desnudos, como lagartos. Que? No lagartos porque éstos se
echan en la tierra o en la arena y los parisinos tienen sus propias paris plages de cemento. Los yates
turísticos de vedettes de paris los
ven debajo de sus sombrillas, o sin ellas sentados en pequeñas sillas o sin
ellas en la ribera que da al poniente. Alguna rubia se ha quitado el sostén y
retoza boca abajo con la esperanza de tener una piel cobriza. Al otro lado, en la sombra que propicia el
puente de los enamorados, un retratista esboza un rostro. La mujer sentada al
frente sonríe para dar constancia de que está feliz. Sobre el puente, miles de
candados lucen atados a la malla metálica. Llevan nombres de parejas. Se dice
que quienes atan estos candados y arrojan la llave, lograrán una unión para
siempre. En el yate, debajo del puente, el guía invita a que los turistas pidan
en silencio un deseo. Para el momento, Stiven
y Laura tienen el propio: felicidad y progreso para sus hijos, el de él, seguridad
en mi matrimonio, el de ella. La niña mayor, con cinco años, solo atina a pedir
en voz alta muchos dulces. Hazlo en silencio, le dice Stiven. Dos o tres
turistas que entienden español, sonríen. Laura sostiene en brazos a su bebé de
ocho meses. La otra niña, la de tres años, es llevada de la mano por Stiven. Un
cuervo grazna en la orilla. Stiven recuerda que Edgar Allan Poe le enseñó en
los libros que el cuervo es ave de mal agüero. No conocía cuervos hasta ésta,
su primera venida a París. En su tierra, Colombia, hay gallinazos pero son más
grandes, no graznan y son feos. Los de
acá parecen pequeñas palomas negras. Aún así, preocupan a Stiven, quien aprieta
demasiado la mano de la niña. Ella se suelta y busca a la madre. Ambas se
parecen. Carolina, la niña, tiene los
mismos ojos claros, su cabello liso y su piel trigueña. Los seis, con Piere, han
separado un buen lugar en el yate para disfrutar la brisa del verano en el
crucero que ahora les muestra a Notre-Dame y su rosetón de doce metros de
diámetro. Vale la pena trabajar de más en Colombia para que un maestro de
bachillerato pueda ahorrar y después de juntar ahorros, salarios y un préstamo
aprobado por el banco, esté disfrutando en París esta vista, este aire, este
verano. Afortunadamente Stiven, profesor de Inglés, tiene un amigo en Sèvres,
una comuna en los suburbios al suroeste de esta ciudad luz. Piere es francés y mediante
Internet, ha establecido con Stiven una “amistad virtual” que en dos años se ha
convertido en hermandad. Piere habla inglés y con Stiven participa en una comunidad
católica virtual. A veces estos hermanos, como suelen llamarse, se visitan de
un país a otro y así es más fácil alojarse. Encontrarse de manera física para
los hermanos de esta comunidad, es cerrar un pacto, el sólo darse la mano por
primera vez en un aeropuerto o terminal de transportes es todo un solemne
momento que no voy a describir por respeto y porque ni yo mismo lo entiendo. El
dar hospedaje es el logro mayor de un hermano, porque es recibir a Cristo en su
casa. Quizá con esta última frase pueda dar a entender la magnitud de su
creencia. He de agregar que esta comunidad mundial es conocida por sus sanas
costumbres y el manejo de un muy bajo perfil entre aquellos que no son sus
miembros. Stiven y Laura están en la comunidad hace más de diez años, desde
solteros y esta vez han sido recibidos por Piere que ya se anota dos Cristos
más en su agenda. Piere les ha invitado y ha pagado los boletos del yate. No
habla español, pero se entiende en inglés con Stiven. Después del paseo por el
río que cruza la ciudad, irán al jardín de las Tullerías y de allí a la
Universidad de la Sorbona. Ya en la tarde de ayer visitaron Versalles y hoy en
la mañana la Torre
Eiffel. Piere les ha movilizado en su coche, un vetusto pero conservado Peugeot
que heredó de su padre. A la sazón, Piere tiene 24 años, una esposa, dos hijos
y una casa en Sèvres.
II
El sol parisino ha
levantado los termómetros hasta 32 grados centígrados. El polvo se pega en los
zapatos de cuero de los cinco. La bebé duerme en el cochecito que empuja Laura.
Vienen de la Tullerías y toman fotografías en el obelisco. Es una donación de
Egipto, miran hacia el frente y ven el arco muchas cuadras más allá. La línea
es recta. París ha sido hecho con instrumentos de dibujo. Es verdaderamente
simétrico, por lo menos acá en el centro. Los semáforos dan paso a vehículos y
peatones. Cámara en mano, Stiven trata de enfocar los caracteres egipcios del
obelisco. No los entiende, pero es arte. Se consuela.
Cinco, de los seis, han
pasado el separador central, antes de llegar al obelisco. No se percatan hasta
que Laura busca con la mirada. Carito, niña, ¡Carolina!… el desespero. Stiven
no toma la foto. Piere da unos pasos. El semáforo da la vía a los carros y le
impide pasar. -Hasta cuando llegamos al separador estaba con nosotros, dice
Laura. ¿Y no pasó?, Stiven. -¿Tú no la traías tomada de la mano?. Las voces
empiezan a quebrarse. “Take it easy”, dice Piere con un acento inglés tan
asustado que Stiven no entiende. Cambia la luz, Piere se adelanta. Pasa al
separador. Se detiene y mira para todas partes. Pasan los demás al separador.
Ahora, a la orilla opuesta. Nada. El
grito de Laura estalla: ¡La niña se perdió!. Stiven la abraza. -Calma,
busquemos, volvamos al toilette. No, solloza Laura, ella pasó hasta el
separador con nosotros. Una pareja que
cree entender de lo que se trata, se acerca y en un español afrancesado les
dice “Hay que llamar a la poliz”.
II
La préfecture de
police, estación central. Son la ocho después de meridiano. En verano aún hay
sol a las ocho de la noche en la Europa de este lado. Laura sostiene un vaso de
agua y lo que queda de los mordiscos de un sobre de pastillas. Stiven hojea
cinco pasaportes, se detiene en el que está la fotografía de su hija Carolina.
Llora. Piere, de pie ante la taquilla, recibe formas para llenar. Un uniformado
mira de soslayo y minutos después, recibe de Piere y de Stiven las formas
diligenciadas. Unas firmas, unas huellas, visado de pasaportes, fotocopias y
ya. No es suficiente para dos padres y un amigo angustiados que van al aparcadero
para abordar el viejo Peugeot. La niña de cinco años conserva la esperanza. -Si
mañana volvemos al río, no voy a pedir dulces…voy a pedir que mi hermanita aparezca.
Las luces de París se han encendido y por el Boulevard de Clichy,
las lágrimas de Laura distorsionan la luz de los avisos entre los que se deja
entrever: Moulin Rouge. En Colombia se dice que muchas niñas
secuestradas van a dar en su adolescencia a los cabarets españoles y franceses
y nunca más se sabe de ellas.
III
He regresado a Den Haag,
Holanda, después de mi viaje a París.
Llegamos anoche. Es viernes 12 de agosto de 2011. Son las tres de la mañana, me
gusta despertar y mirar por la ventana, justamente pegada a mi dormitorio, el canal y las luces tenues de Wim Kan Straat
6, lugar donde me alojo, la casa de mi hijo.
La visión del canal, los árboles y las luces, antes de acostarme o
cuando despierto a cualquier hora de la noche, es maravillosa e inspiradora.
Hoy me levantaré y haré un cuento. El quinto de los escritos en Holanda. Se
llamará la niña extraviada en París. Pero no quiero que tenga un final de
cuento de hadas, dejaré la niña perdida en París hasta cuando yo mismo la
encuentre o mis nietos al leerlo elucubren el encuentro o los lectores
desprevenidos especulen o imaginen. Será un juego en el tiempo. Entonces, de
esta manera quedará demostrado una vez más que los personajes quedan atrapados
entre los barrotes de las palabras. Aquellos que pretendemos escribir,
congelamos los paisajes y las personas en el tiempo. Los sometemos a un proceso
de hibernación, en un estado de letargo permanente hasta cuando alguien quiera
despertarlos. Entonces, cualquiera de nosotros podrá hoy o después levantarles
el castigo y recrearlos tal como el príncipe despierta con un beso a la
princesa encantada. Carolina está perdida en Paris. Suplico a quien la
encuentre, me cuente que fue de ella. Gracias.
CUENTOS
DESDE EL PEÑOL (2013-2014)
LUDOPATÍA
Era un sábado de abril,
no más de las seis de la tarde cuando Andrés cerró la puerta tras de sí. Ya
había escuchado por enésima vez la cantaleta
de su madre. Que las calles eran peligrosas, que no regresara más allá
de las once, que los amigos… el eco
quedaba siempre en sus oídos y una sonrisa noble y generosa se dibujaba en el
rostro del muchacho. Cómo amaba a esa madre que tanto lo cuidaba y a la que
tanto le tuvo que mentir para que no sufriera. A veces mentimos no por hacer
daño sino para evitar hacerlo. Son mentiras blancas, piadosas, que protegen
nuestra intimidad y nos permiten ser relativamente libres.Mentiras que nos
mantienen la buena imagen ante nuestros padres aunque afuera nos estemos
descomponiendo. Desde el interior de la casa, la joven madre levantaba la mano
derecha y bendecía a lo que ya no era Andrés sino una puerta cerrada. Esta
rutina se repitió tantas veces, desde aquellos días en que Andrés, con seis
años cumplidos, quedó al cuidado de su madre, o mejor, su madre quedó al cuidado
suyo, en fin, desde el día en que a un padre joven se lo robara el mundo,
descubriera otros lugares y otras personas; desde aquel día en que un hogar más
en Colombia quedara conformado por dos y una madre cabeza de familia tuviera
que enviar solicitudes de empleo, figura tan común en este país.
Afortunadamente, Paula era joven y bonita(bastaba con eso) y su primer empleo,
el mismo que hoy mantiene después de 13 años, le permitió cuidar de Andrés y
arrebatarlo de tantos peligros, primero el de la drogadicción, porque hubiera
podido heredarlo de su padre medio “hippie” y luego el del alcohol, socialmente
aceptado en cualquier estrato social. No, Paula no tuvo que enfrentarse a estos
monstruos. Su hijo parecía blindado a estas dos tendencias de la sociedad. En
palabras muy populares, era un muchacho sano.
Pero, cumplida la edad
de 15 años, otro Kraken, otro monstruo escondido acechaba a Andrés, entre las aparenemente
simples y frías máquinas de un café internet. Un monstruo con el disfraz de la
tecnología, con la apariencia del juego de video, con el atractivo del color y
del sonido. A su madre le pareció normal que después de las clases, su hijo se
entretuviera con los recién instalados juegos a la vuelta del colegio. Además
era un muchacho juicioso y sus calificaciones siempre habían sido las mejores.
Cursaba el grado décimo y logró
terminarlo con felicitaciones. En el año siguiente, Paula solo vino a preocuparse un poco cuando le vio más
delgado. Y un poco más cuando fue llamada ante el comité académico de la
institución para escuchar que Andrés empezaba a fallar en dos asignaturas:
castellano y educación física. Las había perdido en el primer período de un
grado tan importante. Paula no alcanzaba a recuperarse del asombro cuando un
mes más tarde, en abril, fue citada de
nuevo para que firmara una sanción. La nota decía que Andrés Hurtado había
faltado a clases y ante el llamado de atenciónhabía respondido a los superiores
con lenguaje violento. Era evidente el cambio de su hijo. Ya esto sí le quitó
el sueño. Algo había que hacer.
La psicóloga la atendió
de manera amable. Redactó con cuidado el caso y en tono profesional le sugirió
más acompañamiento. –Estos adolescentes atraviesan por una edad difícil y
cuando no hay padre en casa, le toca a la madre hacer los dos papeles. Como
usted trabaja, llegue temprano, acompáñelo en las tareas y dialogue mucho con
él. No lo regañe, trátelo bien y cuando tenga que castigarlo, prohíbale algo
que le guste. Cuando se porte bien, estimúlelo con amor y de vez en cuando algún
regalito-. La psicóloga recitó como si estuviera leyendo un texto aprendido.
–Déjeme sola con él, por favor- e hizo un ademán para indicarle a Paula que
saliera. Ya solos, la doctora le explicó a Andrés que a los padres les
importaba mucho las calificaciones y el comportamiento en el colegio. Que
mejorara estos dos aspectos, porque lo demás era normal. –Los muchachos tienen
que aprender a manejar a sus padres y a sus profesores, así no se complican la
vida-. Andrés sonrío y estrechó la mano de la psicóloga. De alguna forma se
sintió apoyado. La doctora pasó la cuenta de sus honorarios. Caso cerrado. Ya
en el segundo período escolar, Andrés mostró las mejores notas, se portó bien y
Paula lo recompensó. Obtuvo un préstamo y le regaló el mejor computador que
pudo obtener en el mercado. Esa tarde de julio, el Kraken entró a la casa.
Andrés no volvió al
café internet. Su conexión a la red desde su casa, le permitió conocer otros
juegos, otros amigos, esta vez virtuales. Su lenguaje se incrementó en términos
como “estrategias en tiempo real”, “Xfire”, “Raptor”, “Steam”. La madre estaba
feliz de verlo tantas horas en casa y no se percataba de sus trasnochadas.
Paula se consolaba: “mientras no esté en la calle tirando vicio”.. Sólo comenzó
a molestarse cuando Andrés empezó a pedirle dinero para Internet. –Pero si yo
pago la conexión mensual. –Si ma, pero necesito para el PPW o sea para el “pay
per win”, ¿no ve que mis amigos me van ganando solo porque no he tenido plata
con qué comprar puntos y estrategias?. –Yo no le entiendo nada de eso, Andrés.
Pero tome. Con tal de que no se me vaya a la calle con amigos y me rinda en el
colegio-. Y le daba una especie de mesada para sus juegos. Un día Andrés pensó
que lo del dinero no era justo con su madre ni suficiente a sus deseos. Tenía
que conseguir algo extra. Sus amigos de Internet ya le habían sugerido cómo:
“manejando un bajo perfil, parce, y solo venda dosis personales en el cole, así
no se mete en problemas”. Lo hizo, obtuvo el dinero pero pronto fue
descubierto. Paula firmó el 10 de octubre la carta de expulsión “por tráfico
ilegal de sustancias psicoactivas, artículo 32 del manual de convivencia”(!).
No podía creerlo. Solo estaba a un mes de ser bachiller, cosa que a Andrés no
le importó pues le pareció que ahora tendría más tiempo para jugar. El
bachillerato podía esperar y los juegos de Rockstar no daban espera. El Kraken
lo envolvió en sus tentáculos. La alimentación se redujo a una torta y una
cocacola sostenida en la mano izquierda y así no perder el mouse de la derecha,
sus horarios y sueños se trastocaron, la
relación con la madre se tornó hosca, limitándose a un saludo breve en las
tardes, cuando ella regresaba del trabajo. La comida que le dejaba en el
refrigerador estaba casi intacta. Le regañaba. El hacía que escuchaba, mientras
mantenía fijos los ojos en la pantalla del aparato.
Era una noche de
diciembre, cuando el Kraken se metió, o mejor, salió de esa pantalla. Lo abrazó
con fuerza destructora, le invadió el cerebro harto de disparos y de sangre.
Los personajes de los juegos saltaban por su alcoba desquitando, disparando,
cayendo en su cama, salpicando las paredes. Sonidos secos, sordos, estallaban
en sus oídos. Cayó de la silla y despertó a la madre, quien le encontró
convulsionando en el piso. Para la navidad de ese año, Andrés fue atendido de
urgencia. El médico habló de un cuadro maníaco-depresivo bipolar y mencionó la
IAD, (Internet Addiction Disorder). Paula entendió que de inmediato debía
buscar ayuda.
La clínica advirtió que
la primera parte del tratamiento requería de la voluntad de Andrés. Este debería reconocer que estaba
“enganchado”. No fue posible de momento. A Andrés le sonaba como un tratamiento
para alcohólicos anónimos. Sin embargo, buscó en Internet y encontró
información al respecto y solo después de largas conversaciones con la madre,
gracias al amor prodigado por ella y su fe en Dios, se inició una terapia
intensiva que exigió la reclusión de Andrés en un sitio alejado de la ciudad,
donde no tenía acceso a la red, con estimulaciones campestres, música, danza y
charlas de grupo acerca de los peligros y beneficios de la tecnología. Fueron
sus mejores vacaciones. En la misma institución terapéutica pudo terminar su
bachillerato y prepararse para iniciar sus estudios universitarios. Fue casi un
año de voluntad, amor, fe, tenacidad y fortaleza y al fin… poder salir del
fango donde lo tenía atrapado el monstruo. Al regresar a casa, eliminó de su
máquina cualquier enlace que pudiera volver a abrir la tenebrosa puerta de la
ludopatía.
Hoy,un
sábado de abril, con diecinueve años, su madre ha vuelto a bendecirlo tras la puerta
y él sonríe noble y generoso mientras se pregunta cuál mundo puede ser más
peligroso: si la calle y los amigos reales o las redes sociales plagadas de
monstruos que a cada día quieren atraparnos con sus tentáculos similares a los
del Kraken, el engendro mitológico escandinavo.
CARPE DIEM
Esta
vez se despertó sin mirar el reloj de mesa, no encendió la radio y un largo
bostezo acompañó el estiramiento de sus brazos. Todos los días debieran ser
como los domingos, se dijo, mientras ajustaba la bata levantadora a su cintura
cuya talla empezaba a preocuparlo. Sin pasar por la ducha se metió en la
pantaloneta, calzó unos tenis y bebió tres sorbos del jugo de naranja que
recién preparó. De salida agarró cualquier dinero y la camiseta deportiva
mientras sonaba el timbre del teléfono. No alcanzó, ni quiso contestar.
En
unas cuadras logró la pista que rodea al estadio y lo sorprendió gratamente que
en este domingo no hubiera mucha gente haciendo deporte. Caminó, luego trotó y
su entusiasmo le impidió calcular cuánto espacio había recorrido hoy. Se sintió
fresco, vital y una vez más se burló en voz baja de su médico: “Dos meses de
vida. Medicina en pañales”. El diagnóstico había sido severo. El tumor cerebral
andaba en pleno crecimiento y aparte de las cefaleas, los vómitos y la visión
doble, podía generar pérdidas esporádicas de la memoria. La intervención
quirúrgica era de alto riesgo y el paciente se resistía. Voy a vivir cada día
como si fuera el último, se había dicho hace ya cuatro meses. Se había aferrado
a la vida y a pesar de los violentos síntomas, no desfallecía en su deseo de
vivir, y de vivir feliz. En contra de las indicaciones médicas y de los deseos
de su familia, vivía solo; algunas veces salía de copas con amigos, disfrutaba
de la música, de la lectura, lo mismo que de las mujeres y de las tertulias. No
faltaba a su trabajo porque le gustaba lo que hacía: diseño gráfico
publicitario. El mejor diseñador para la mejor empresa de la ciudad.
Probablemente, el uso excesivo del
computador genera trastornos de tipo cerebral.
Retiró
el sudor de su frente con el dorso de la mano y fue cuando miró el reloj
electrónico que marcaba las 11. Diablos! Había trotado mucho o se había
levantado muy tarde. De una u otra forma, no importaba. Esta vez no balbuceó.
Lo dijo a todo pecho: EL DOMINGO ES MÍO Y PIENSO DISFRUTARLO MÁS QUE NUNCA. La
pareja de ancianos lo escuchó. Ambos sonrieron
maliciosamente encogiendo los hombros. Estaba loco, gritando a voz en
cuello y aparte de eso creyéndose en
domingo.
De
camino a casa desayunó con ensalada de frutas, saltó como un niño evitando las
líneas divisorias de la acera, lanzó dos o tres piropos a las colegialas sin
percatarse siquiera de que llevaban uniforme este domingo. Las tiendas y
legumbrerías tenían productos frescos, las peluquerías estaban abiertas y
también aquel puesto que vende la lotería donde compró otra vez el número
favorito. Con la misma euforia abrió su puerta. En el interior se
escuchaba insistente el timbre del teléfono.
- ¿Aló?, con voz fuerte ante la bocina.
Y del
otro lado: - Qué le pasó Jaime, por qué no vino hoy a trabajar?, Recuerde que
hoy es lunes y teníamos reunión a las ocho de la mañana.
TARDE DE DOMINGO CON NORAH
JONES
Que
nuestro planeta con su movimiento de rotación provoque amaneceres y anocheceres
y esto le haya permitido a los seres humanos un conteo arbitrario de los días,
que los nombres asignados a los días de la semana obedecen a un capricho
romano, que el calendario gregoriano tiene errores, todo esto me deja claro que
domingo es un mero nombre, que para algunos no es el día de descanso sino de
mayor trabajo, en fin, nada me autoriza ni me impide definirlo a mi manera,
acogiéndome a la licencia que tiene cualquier escritor para decir lo que se le
antoje y llevarlo al texto escrito para gusto o disgusto de sus lectores. Para
mí, entonces, los domingos sí tienen claras diferencias con los demás días de
la semana. En la mañana de los domingos veo a mis vecinos lavando las aceras y
los autos mientras otros pasan con un trotecito lento, haciendo gala de sus
atuendos deportivos. Suelo levantarme tarde los domingos y mirar al cielo,
cielo de domingo… diferente… más azul o nublado pero diferente. La luz del día
domingo es más clara y se cuela por entre las nubes en forma particular. Pasan
las horas y entrada la tarde me preparo para mirar el fútbol en la tele o me
encierro en mis recuerdos. Un domingo en la tarde murió mi padre y a algún
filósofo barato se le antojó decir que uno escoge el día de nacer y el día de
morir. No le entendí, ni me interesó su cuento, pero a mi padre se le ocurrió
morir un domingo y me circunda la idea de que su muerte ratificó al
parlanchín. En la tarde de domingo,
suele aparecer ella: Norah Jones llega
con su cadencia y su voz sutil, con un ritmo y cadencia precisamente de domingo en la tarde. Hace mucho tiempo la
escucho y a veces entiendo las letras de sus canciones, aunque de verdad no me
importa lo que dice en su perfecto inglés porque simplemente busco su voz como
compañía. Parece que los músicos de su grupo se cuidaran de opacarla y dejan
sonar sus instrumentos tan tenuemente, con un respeto muy cercano a la
reverencia[1].
Alguna vez quise escucharla un martes o un jueves y dos o tres canciones fueron suficientes para
hartarme. Pero el domingo en la tarde, ella se apodera de mi sala, se sienta en
un rincón, y empieza…”And I'm feelin' the same way all over again Feelin'
the same way all over again Singin' the same lines all over again. No
matter how much I pretend …” que traduzco torpemente como “Y me siento de
la misma manera otra vez y me sientes de la misma manera Cantando todo de
nuevo, la misma canción otra vez. No importa lo que pretendo…[2].
Insisto en que no me interesa demasiado la traducción porque la gracia del
asunto es escucharla en inglés. Por eso entiendo cuando los jóvenes tararean
sus canciones favoritas en ese idioma,
sin saber siquiera lo que significan.
Por eso entiendo la razón que tienen quienes acuden a la audición de un
concierto sinfónico sin saber ni pizca de su autor o del género, o de la
orquesta. Se llama simplemente el placer de escuchar. Bueno, pero con la
maravillosa garantía de poder dejar volar la imaginación en el vehículo
musical. Por eso Norah me pone a viajar en mis recuerdos con el éxtasis propio
que me produce. He de advertir que tengo recuerdos del pasado y del futuro,
recuerdos del presente, de lo que sucedió y de lo que nunca pasó. El tiempo es
relativo, la medida del tiempo es arbitraria. La mente tiene recovecos a los
cuales solo vamos sus dueños… ¡y sin compañía!, sin dejar evidencias. Por eso,
Norah Jones se queda aquí en mi sala, cantando mientras yo ingreso en esos pasadizos extraños de la
mente. Ella debe tener sus propios laberintos en sus escasos treinta y cuatro
años [3].
Aún así, con sus propios problemas, la vimos impecable en la versión 85 de los
premios Oscar, cantando “Everyone needs a best friend”[4]. Siempre la veré
linda y joven. Nunca el artista vive lo suficiente. La muerte siempre es
prematura para la gente que está en el arte. Y alguien me corregiría: “y… es
que la gente que hace arte algún día muere?”.
Y en esta tarde de domingo, otra vez la escucho y cuando se me da la
gana la convierto en una niña, como Judy Garland en la película El mago de Oz[5], y la obligo a que me cante Somewhere over the
rainbow y entonces comprendo que muchas cosas con las que soñé se han hecho
realidad, que los problemas se han derretido como gotas de limón, y que lo que
me falta lo puedo encontrar por encima del tope de la chimenea. Estas tardes de
domingo con Norah Jones pueden tener un sabor nostálgico, quizá porque se acabó
el descanso y mañana es lunes, el mejor día de la semana, el que nos conecta de
nuevo a la tierra, al trabajo, a los amigos. Estos domingos con Norah son un
maravilloso abrebocas para la semana que comienza. Su voz me acompaña mientras
organizo mi ropa, mientras me tomo una taza de café y reviso mis correos,
mientras miro llegar la noche a través de la ventana, con Norah en la penumbra.
Nunca me ha gustado encender las luces un domingo en la tarde, quizá porque si
lo hago, asesino de un tajo este día que me resisto a cerrar. La dejo sonar
para que sea ella quien baje el telón de esta tarde de domingo. Afuera, las
luces de la ciudad empiezan a encenderse
y sin saber por qué meneo la cabeza incrédulo. Mañana es lunes. Ella
volverá de nuevo un domingo de éstos, de la misma manera, otra vez con la misma
canción.
CUENTAME UN CUENTO,
ABUELO
(Ganador primer premio
profesionales, Prevenservicios, El Peñol, 2013)
“Cuéntame un cuento, abuelo; o
mejor, una historia, una de esas que tú llamas recuerdos...”(Poema casi
infantil. Jorge Robledo Ortiz)
Ricardo
cogió una de las puntas de su ruana y la tiró sobre el hombro izquierdo, sus
huesos de ochenta años ya acusaban frío. Alcanzó la taza de café humeante, se
llevó un sorbo a la boca, lo saboreó con deleite y lo tragó con evidente gusto.
Julián su nieto, con esas preguntas infantiles, ya le había puesto a recordar.
Abuelito, usted dónde estaba cuando le echaron agua al pueblo?, usted por qué
no se ahogó?. Entonces las imágenes se mezclaron con el humo del café. Los
recuerdos no se ahogan, flotan sobre la superfice de la memoria para hacernos
sonreir algunas veces, para dolernos, para bien o para mal. Esta vez, el viejo
sonrió con las ocurrencias de su nieto. Entornó los ojos, respiró fuerte y se
ubicó muchos años atrás. Yo vine a El Peñol cuando cumplía quince años, empezó
diciendo, cuando mi papá creyó que los pueblos podían ser más seguros que las
ciudades. Después supimos que en ninguna parte de Colombia se dormía tranquilo.
Por qué abuelo? , interrumpió el niño. El viejo sacó de su bolsillo un billete
de mil pesos. Habían matado a este señor. Julián leyó:
Jor-ge-e-li-ecer-ga-i-tán. Se llama como mi papá, Jorge Eliecer. Exactamente,
en honor a él, al político, yo le hice bautizar así. Un político? Qué es un
político?, insistió el niño. Era difícil construir una respuesta en un lenguaje
infantil y sólo se le ocurrió definir al político como “un señor que cree que
con sus ideas puede ayudar a la gente y cambiar al mundo”. Pero en la
televisión dijeron, insitió Julián, que los políticos son corruptos, que se
emborrachan y tratan mal a la policía y la maestra dice que los corruptos se
roban la plata del pueblo y que los niños no debemos aprender eso de la
televisión. Este señor por qué está en el billete?, también se robaba la
plata?. Otra vez el abuelo sonrió. No todos tienen esas mañas hijo, hay
políticos buenos, honestos que sí hacen grandes obras y ayudan al pueblo. Si no
fuera así, no tendríamos carreteras, agua, luz eléctrica, hospitales... -Me
puedo quedar con él?-, interumpió Julián de nuevo refiriéndose al billete y sin
esperar respuesta lo guardó en el bolsillo de su camisa. Ahora sigue abuelo,
llegaste de quince años, habían matado al político éste. Y Ricardo le contó
cómo los miembros de su familia hicieron de la agricultura su sustento, su modo
de vivir, cómo obtuvieron después una pequeña parcela y unas vaquitas. Le habló
de cuando nació su padre, el de Julián, el otro Jorge Eliécer, quien obligado
se marchó algún día. Tuvo cuidado de ocultar la razón de esa dolorosa partida.
No es fácil explicar a un niño por qué la gente debe abandonar lo que tiene,
por causa de amenazas contra su vida. Le habló de la madre que tuvo que
cuidarlo a él, a Julián, cuando apenas tenía dos meses de nacido. Es cierto que
la piedra del Peñol se la iba a robar el diablo?, abruptamente rompió el niño,
quizá porque la historia familiar no le interesaba más o le fastidiaba. Quiza
es mejor hablar del diablo que de la violencia, pensó el abuelo y cambió de
tema. Cuando llegamos a vivir al Peñol, nos contaron que la piedra de Guatapé
antes era adorada por los indios tahamíes. El diablo quiso llevársela varias
veces. Todas las noches iba a trabajar, a partirla para cumplir su deseo de
llevársela en pedazos, pero él nunca supo que en el día, Dios se encargaba de
borrar el trabajo y repararla y es por ésto que aún está la piedra en este
lugar, pero con la grieta que le hicieron los hachazos.
Esa
noche el niño se durmió cobijado por la ruana del abuelo. Duerme mi niño,
mañana será otro día y seguiremos...si Dios quiere. Lo llevó a la cama y apagó
la luz. La mente infantil divagó por las estrellas, visitó todos los mundos por
donde había pasado el principito de Saint-Exupéry, tal como lo escuchó de su
maestra la mañana de aquel día en la clase de lectura. Y al regresar a la
tierra, su planeta, se posó sobre la gran piedra, la de El Peñol, la de
Guatapé, la de nadie, la de todos. Y vió al diablo esculpiendo una figura sobre
la muralla. La misma figura del billete, pero con el brazo derecho levantado y
la mano empuñada. Y miró a lo lejos y no estaba el agua. La represa estaba
seca. El diablo se la había bebido poco a poco para calmar la sed producida por
el intenso trabajo.
De
nuevo, el amanecer otra vez se vio engalanado con la presencia y el canto de
los pájaros: La soledad, el Chamón, el cucarachero de monte, el carpintero...,
con el despliegue de las mariposas y el mugir de las vacas. Julián empacó sus
cuadernos y, después de un baño y un desayuno con patacones y chocolate,
emprendió el camino a la escuela, no sin antes acariciar a su perro, patear dos
o tres piedras y despedirse de su abuelo. A la noche me cuentas más historias,
abuelo. La virgen lo acompañe, mijo, le respondió Ricardo mientras le
acariciaba el hombro.
Anoche soñé con el diablo, le comentó al
corrillo de niños que llegaban al salón de clases. Pero a nadie le interesó el
asunto. Hoy voy a preguntarles sobre la lectura de ayer, dijo en voz alta la
maestra, después de rezar la oración de la mañana. La ansiedad por seguir
escuchando las historias y cuentos del abuelo le hicieron pasar más rápido
aquel jueves de escuela. En la tarde regresó pronto a casa, hizo sus tareas
escolares y de nuevo se acomodó en la banca del corredor junto a Ricardo que se
entretenía mirando las montañas y comparando los tonos del verde del paisaje.
Cómo te fue en la escuela? -Muy bien, la maestra nos preguntó sobre un cuento
que ayer nos leyó, yo le contesté todas las preguntas pero los compañeros se
rieron cuando dije que el principito había aterrizado en la punta de la piedra
de el Peñol. Fue que me equivoqué por un sueño que tuve. Es que los sueños y la
realidad -dijo el viejo- a veces se confunden, yo a veces creo que cuando el agua
inundó al pueblo fue solo un sueño y hasta creo que el pueblo sigue allí, bajo
el agua y que la gente sigue viviendo, trabajando y yendo a la iglesia.
Entonces, como siempre, el niño intervino: usted va mucho a la iglesia,
abuelo... a rezar? No se cansa? -No solo a rezar, hijo, a darle gracias a Dios
por lo que me ha dado y a pedirle para que tengamos todos un futuro mejor, un
mundo más justo, en el que tú puedas estudiar y ser muy importante... -Como un
político, abuelo, para ayudar a la gente y cambiar al mundo. -Bueno, hijo, si
eso quieres..., serás un político.
Esa
noche, Ricardo le habló de los hombres que escalaron la gran piedra por primera
vez, cuando él tenía veintiún años, le dijo lo que era un aerolito, le habló de
otra piedra, la del Marial y las virtudes curativas de la fuente que emerge de
sus entrañas, allí donde se apareció la virgen y le dijo a un cura que el
pueblo iba a ser devorado por un dragón. Con torpeza le explicó al niño qué es
la mayoría de edad y su alegría cuando votó por primera vez, de la caída de un
famoso dictador, de la unión de los partidos en un frente... cosas que al viejo
le emocionaron pero que al niño le hicieron cabecear de sueño. Ricardo
comprendió que temas como éste carecen de importancia para un niño de siete años
y entonces optó por cambiarlo con una pregunta: Quieres que te cuente de cómo
inundaron al pueblo?. El niño ya tenía suficiente por hoy: Sí, abuelo, pero
mañana. Ya quiero irme a dormir.
El
tercer día no llegó tan luminoso. Julián debió aceptar la chaqueta que la
abuela le ofreció, calzarse unas botas de caucho y salir en medio de la
llovizna que no cesaba. La escuela hoy no estuvo tan entretenida, porque no
pudo jugar en el recreo. Tal parece que noviembre iniciaba con su invierno. En
la tarde, apareció tímidamente el sol y la maestra aprovechó para enviarlos a
la casa más temprano. A su llegada, la abuela ya tenía lista una taza de
aguapanela caliente, segura de que con tal toma le haría frente a cualquier
resfrió. Los abuelos amaban al niño entrañablemente. La madre se los dejó tres
años ha para poder trabajar en la ciudad cercana. Del padre, Jorge Eliécer, no
se volvió a saber después de su salida obligada. Algunos decían que había caído
en la masacre de Segovia, otros que andaba por los Llanos. De esas tristezas no
se le hablaba al niño. El abuelo se encargaba de mantener su mente infantil
ocupada con historias, cuentos y buenas recordaciones. Esta noche de viernes es
más tranquila. Mañana no hay que ir a la escuela., entonces el abuelo lo
llevará al catecismo en la iglesia del pueblo y allí lo dejará mientras pasa a
reunirse con los políticos. Es la rutina del fin de semana, sin faltar a la
misa del domingo. Los viernes como hoy, la abuela sirve en la noche un
chocolate con leche que ella llama “santafereño”, sin ninguna explicación. Esta
noche es fría y cae muy bien con los buñuelos que trajo el abuelo . Julián
desmenuza en el chocolate los dos que le tocaron. Mira abuelo, como se ahogan
en la taza. Así fue la inundación de pueblo? El viejo, de nuevo, volvió a sus
recuerdos y habló: Tal vez mijo, pero no es tan duro ver como el chocolate se
traga los buñuelos. Fue más triste ver como se ahoga un pueblo. Eran los años
setenta. Tú no habías nacido, tu papá tenía unos veinte años y yo andaba en los
cuarenta y cinco. Y aunque se dice que no fueron personas las que se ahogaron,
sí fueron las casas y las cosas con las cuales ya habíamos aprendido a vivir.
Las casas, así como las cosas, también tienen vida, mijo... - y el viejo sintió
que el sorbo de chocolate se le quedaba en la garganta y sus ojos se
encharcaron. El útimo buñuelo, seco, ya no le pasaba y prefirió echarlo en la
taza del niño. Esa noche Julián no quiso irse a su cama y se quedó en la del
viejo charlando hasta tarde. Entre muchos cuentos e historias, aprendió el
significado de la Fenix, pero no entendió por qué se paga tan alto costo por la
“civilización” y el “progreso” de los pueblos.
Se durmió tarde y de nuevo tuvo sueños. El ya era el político que
enarbolaba la bandera del nuevo color. El era quien rescataba los valores de un
pueblo que se sumergió conservando la fe, la dignidad, el orgullo y la
honradez. Y vió en su sueño a un Cristo resucitado hecho con fierros de
labranza y le envidió su dureza y su fuerza y así como Moisés abrió un surco en
el mar, Julián secó las aguas que cubrían al pueblo y lo vió renacer como el
ave Fénix desde sus propias cenizas.
En medio de borrosos
recuerdos infantiles, aún sigue viva, congelada, su memoria. Especialmente
congelada porque cuando aún saboreo algún helado, insisto en evocar. Tenía ella
unos diez años y yo andaba por los doce.
Mis padres, además de amor y cuidado, me enseñaban un absoluto respeto
por los vecinos. Ella quizá obedecía a
las mismas normas porque sólo podía asomarse a la ventana cuando algún chico
llamaba a comprar un helado.
–Por favor una “crema” de chocolate-. Eran mis favoritas. Aún conservo el gusto por
este tipo de helado y no sé si es el chocolate el que estimula mi memoria o es
un pretexto psicológico para recordar ese rostro angelical y esas dos únicas frases:
- Gracias –A la orden. A la segunda siempre sucedía una sonrisa pícara detrás
de sus ojos infantiles. Eso me bastaba. Solía comprar dos o tres “cremas” en el día pero cuando
alguien de la familia visitaba a mis
padres y me regalaba monedas, ese dinero
de más resultaba invertido en helados de chocolate aunque la panza me doliera
esa noche. Para ese tiempo, no sabía diferenciar entre un dolor de panza y un
dolor de amor. Más tarde, mucho más tarde,
entendí que el dolor de amor no es del
cuerpo sino del alma.
Celina era un nombre
común para las niñas de la época.
Después vinieron los nombres de personajes de telenovela y de reinas de
belleza. La niña de la ventana debajo del aviso “Venta de Cremas”, se llamaba
así, Celina. Lo supe cuando su mamá la llamó de manera tosca aquella tarde:
“Celina, p’a dentro!” Esa tarde tal vez
quise hablarte porque vi en sus ojos una luz, un destello. Ni siquiera sé qué le hubiera dicho. O mejor…
sí sé porque mis primeros versos fueron inspirados por ella, porque hoy, aquí
mismo escribo a causa de ella. Entonces pienso en todos los niños reprimidos
del mundo que aprietan sus labios para no confesar un amor oculto, porque el
amor está vedado para ellos y solo permitido para adultos. Ignoro muchas cosas,
entre ellas si los niños se enamoran y si los viejos tienen también capacidad
de hacerlo. Lo que sí sé es que aquella noche de la mudanza, una vez terminamos
de subir al camión todos los corotos, le dije a mi padre que me regalara con
qué comprar un helado. Y él, con una sonrisa maliciosa, sonrisa cómplice, me
dijo: “Vaya mijo cómprese dos y coma helado hasta que le duela la panza…mañana
ya se le pasará y le dolerá otra cosa”. El viejo sí sabía que los dolores de
panza pasaban, pero los del alma duraban eternamente.
Yo llamé a la ventana
pero ya Celina había obedecido órdenes. Por el postigo entreabierto me pareció
ver el último destello de sus ojos. Y me metí al camión hacia otro barrio. Hoy
sigo comiendo helados de chocolate a riesgo de que me duela la panza, a riesgo
de que me duela el alma.
HOJAS EN BLANCO
Caminaba con alguna
frecuencia por las avenidas con separadores sembrados de árboles. Se dejaba
seducir por el verde de las montañas,
por las bocas pintadas de carmín y por las aguas en cascada. Cuando viajaba en
el bus, en el metro o en el tren, solía mirar las caras de viajeros que, como
él, iban al trabajo en la mañana y regresaban en la tarde a su descanso. Esos
rostros le contaban historias. Era
sensible a todo: a las caras de los niños y a la música que brotaba de
cualquier instrumento. A la voz cálida de la mujer y a los vagabundos
durmientes entre periódicos. No lloraba, pero se conmovía profundamente con la
injusticia, con la pobreza, con el dolor. Entonces llegaba a casa, a su
habitación, con el firme deseo de plasmar en el papel todo lo que sentía. Nada.. no podía escribir. No encontraba
símbolos, letras ni palabras para traducir al lenguaje escrito lo que su alma
expresaba a gritos. ¡Nunca seré un escritor! . Se dolía de sí mismo, tiraba al
cesto hojas siempre en blanco, hojas arrugadas.
Esa noche llegó más fatigado
que de costumbre. Practicó el mismo rito antes de irse a la cama, se santiguó,
pero esta vez lo venció el cansancio y se acostó vestido. No apagó la luz. Una
ventana abierta dejó entrar el viento frío agitando de paso las cortinas y
volcando la cesta llena de papeles. Las hojas blancas, arrugadas, recuperaron
su forma y volaron por toda la habitación. Por la ventana, algunos destellos se
colaron a causa de lejanos relámpagos. Y por la ventana…vinieron las figuras,
las letras, las palabras. Impregnaron el papel . Y en cada una de las hojas
blancas se fueron dibujando las historias, las de las avenidas, las de los
rostros en el tren y aquellas en el tiempo olvidadas. Y sobre el hombre, sobre la cama y en todo el
cuarto, se entrelazaron hojas hasta formar sábanas escritas. El viento se calmó
. Las cortinas volvieron a su punto. El hombre, aún dormido se echó las sábanas
encima y así lo hallaron al amanecer.
La señora llamó con
insistencia a la puerta de la alcoba. Felipe!, son las siete! No va a ir a
trabajar?. Nadie respondió. La señora dudó. Entonces abrió la puerta con la
llave de emergencia. Vio el cuerpo de
Felipe debajo de los libros. Lo tocó. Estaba frío.. Estaba muerto. Pero
aún sonreía. Asustada, la señora llamó a la policía. Ellos vinieron. Al día
siguiente, los periódicos coincidieron en sus titulares:
Escritor anónimo muere
después de de que su biblioteca le cayera encima.
APAGÓN
Martín Torres se había
ganado el alias de manera muy simple. Cuando llegó a la guerrilla apenas
cumplía veinte años y se llamaba Camilo. Recibió instrucciones de aquel a quien
llamaban Moisés, un judío de barba blanca, experto en explosivos. Camilo
recuerda que de él aprendió hasta los
sabores de los componentes utilizados para fabricar desde el más inofensivo petardo
hasta la más dañina carga explosiva con la que atacaban las poblaciones del
sur. Moisés había muerto a causa de una herida infectada y Camilo quedó a
cargo. Tal parece que el alumno superó
al maestro. Su exactitud para volar las
estructuras metálicas de conducción eléctrica le merecieron su nombre en la
guerrilla: Martín Torres. A sus treinta años ya tenía en sus registros más de
veinte torres voladas y una docena de pueblos atacados y semi-destruidos a
punta de explosivos de diferente poder.
La incesante lluvia de
la noche no fue obstáculo para que la cuadrilla dirigida por Torres fijara en
las patas de hierro más de treinta cargas inteligentemente distribuidas.
Mientras las luces de las linternas se opacaban con las gotas de la lluvia
pertinaz, Martín revisaba un plano mojado y daba órdenes. A las tres de la
mañana ya todo estaba listo. Regresaron al cambuche y por el radio de mano solo
se emitieron dos frases: “10-9, Todo listo”, “La fiesta empieza a la séptima
del sol”. Del otro lado de la frecuencia
sólo se escuchó: -“Recibido, 10-9”. Todo quedó en silencio. La lluvia continuó.
El pueblo, despertó con
cantos de gallos y silbidos de pájaros. La ciudad, distante apenas unos
kilómetros del pueblo, tenía sus ruidos particulares a la mañana: pitos,
motores de vehículos roncando, mezcla de voces y emisoras de radio con sus
noticias. Los niños se aprestaban a salir para el colegio. Un ruido sordo,
seco, sacudió las casas del pueblo a las siete en punto de la mañana. La radio
se silenció, las pocas luces encendidas, trasnochadas, se apagaron. Otra torre volada. Ya era común.
Vendría el ejército, los obreros de la empresa de energía y en menos de doce
horas arreglarían el asunto. .Los negocios más grandes encenderían sus plantas
portátiles y a gasolina generarían lo necesario.
El asunto esta vez no
era tan simple y rutinario. Martín Torres había recibido órdenes claras: “Esta
vez, derrumba también las antenas, las torres de las cuales dependan todos los
medios de comunicación. Y Martín había contratado la asesoría necesaria. La
ciudad quedó sin más electricidad que la de las plantas portátiles. La sorpresa
fue mayor cuando de los radios a baterías solo se escuchaba el ruido de la
estática y señales poco audibles de emisoras al parecer lejanas. La televisión
tampoco podía funcionar sin el fluído eléctrico y las bocinas de los teléfonos,
fijos o celulares, tampoco tenían señal. En la ciudad y el pueblo el mismo
pensamiento: “Estamos incomunicados”.
Los motores a gasolina
se fueron encendiendo aquí y allá. Sin embargo, los televisores no captaron ninguna
señal. Los computadores no lograron conectarse.
En cada parque, en cada esquina en cada sitio público, la gente
arremolinada, mirándose extrañada, silenciosa, con una sola pregunta reflejada
en su rostro: Qué paso?.
Una tropa de hombres
con uniforme camuflado, cruzó el parque del pueblo -Han hecho un atentado
terrorista! Estamos sin comunicaciones, los queremos a todos dentro de sus
casas!-. Uno de ellos manipulaba un teléfono de mano similar a un celular y su
portador transmitía códigos incomprensibles para el común de la gente. Los
paisanos mayores entraron a sus casas y los más jóvenes quedaron en las esquinas
desafiando la orden. Las señoras improvisaron cocinas con algún combustible que
estuviera a mano. Tocaba esperar y vendrián noticias de la ciudad. Los hombres,
que de madrugada salieron a trabajar, vendrián en la tarde y se sabría qué
pasó. Por ahora, a esperar...
A eso del medio día los
estudiantes del pueblo regresaron a sus casas, algunos hasta alegres porque las
clases no fueron normales y muchos frustrados por el cierre de las salas de
Internet y la falta de conexión en los
colegios. Detrás de ellos, empezaron a llegar los buses de la ciudad, muy
extraño para la hora y los corrillos no se hicieron esperar. La ciudad está
vuelta un caos, -dijo un paisano- y otro agregó: -no están funcionando ni los
bancos, ni los cajeros ni siquiera los semáforos. Hay trancones, policías y
ejército en todas partes y toque de queda a las cuatro de la tarde. En la
mañana no se hizo nada, solo ordenar cosas porque ni luz había -declaró otro
mientras se bajaba del bus. Casi no encontramos transporte para venirnos. Aquí ni radio hemos podido escuchar -expresó
un lugareño- porque al encenderlo, solo
se oye un ruido. Es que en la ciudad tampoco, solo se sabe lo que dicen los
policías por unos parlantes de baterías.
Dizque no han podido arreglar el daño porque fue en las torres de comunicación.
La cosa está putiada, definió otro con evidente propiedad. De nuevo, la columna de militares apareció
para dispersar a los paisanos y enviarlos a sus casas. Esta vez los camuflados
se quedaron en el parque para asegurar el control del pueblo. El militar
encargado del teléfono, suspendió la
conversación codificada y colocó el aparato cuidadosamente en la rama de
un árbol. Qué es eso? Un celular? –preguntó un niño que se acercó tímidamente.
-Es un teléfono satelital y se recarga con la luz del sol, y piérdase pues para
su casa. Es lo único que funciona, dijo refiriéndose al aparato y dirigiéndose
a uno de sus compañeros uniformados agregó: Ahora estos guerrillos sí la
hicieron grande: bloquearon todas las comunicaciones civiles, el ministro ordenó
toque de queda a las dieciséis en las ciudades afectadas y mi mayor me acaba de
informar que las reparaciones durarán más de doce horas, que se espera mucha
gente saliendo de la ciudad pues hay un cierre total en el comercio y en todos
los establecimeintos que dependen de las redes de comunicación. Viene mucha
gente para los pueblos y para el campo. Es que la ciudad sin electricidad y sin
redes de comunicación es nada, sentenció.
Antes de las cuatro de
la tarde ya la ciudad parecía vivir en un domingo. En su gran mayoría, la gente abandonó el
centro urbano y se fue a los pueblos y al campo. Allí era más fácil sobrevivir
sin semáforos, sin cajeros electrónicos, sin bancos y sin Internet. Sabían que la gente campesina podia cocinar
con lo básico y caminar distancias si era necesario. De familiares y amigos
conocían las costumbres en nada complicadas, lo mínimo, lo básico, lo
primitivo. Vivirían un día sin radio, sin celulares, sin televisión y sin
Internet, un día de vacaciones anticipadas. Y si era necesario, dos días o más.
Así también lo comprendieron los gobernantes locales que dieron órdenes para
evitar congestiones en el transporte de salida. Tal fue la cosa, que la gente
interpretó el toque de queda como una posibilidad de salir de la ciudad en plan
de descanso. Protestaron incialmente los más jóvenes, pero cuando se dieron
cuenta que por la falta de “facebook”,
de “twitter”, de “whatsapp” y de “youtube” la ciudad para ellos no tendría
sentido, aceptaron los planes campestres de sus padres y amigos y partieron con
unos u otros.
Las carreteras se
llenaron de automóviles, de buses, de motocicletas en un éxodo multicolor. El
pueblo recibió a los llegados con saludos y sonrisas, los campos se llenaron de
abrazos familiares. Entonces, a alguien le vino en gana decir que era un día de
liberación, de libertad. Dijo también
que los medios de comunicación y con
ellos las redes, también esclavizan. Ese
hombre se llamaba Luis y hace unos meses había llegado al pueblo y siempre
vestía un traje extraño. Decía haberse educado con una comunidad Amish. Decía que “Los
amish nacieron de los menonitas en el siglo XVI y desde entonces, viven en
comunidades en el campo. No utilizan la electricidad, no escuchan radio ni ven
TV. Tampoco manejan autos y se dedican a la agricultura”. Afortunadamente aún
estaba el campo, sin las cadenas de la ciudad -decía Luis. Nadie le creía y
hasta era considerado loco por su forma de vestir. Esta vez tomó la palabra y
con extraordinaria vehemencia, como un ser iluminado por un otro superior,
reunió la gente y le creyeron.
Pasado algún tiempo,
liderados por Luis, sembraron y se adaptaron a la vida campestre y poco a poco
fueron olvidando el mundo tecnológico del que venían.
Una ciudad y un pueblo
cercanos construyeron entonces el nuevo modelo de vida, obligados por las
circunstancias pero con una capacidad asombrosa de adaptación al nuevo medio.
Hoy, Los turistas visitan de vez en cuando al pueblito y sus alrededores y
escuchan esta historia de los labios de Luis o de cualquier paisano La historia
del pueblito de la ciudad cercana, cultura
que nació… un día sin conexión.
Años más tarde, un
paisano encontró los pedazos de un esqueleto humano cerca de una quebrada. Una
cadenilla de acero se veía en el lugar donde tal vez estuvo la nuca de quien
fuera el dueño del otrora cuerpo. En la chapilla se pidía leer “Martín Torres.
Fuezas revolucionarias de Colombia (FRC)”
CANTOS DE LIBERTAD
“El hombre nace libre, responsable y sin excusas", Jean Paul Sartre
-Fidel
Está vivo. Acaba de hablar. Radio Habana Cuba ha transmitido su discurso. La
revolución ha triunfado!. Llegó la libertad!. La bastilla ha cedido, Francia
está libre, (cantado) Bolívar cruza el
ande que riega dos océanos. Cantalo, loco, es nuestro himno nacional. (Cantado)
Allons enfants de la Patrie, Le jour de
gloire est arrivé ! Cantos de libertad!, San Martín en Argentina, la
guerrilla firmó, Juan Manuel es nobel de Paz. Mandela, Luther King. Somos
libres, parcero!.Y cae pesadamente en un sofá desvencijado. Ronca, delira
John Alex lo mira de soslayo. -Está jodido, piensa, mientras pone en pausa su "virtual player"; ya va en el nivel 5 y no quiere perder el juego. Abre el refrigerador, toma y come los trozos sobrantes, ya mordidos, de un emparedado frío. Cierra la nevera con el codo para evitar que se derrame la botella de Cocacola que lleva apretada, incómodo, con su antebrazo.
De paso,
sacude el cuerpo dormido de su amigo Kevin.
-A este
man hoy le dio la traba por la libertad. Prefiero que fume marihuana porque lo
pone a pensar y a hablar. Cuando tira “quimios”, lo perdemos porque se vuela
demasiado. Está amarrado al vicio y temo que no termine sus estudios de
historia en la universidad. De todos modos es un teso. Me gusta
escucharlo cuando me habla de Aníbal y su conquista de Roma con un ejército de
elefantes o cuando cuenta de Napoleón invadiendo a Rusia en 1812. Se
emociona como si lo estuviera viviendo. La historia, dice siempre, es un
canto a la libertad. Viene con frecuencia a mi cuarto y se queda dos o tres
días. Me saca del tedio y la monotonía.
John Alex
no consume estupefacientes. Su actividad diaria está muy bien definida:
Universidad en la mañana, juegos de video en la tarde, juegos de video en la
noche, juegos de video hasta las dos A. M., visitas a la nevera, chateo,
universidad, amigos virtuales, redes, emparedados. Amigos reales, solo uno:
Kevin que viene a quedarse de cuando en vez , períodos en que suele abrir las
cortinas del cuarto, casi siempre cerradas, para evitar los reflejos en la
pantalla de su computadora. El paisaje siempre es el mismo: el apartamento del
frente y la vecina cuarentona que todos los días pone un plátano nuevo al
pájaro enjaulado. El pájaro canta, agradecido quizá y golpea con sus alas el
alambrado de su jaula. No parece tan feliz encerrado, piensa John Alex. Con
poca frecuencia visita y saluda a sus papás que duermen en la misma casa, en el
cuarto de al lado pero demasiado lejos, porque trabajan mucho. El padre
es un policía que ama tanto su profesión, a tal punto de que ha sido galardonado
por servicios eficientes y amor a la patria. Su madre dirige una prestigiosa
oficina de seguros.
-Son buenos padres y me permiten vivir. No me joden. Respetan mi espacio. Suele explicarlo así a los amigos en las redes virtuales. –Además no me faltan con mi mesada semanal. Son buenos padres.
Sube el volumen de la tele porque los ronquidos de Kevin ya son más altos. A veces mira el noticiero. En la mañana, saliendo de su finca, han secuestrado otro finquero y su imagen se muestra en la pantalla. “Tiene ochenta años y toma medicinas para el corazón. Ruego a quienes se lo llevaron que tengan piedad de este abuelo”, declara una mujer que parece ser su esposa. Siguen las noticias económicas, sube el dólar, oscila el precio del petróleo, pero la selección Colombia volvió a ganar! Cobra James en el último minuto, goooool!. Somos libres, loco!, despierta Kevin, sobresaltado y se sienta de manera brusca en el brazo del sofá. –Mera traba, mijo, relájese, siga que en la nevera hay jugo! Y John Alex le golpea en el pecho con el puño cerrado. Kevin se tambalea y de paso al refrigerador lo increpa con una sonrisa seca, con tufo de recién levantado y lo señala con el índice como advertencia: -Me despertaste, me debes una.
Se quieren como amigos de hace diez años, se cuentan sus pilatunas y hablan de mujeres y de sexo al mismo tiempo que de historia, universidad y juegos de video. Kevin lo apoda “Gamer” y John Alex siempre le dice parcero o loco que es un trato genérico de todos los jóvenes.
-Escuché
que secuestraron un cucho. Estaba soñando o es verdad.
–Si, por
allá en La Paila, Santander. Y vos hablando de libertad. Seguí hablando…, que vengan Simón Bolívar y San
Martín a rescatarlo, o el nobel de Paz o Mandela a consolar la familia, siga
estudiando historia, parcero, y no
aterrice, siga tirando quimios y fumando vareta que la guerrilla lo va a
graduar en historia.
-Y por qué me la montás a mí, yo solo estudio historia, Qué tengo que ver con eso, cada cual con su lucha, loco. ¿No me has dicho que el mundo es como un juego de video de esos que te gustan?. Vos matás gente también y yo no te digo nada-
-Pero no
es gente real, son muertos virtuales. El secuestrado sí es de carne y hueso.
Como en la historia que me contás. Ahí si murió gente real, o no.
-Han
muerto por la libertad, eso es morir con honor.
-Por la
libertad de quién, por la tuya?, por la mía? Vos no sos libre, vivís pegado al
vicio, no hay día en que no consumás. Es eso libertad?
- Ah no,
entonces me vas a dar cátedra vos que vivís pegado a la pantalla de un
computador y al celular. Vos que sos un mantenido de tus papás aquí echado, solo comiendo y
jugando. Los míos por lo menos me exigen estudiar. Entonces vos si sos libre o
qué.
La
discusión sube de tono, se acalora, los muchachos rememoran en insultos viejas
rencillas, “tus papás no tienen tiempo para vos”, “los tuyos solo tienen plata
y poco cerebro”, “a vos te maneja tu novia”, “no fuiste capaz de tomar
decisiones”, “te da miedo” , “cuál libertad!”
La
algarabía se escucha en la vecindad, llama el portero, suena el citófono, nadie responde.
Entonces,
por encima de la discusión de los muchachos, se escucha el grito de una mujer
aterrada:
-Dios mío, el pájaro se ha volado!
De inmediato, ambos miran por la ventana. La vecina de enfrente hunde
las manos entre sus cabellos desordenados, desesperada.
Los muchachos se callan, se miran y
en un abrazo de amigos que se reconcilian, aciertan a decir al unísono:
¡Ese pájaro sí es libre, parcero!
EL MITO DE LA
QUEBRADA
Vivo en una vereda
donde aún se escuchan a lo lejos los disparos de las escopetas que pretenden
ahuyentar a los pájaros cuando vienen a picotear las mazorcas de maíz. Esos
disparos alertan a la gente que hace unos años compartió por obligación el
territorio con grupos criminales, con asesinos que justificaban causas y
vomitaban fuego por los negros cañones de sus armas.
Vivo en una vereda,
cerca de la sinuosa carretera, de ese camino que en cada curva alberga un
peligro. Una vereda donde en cada casa se edifica una historia, y donde en cada
historia se edifica un mito. Los mitos y las leyendas coinciden en el hecho de
que son narraciones que se repiten tanto de boca en boca que al final alguien
las cree y alguien las cuenta como verosímiles, como verdaderas. Es quizá lo
que hago, un eslabón de esta cadena de narradores. Escribo de lo que quizá
nunca ocurrió pero lo hemos venido fabricando con cada charla, cada oralitura y cada escrito.
Así ocurrió, me dijo el
campesino Arnoldo, se acomodó en la silla rústica hecha de un tronco, se frotó
las manos, sacudió los hombros, como si sintiera frío, como si sintiera miedo.
Y empezó:
En las noches se
escuchaban los disparos de armas allá al frente, en La Meseta. Nosotros nos
echábamos la bendición y seguíamos llenando las vasijas de agua. La quebrada
era limpia y corría despacio entre las piedras lisas. El murmullo que producía
el agua era apenas parecido al viento que soplaba suave. Tomábamos el agua de
noche porque pensábamos que era más fresca y porque trabajábamos fuera de la
casa todo el día. Después de una hora de descanso al terminar la tarde, ya nos
cogía la noche. Pero la quebrada estaba cerca, a unos metros de la casa. Era ya
costumbre hacerlo. Un hábito como dicen los patrones. Esa noche, la del 21 de
Octubre, nos demoramos un poco más para bajar por el agua, porque la abuela nos
hizo rezar unas oraciones a la Madre Laura, antes de irse a la cama temprano.
Bajamos entonces y estaba un poco más oscuro que otros días. Tiramos las ollas
al agua, no sin antes amarrarlas para que no se las llevara la corriente. De
regreso, las sentimos un poco más pesadas que de costumbre. Sin preocuparnos
por eso, las trajimos hasta la cocina. Mamá pegó un grito: qué es eso? Y se
tapó los ojos a la vez que hacía arcadas como para vomitar. Las ollas estaban
llenas de sangre, líquida y en coágulos, así como cuando vamos a hacer una
morcilla. Llévense eso, dijo mi mamá, cochinos. Dónde metieron esas ollas. En
la quebrada, mamá, respondimos asustados. Pues boten eso y vayan por agua pura.
Eso hicimos y alumbrados con linternas, bajamos de nuevo a la quebrada. Nuestra
intención era lavar las ollas y llenarlas de nuevo, pero con agua limpia, de
otra parte de la quebrada, pues era evidente que en el primer sitio había un
animal muerto o quizá lavaron un menudo de cerdo en ese lugar. Alumbramos con
las linternas pero… horror! Toda la quebrada esta llena de sangre y de coágulos
rojos que bajaban desde la montaña. Todos gritamos y nos devolvimos corriendo.
Mis papás y unos amigos que llegaban bajaron asustados y nos encontraron en el
camino de subida. Qué les pasó?- Solo alcanzábamos a mostrar para abajo con
nuestras manos, los mayores se devolvieron por machetes y linternas. Todos
bajamos. La quebrada crecía, los coágulos chocaban entre sí. Debe ser una
matazón que hicieron arriba, dijo mi papá. Si, pero no veo cuerpos, solo
sangre. Hay que llamar a la policía. En
efecto, lo hicimos, vinieron, caminaron el borde la quebrada hacia arriba.
Allá, en la cima, yacían más de diez cadáveres decapitados y desmembrados. Aún
les salía sangre que caía a la quebrada. Por eso, terminó Arnoldo, es que en
esta semana de Octubre, seguramente veremos correr sangre por la quebrada.
Ocurre todos los años.
Entonces ahora
comprendo que los mitos son como bolas de nieve que van creciendo porque cada
cual le agrega un ingrediente.
La quebrada se pone
roja cada cierto tiempo, sobre todo en Octubre
Esta semana me
visitaron los funcionarios de CORNARE, se llevaron las muestras de la quebrada
y como resultado me han dicho que en su fondo se reproducen unas plantas
acuáticas que en la noche cambian sus colores hasta un rojo intenso, lo que
produce la sensación de estar frente a un río de sangre. Creo que ocurre algo
similar en Caño Cristales.
ZOILA POSTPANDEMIA
Cuento colectivo
Muchos meses de encierro, muchos días sin poder
trabajar, noticias, personas y hospitales le habían reblandecido el cerebro.
Zoila Sucerquia no aguantaba más. Haría un viaje, sí. A Cualquier parte Y tal vez sería su último
viaje. El definitivo, el camino al cielo.
Llegó a la taquilla en
la terminal de buses y le pidieron su nombre y cédula para venderle el tiquete.
-Zoila Postpandemia, respondió con tal seguridad que la empleada detrás del
vidrio de la taquilla hubo de levantar su mirada esperando la sonrisa propia de
quien está haciendo una broma, tomando del pelo o proponiendo un acertijo.
–Zoila qué? Y ahora no pudo evitar el brillo burlón de sus ojos, al terminar la
pregunta. Zoila, en cambio, se puso más seria y le repitió: Zoila Postpandemia
y no traigo mi cédula. Es claro que mintió. Pero si no me puede vender el
tiquete, me voy de viaje a otro pueblo, y simuló retirarse de la taquilla.
–Disculpe, son quince mil pesos. Y le entregó el tiquete, que Zoila arrugó
entre su mano derecha, junto a los cinco mil pesos que recibió de vuelta.
De tez cobriza, labios
secos, cabello descuidado y una blusa estampada con flores grandes, una falda
larga, Zoila tenía el aspecto de una gitana. Mirada profunda, vacía y fija. Se acomodó
en el primer asiento que encontró vacío, sacó un espejo de su cartera roja y se
pintó los labios mientras el bus iniciaba su ruta hacia El Peñol.
Las tardes de verano en
el pueblo, suelen ser soleadas y frías. Un viento suave juega entre los eucaliptos
y los pinos. El polvo del camino hacia
la planta de aguas, se pega al calzado de la mujer. Chanclas de cuero sintético
que dejan ver las puntas de unos dedos gordos con uñas mal pintadas de carmín.
El viento se detiene y los arbustos alcanzan a escuchar el jadeo que resulta de
una respiración cansada. Amarra su cabello con una cinta ancha y con el dorso
de la mano se limpia el sudor de su frente y las mejillas. El paisaje le regala
un banco de madera y la mujer se apresta a descansar. Mira al agua. Ha sido un viaje corto desde la
ciudad, pero largo y fatigoso desde que dejó el bus. Vuelven a su mente
trastornada tantas caras desconocidas, tantos lugares, tantos radios
encendidos, tantas noticias, tantos tapabocas y tanta soledad en la ciudad que
dejó atrás. Y ahora, aquí sola, sí puede lograr su deseo. Gritar sin que la
escuchen y correr por la yerba seca, descalza y libre. Irse feliz,
desconectarse de una pandemia que todo lo silencia. Soy la vida, soy la muerte.
Y revuelve su cartera para encontrarlo allí, junto a su labial, junto a su
cédula y junto a su dinero. Lo acaricia, lo besa. El frasco recibe el calor de
sus manos y la atención de sus ojos. Sonríe al ver las dos tibias cruzadas y la
calavera, el signo de muerte, impreso en la etiqueta. No más pandemia, no más
vida, tú me librarás de mis penas y me llevarás al cielo. Solo una gotas y me
iré volando, dormida hacia el infinito. Y pone con cuidado el pote con veneno
sobre la yerba, donde pueda verlo mientras baila levantando al viento su larga
falda. Le danza a la muerte. El agua de la planta está presa pero imita el baile de la mujer haciendo
ondas superficiales con el viento. Solo que el agua le danza a la vida y Zoila
le danza a muerte. La planta de aguas, hoy domingo no tiene más visitantes que
la mujer. Paisaje, planta veneno y mujer son los cuatro cómplices propios para cualquier
acontecimiento fatal.
De pronto, una luz:
Zoila detiene bruscamente su danza y en
su demencia, habla en voz alta y decide: Por qué he de irme yo y no
ellos?. Y señala con su índice en dirección al pueblo. Si soy la reina, que se
mueran ellos. Mira el frasco, mira al agua, más tranquila que ella, más clara,
más feliz. Retira la tapa y derramar todo el contenido, esparciéndolo sobre las
cristalinas aguas. Un color azul invade toda la superficie y un fuerte olor
hace que hasta los pájaros se retiren asustados. El agua contaminada sigue su
curso maléfico por los ductos hacia el pueblo. Zoila ríe a carcajadas y repite:
¡Que se mueran ellos!
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Es lunes. La radio
reporta más de cien personas intoxicadas en el pueblo. El médico del hospital
teme que los abuelos y niños no puedan sobrevivir. El agua de El Peñol ha sito
envenenada. La policía rodea la planta en busca de indicios. Las llaves del
acueducto han sido cerradas desde la fuente hasta las casas. Pájaros muertos en
los alrededores, perros que vomitan, niños que lloran.
Una mujer de falda
larga se pinta los labios mientras viaja en un bus hacia la ciudad. La pandemia
pasó y sobreviví. Yo, Zoila Postpandemia.
PENSAR ES HACER.
(“Mi Nuevo Peñol, 40 años: ¿Qué ha pasado?”)
Por
Oliverio Torcido, a mi amigo Juan Pablo Betancur
Alfonso
se ha marchado hace algunos días. En el pueblo se siente su ausencia. Como si
faltara un objeto, como cuando le hace falta un eslabón a la cadena. No es como
la ausencia de los muertos. Al fin y al cabo, de los muertos sabemos que
están muertos. Pero Alfonso se fue tal como llegó. Sin que nadie se
percatara. Una tarde de hace un año se bajó del bus de las cuatro de la tarde y
se acomodó en la cafetería, pidió un café y abrió un libro. Un hombre
cualquiera se acercó a preguntarle si
sobraba una silla y él respondió: -Sobran tres, estoy solo. Y el
cualquiera le respondió: -Igual yo. ¿Puedo acompañarlo?. –Usted asume las
consecuencias, bromeó Alfonso. Mucho gusto, soy Juan Pablo, soy de aquí, de
este pueblo hace veinticuatro años, los que tengo. Yo no, replicó Alfonso. Ni
soy de aquí ni tengo veinticuatro. Lo único que tenemos en común es que estamos
solos. –Y que nos gusta leer, replicó Juan Pablo, señalando el libro. “Pensar
es hacer”. ¿Otro libro de auto-superación?. Alfonso se lo entregó con gesto
amable, abierto en la página 73. Se lo presto, léalo y asuma las consecuencias..-Pero…
me demoraré leyendo, no soy bueno. para eso. No importa, Cuando guste me lo
devuelve, voy a estar por acá el tiempo justo. Me busca. Se levantó de la mesa
y se fue sin pagar el café. Juan Pablo asumió la cuenta y balbuceó sonriendo
“usted asume las consecuencias,,,”
En la
noche, su lectura ya había logrado llegar
hasta la página 73, partiendo del principio, y le atormentó la idea de
que todo lo que se piensa puede suceder, aún los malos pensamientos. En la
página siguiente se proponía la solución de un jeroglífico. En eso sí que era
bueno Juan Pablo, era un aficionado a la cultura general. Si lo lograba, decía
el texto, tendría el poder de hacer realidad los pensamientos, cualesquiera que
fueran. Era ya tarde y debía dormir. El jeroglífico, una mezcla de caracteres
egipcios, dibujos mayas y símbolos abstractos; al final aparecía un dibujo a
mano alzada, réplica de la estatua que hiciera Auguste Rodin. “El pensador”, Esa
imagen sí era conocida. Juan Pablo la había visto en bibliotecas, en internet.
Pero no pudo hilar la frase, la solución, ni siquiera un concepto y así se
durmió, sólo hasta las tres de la madrugada cuando sobresaltado, se sentó de
repente en el borde de la cama: y dijo: “Nada
tiene sentido, Solo el pensamiento”. Si, esa es la solución. Volvió al
libro y en la página 75 solo había una frase escrita en tinta fresca que
manchaba los dedos: “Lo lograste”. No había más páginas. Allí
terminaba el libro. Juan Pablo pensó que era una buena broma. Mañana entregaría
el libro al loco de la cafetería. Y se durmió.
Todo
fue un sueño, se dijo mientras la ducha fría acariciaba su cuerpo, Se metió en
unos calzoncillos limpios y con la meticulosidad de una dama terminó de
vestirse, afeitarse y mirarse al espejo antes de salir. El día debe estar
soleado, pensó y así como lo pensó, ocurrió, pero solo se sorprendió cuando su
paisano Felipe lo abordó para pagarle unos pesos que le debía. Carajo, lo
acababa de pensar. Entones miró a la plaza y la vio tal cual la había soñado,
como la pensaba.. Mi nuevo Peñol, tanto años, qué ha pasado? Tengo veinticuatro
y me cuentan que hace cuarenta sucedió
la “Hiroshima Paisa” Así tituló el
periódico del año 78. Entonces recorrió el mercado y con solo pensar que era un
pintor, acudieron a sus manos acuarelas, óleos, pinceles. Y todo lo que
pensaba, y todo lo que pintaba, se hacía realidad. Hizo renacer ríos y
quebradas, resucitó a sus abuelos, y en una exquisita combinación del pasado con
el presente, reconstruyó las casas de entonces, el pueblo viejo, las formas
viejas combinadas con los aprendizajes nuevos, la gente de entonces con los
jóvenes de ahora. Pensó en líderes y aparecieron, pensó en grandes cultivos y
allí estaban frescos los tomates, las curubas, el maíz, las papas, los fríjoles
y los aguacates. Pensó en la gran represa y en el viejo pueblo y allí
aparecieron, uno al lado del otro, sin invadirse. Su pensamiento recogía todo
el progreso y desarrollo de cuarenta años, unido a los valores físicos,
intelectuales, morales y estéticos de antaño.
Juan
Pablo quiso pensar más allá y unió al Peñol con los sus vecinos mediante
hermosos caminos y veredas. Y una enorme carretera que circunvalaba la región. Pensó en riqueza y todos empezaron
a sonreír y a mostrar lindos atuendos, casas y caballos. Por fin, esa tarde
pensó en felicidad y las familias se abrazaron de nuevo y volvieron a sus
chocolates nocturnos, a la oración y al calor del hogar. Los jóvenes de hoy,
buscaron a sus padres.
Entrada
la noche, meditó: “No todo se ha perdido. Mis veinticuatro años, los cuarenta
de mi pueblo, no han sido en vano, Mi peñol se reconstruye a partir de mis
pensamientos. Quizá el mundo también funcione así: Estoy cansado, pero feliz”.
Solo
al volver al libro recordó que había olvidado entregarlo. Lo abrió de nuevo por
un impulso extraño; la página 75 ya
estaba seca. En una nueva página, que apareció al final, leyó: “Cuídate de los malos deseos, de los malos
pensamientos. También podrán hacerse realidad”. Juan Pablo no podía ser
presa fácil de aquello. Su mente limpia, positiva y diáfana no permitía si
siquiera el menor asomo de la maldad, Ni siquiera quiso probarlo. Y cuando
pensó que su madre podía morir, la encontró en su lecho de muerte con sus ojos
cerrados y una leve sonrisa que adornada sus labios. Y no sintió dolor.
Comprendió la grandeza de la muerte. . Cuando pensaba en la lluvia, ésta caía
feliz sobre las ramas. Y si en algún momento pensó en las dificultades y
tormentos de su pueblo, también concluyó que eran parte del nuevo amanecer, de
su progreso, de la construcción de cuarenta años y siguientes. Un día pensó en ser rico y disfrutó de su
estado, otra vez en ser pobre y descubrió entre ellos, entre los pobres, la extraña felicidad que los cobijaba. Definitivamente su pensamiento, cualquiera
que fuera, encontraba lo bueno entre el dolor, lo dulce entre lo amargo.
El
Pueblo de Juan Pablo se vuelve a construir a cada día, porque él lo hace desde
su pensamiento. Un sol nuevo a cada amanecer, el mercado, un puente, un prado o
un cultivo, dibujados y reales a partir de un milagro, a partir de una frase
mágica: “Nada tiene sentido, Solo el
pensamiento”. Juan Pablo nunca entregó el libro porque nunca encontró a
Alfonso a pesar se su cotidiana búsqueda por todas cafeterías del pueblo.
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Juan
Pablo sigue aquí, sigue pensando. Alfonso se ha marchado hace algunos días. En
el pueblo se siente su ausencia. Como si faltara un objeto, como cuando le hace
falta un eslabón a la cadena. No es como la ausencia de los muertos. Al fin y
al cabo, de los muertos sabemos que están muertos. Pero Alfonso se fue
tal como llegó. Sin que nadie se percatara
EL ESTADO DE
CONCIENCIA
Un intento de ensayo. Dejémoslo en cuento
Sobrevive la
conciencia. La misma que tenemos mientras soñamos. El dolor y el placer físico no
desaparecen. Sobrevive la conciencia, así como cuando soñamos, la conciencia se
alegra, se entristece o se asusta y le transmite al cuerpo para que éste lo
convierta en sensaciones. Es cuando despertamos asustados o tristes, con la
sensación de lo que lo soñado fue vivido. Es obvio que si no hay receptor, si
no hay cuerpo físico, no hay sensación. Pero la ausencia de sensación no anula
la conciencia. Ella sobrevive libre y puede transportarse dentro de un mundo
etéreo donde no hay tiempo ni espacio y , por lo tanto, tampoco velocidad.
Sobrevive la conciencia, libre de
ataduras físicas pero fiel a sus principios. Se apaga lo físico, se descompone,
se pudre, mas la conciencia emerge por sí misma y permanece. No estamos para
otros, pero estamos conscientes para nosotros mismos. De la misma manera que en los sueños
escuchamos y vemos, la percepción de la conciencia es real, en su realidad que
es propia, diferente, no asida a lo físico, más allá de lo físico, metafísico
dijeron los que así lo sospecharon desde los principios del pensamiento hasta hoy, que sigue siendo
principio pero más maduro, más elaborado.
Una cosa es lo real y
otra es lo físico. Lo uno no implica lo otro. Lo real es lo verdadero, lo que
existe, aunque no pueda comprobarse con
los sentidos. Ya lo dijeron. El estado
de conciencia es real, pero no es fisco en sí. El estado de conciencia puede
estar desaferrado a lo físico o unido a él
mediante los sentidos. En el sueño, el estado de conciencia algunas
veces se une a los sentidos; algunas veces, no siempre. Y si lo hace, hay en el
cuerpo físico sensación general de salud o malestar percibido como síntesis de
las sensaciones internas, es decir lo que han llamado cenestesia. El estado de conciencia prevalece entonces,
permitiéndonos estar en diferentes
lugares y circunstancias en las que no existen variables tiempo ni espacio.
Desde esta perspectiva, el cuerpo es un
vehículo de la conciencia y si desaparece el primero por causa de la muerte
corporal, es decir, si deja de funcionar, la conciencia permanece. Es apenas
obvio que al no haber cuerpo, la conciencia queda absolutamente relegada a lo
metafísico sin opciones de expresar dolor o placer físico. Como la conciencia se ha construido a través
de los eventos, ha logrado la capacidad de clasificarlos: positivos y
negativos, cómodos e incómodos, en fin
dígase “buenos y malos”, por nombrarlos de alguna forma. Los efectos de tales
eventos sobre la conciencia también permanecen. Pero cuando de nuevo son
“observados” en los demás desde un estado de conciencia, nada puede hacer ésta
para sancionarlos o corregirlos y menos para impedirlos. Cuando pasamos al
estado de conciencia, por causa de los sueños o la muerte corporal, nos convertimos
en meros observadores del mundo, sin tomar parte, “sin voz ni voto”. Como
observadores tampoco tenemos la opción de cambiar las causas ni efectos de tales eventos,
llegando solo a satisfacernos, incomodarnos de acuerdo a la construcción de
conciencia que hemos logrado cada uno, pero sin opción de expresarlo
materialmente, como dijimos antes. Es de insistir que como no hay representación
corporal, no hay tampoco dolor ni placer en lo que se refiere a lo físico, ante
estos eventos. En palabras más llanas, si estamos en estado de conciencia no
nos “dolemos” ni nos “alegramos” de lo que “vemos” pasar. La construcción de conciencia de la
cual hablamos, se logra a través de unos eventos “buenos” y “malos”, vividos a
través de la existencia. Sus efectos o resultados no están ligados a dogmas ni
creencias sociales sino a las referencias propias del individuo. Sin
embargo, la observancia de ciertas
conductas, universalmente consideradas como “buenas”, sumadas a las conductas que para cada individuo resultan sanas y
satisfactorias, muchas conductas y comportamientos inscritos en códigos
socialmente aceptados, todos estos,
contribuyen a la construcción de la conciencia.
En palabras más
simples, el estado de conciencia puede calificar los comportamientos de los
individuos observados sin que su evaluación cause el menor síntoma de dolor o
placer. El estado de conciencia es neutro ante cada circunstancia. Desde el
estado de conciencia, nada podemos hacer para cambiar un mundo en el cual ya no
vivimos.
No puede negarse la
influencia de la fe, la creencia en un ser superior y el prepararse para un
destino final del ser, en la construcción de la conciencia individual. Obras y
conductas que son comunes a muchas religiones y creencias, aportan buen caudal
en el significado de cada conciencia individual.
UN CUENTO DE DIEZ
AÑOS
(En
los diez años del concurso de cuento Prevenservicios, El Peñol)
Los calendarios de
entonces repetían en cada hoja desprendida que corría el año 2008. Le había
sonado la cosa, le había interesado el asunto: escribir un cuento. Se sentó y
garabateó tres palabras Esta es mi historia. Y se dejó
llevar…, y voló por los espacios de la imaginación. Y encontró sentido a su
vida y entonces se preguntó de dónde venía, por qué estaba allí y escribió.
Primero unas líneas, después un párrafo e hiló palabras para llegar al texto.
Cuando llegó al final, empacó sus cosas y entregó sus hojas. Días después la
voz del jurado le anunció su logro, y recibió su premio y quedó para siempre
inscrito en la lista de los más grandes. Había ganado el primer puesto de aquel
concurso convocado por la mano amiga. A partir de allí, se convirtió en escritor,
tomó la pluma cada año y se aventuró en el delicioso oficio de escribir. Y de
escribir para su pueblo, para El Peñol, para su gente. Y vino su deseo: Ojalá se vaya la luz, para que la penumbra invitara al recuerdo. Y pensó si
sería él mismo a cada año y para cada tema renacería con más fuerza como el ave
Fénix. Si lo haces al derecho, reclama tus derechos, fue la propuesta
y de nuevo llenó sus hojas antes blancas con frases que invitaron a la sana
convivencia y al ejercicio de la libertad. Sin género, sin sexo, el ser humano es uno solo. El escritor se
puede desdoblar y aunque cada año parezca diferente, es solo eso: el escritor.
A Gustave Flaubert se le atribuye la
frase “Madame Bovary soy yo”, porque el
que escribe asume posiciones tal vez esquizofrénicas, asexuadas. Tampoco está
condicionado al tiempo, lo trasciende Y es capaz de ver a su pueblo y a su
gente en el futuro y por eso ve y escribe El Peñol y su gente en el año 2030. Nuestro escritor, que cambia de nombre
a cada año, recorre su pueblo, va por los bares y cantinas, sale a las veredas
y sufre con los que sufren ve a su gente hundida en sus problemas, en sus
vicios y no se resiste a volver a sus escritos que son la panacea, escribir es
soñar, soñar es esperar y con la esperanza vamos saliendo del fango que nos impide el progreso personal y social.
Un nuevo día, un nuevo
sol. Las calles del pueblo se llenan de luces y de flores. Esta vez se trata de
celebrar y los paisanos se aprestan a festejar un nuevo cumpleaños. Pero este
año tiene un sabor a centenarios. Son tres. Y El Peñol, Un patrimonio cultural con
300 años de glorias, sacrificios y saberes, inspira al escritor de nuestro
cuento. El va preguntando de aquí a allá, habla con el joven, con el anciano,
visita bibliotecas y llena sus papeles
blancos con notas que hablan de leyendas, de sitios idílicos, de
acontecimientos y de personajes. No en vano han pasado cien, doscientos y
trescientos calendarios. No en vano su pueblo se ha sumergido para empollar el
ave que abre sus alas al nuevo amanecer. Un pueblo nuevo que no teme a los
recuerdos y cuya historia se forjó con los golpes de labranza. No importa si
algún día se apagarán las redes o
faltará la energía eléctrica, pues ese día sin conexión será capaz de
volver a sus valores básicos, a sus familias y sus charlas nocturnas a la luz
de las velas y al calor del
chocolate. El escritor entonces se viste con paisajes, los pájaros le hablan,
las montañas lo arrullan y las cascadas le susurran: “Cúentale al mundo donde vives”,
abre tu cuaderno y escribe a cada día, escribe para propios y para los
extraños, háblales de El buen turismo y la construcción de
progreso en El Peñol. No guardes tu pluma, caminante, escritor. Hay
historias, recuerdos, parajes y caminos.
Y… Al final de la
tarde, después de diez años de letras, de palabras, este ser con mil rostros
reposa en su grandeza, este ser que en un año habitó en el cuerpo de un hombre
y cuando quiso fue dama y niño y viejo, este escritor hizo pausa en el camino,
se acomodó en la piedra, esa más alta, en la roca cerca al cielo, y desde allí
contempló su villa, los arados, las quebradas, los parques, las personas y
suspiró diciendo: “Mi nuevo Peñol 40 años ¿Qué ha pasado?” Entonces ocurrió lo
inesperado: desde la piedra, las hojas volaron, impregnadas de letras, de diez
años de cuentos. Y las hojas…como extraño milagro, se convirtieron en palomas
blancas, surcaron el cielo y volaron sobre el pueblo, sobre ancianos y niños
que reían felices al verlas pasar como mensaje de una paz que llegaba desde el
cielo.
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CRONICAS Y ENSAYOS
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¨El profesor Epifanio Tintinago en esta crónica
nos regala un memorable testimonio de lo que es llegar como nuevo habitante de
una comunidad y, rompiendo los estereotipos de lo que llaman ser foráneo,
integrarse plenamente.
Por veredas y calles de El Peñol, un municipio
cada vez más cosmopolita, hemos visto al profe Tintinago caminar, escuchar,
aportar, dialogar con todos, nativos o llegados de otros lados, en una actitud
abierta, que nos ha hecho recordar a algún sabio personaje sacado de las
páginas de la obra 'Lecciones de los maestros', del pensador George Steiner.
Con inteligencia y empatía don Epifanio ocupa un
destacado lugar en el pueblo tras descartar el irse a residir a otras
latitudes.
Estamos, pues, ante una bonita crónica que se lee
con agrado y cuyo remate final sólo puede dar lugar a una sincera respuesta de
bienvenida, pues es costumbre de los peñolenses acoger a todo quien llega, y
más en el caso de este prestigioso profesor cuyas acciones vemos con gratitud, pues
son un aporte notable al progreso intelectual y social de nuestro municipio¨
Pedro Nel Valencia
Nuestro hermoso idioma Castellano abunda en
sinónimos, afines, modismos y acepciones. Al que vive en el mismo lugar donde
nació, se le dice nativo, oriundo. Al que llega, a pasar las vacaciones de
verano en un lugar distinto del lugar en el que vive habitualmente, se le llama
veraneante, turista. Para el mejor uso del idioma, foráneo es el adjetivo más
acertado en nuestra intención por su etimología: foraneus, de fuera, exterior,
forastero. Son las características de quien llega de afuera pero que finalmente
puede o no echar raíces y tal vez se quede, sin perder su condición o
adjetivo.
Las vacaciones del veraneante en cualquier lugar,
pueden ser largas o cortas, o su estadía puede ser durante el verano o en el
invierno. Es que, en el trópico, un día
soleado puede convertirse de repente en lluvioso a merced de cambios en los
factores atmosféricos. Nuestro clima es algo indefinido. Más aún si está en un
lugar geográfico donde se dan condiciones para un micro clima particular. Ese
es el lugar desde donde escribo, cerca al embalse Guatapé- El Peñol, espejo de
agua con una extensión de aproximadamente 2.262 hectáreas, 20 metros de
profundidad y 1.200 millones de metros cúbicos. Varios municipios, varios
pueblos reciben la influencia climática de esta gran masa de agua.
Nuestro hermoso idioma Castellano abunda en
sinónimos, afines, modismos y acepciones. Al que vive en el mismo lugar donde
nació, se le dice nativo, oriundo. Al que llega, a pasar las vacaciones de
verano en un lugar distinto del lugar en el que vive habitualmente, se le llama
veraneante, turista. Para el mejor uso del idioma, foráneo es el adjetivo más
acertado en nuestra intención por su etimología: foraneus, de fuera, exterior,
forastero. Son las características de quien llega de afuera pero que finalmente
puede o no echar raíces y tal vez se quede, sin perder su condición o
adjetivo.
Las vacaciones del veraneante en cualquier lugar,
pueden ser largas o cortas, o su estadía puede ser durante el verano o en el
invierno. Es que, en el trópico, un día
soleado puede convertirse de repente en lluvioso a merced de cambios en los
factores atmosféricos. Nuestro clima es algo indefinido. Más aún si está en un
lugar geográfico donde se dan condiciones para un micro clima particular. Ese
es el lugar desde donde escribo, cerca al embalse Guatapé- El Peñol, espejo de
agua con una extensión de aproximadamente 2.262 hectáreas, 20 metros de
profundidad y 1.200 millones de metros cúbicos. Varios municipios, varios
pueblos reciben la influencia climática de esta gran masa de agua.
Este es un conjunto de episodios sucedidos, en el
lugar descrito, al foráneo que escribe.
A diferencia de las primeras líneas de La Vorágine,
yo no “jugué mi corazón al azar” sino que tomé una decisión de vida. No son la
suerte ni el azar los que me han traído aquí, a la mesa desde donde inicio este
intento de crónica. Vale decir que cuando escribo, mi género favorito es el
cuento, pero iniciemos esta aventura literaria con su permiso, amable lector. Mucho antes de mi primer café.
Muy cerca al día en que debía abandonar definitivamente las aulas como profesión, ya como maestro pensionado, o jubilado que para mí no es lo mismo, debía decidir si mi futuro estaría al lado de Mario, mi hijo mayor, ya residente por muchos años en los llamados Países Bajos, donde los centros para adultos mayores gozan de una magnífica infraestructura, excelente agenda de actividades diarias y permanentes controles de salud física y mental. Dicen que hasta actividad sexual se provee allí y no es raro en un país donde el aborto, la eutanasia y el consumo de estupefacientes no son motivos para escandalizarse. Ya había estado un par de veces en el camino entre Den Haag (La Haya), Amsterdam y Rotterdam. Era una de mis cartas en esa baraja de alternativas que tiene todo maestro próximo a su retiro o pensión. De otro lado, no me atraía la idea de quedarme hasta envejecer al lado de mis estudiantes, ellos cada año más frescos, cada día más informados, siempre actualizados, con el último género musical, el deporte y las nuevas aplicaciones virtuales. Cierto es que las primeras nociones acerca de los computadores, la programación y la informática, las habían recibido en mis clases a las que siempre asistieron con un deseo evidente de aprender. La informática, a diferencia de las asignaturas formales, tiene ese ingrediente de novedad que atrae a los niños y adolescentes. Y para los últimos años de mi ejercicio profesional ya había descubierto como docente la manera de atraer al estudiante con un discurso despojado de formalismos y una actitud cercana a ellos, tal vez con el deseo de “camuflarme”, de ser uno de ellos y fingir que era también un aprendiz. Y lo era, porque en el establecimiento educativo, apenas se asomaba con timidez la investigación en la informática. Al lado de ellos estudié y aprendí. En esta relación también resultó gustarme el rock, el pop, hasta el punto de atreverme a cantar y brincar en un concierto de La Mosca, de Kraken, de Fito o Calamaro. No escatimé el utilizar este u otro pretexto para evitar los formalismos académicos propios del sistema educativo, actitud que resultó en favor de excelentes relaciones entre el profe, el estudiante y por supuesto, el conocimiento. De eso dan fe decenas de adultos que un día fueron mis discípulos y hoy no dejan de expresar su gratitud. Seguramente que estas prácticas, ese estilo, ese cuasi modelo, levantaron fastidio, comentarios y hasta sanciones de parte de los ortodoxos defensores de los sistemas educativos clásicos, sobre todo aquellos que se orientan más al resultado escolar medido en cifras y no en el aprovechamiento para la vida misma en cualquier campo. Cuando se rompen esquemas, se corren esos riesgos y parece que pasé por alto sugerencias y consejos. Pero sin fingida modestia, a El Peñol llegó un maestro satisfecho de lo que hizo y como lo hizo y tal vez lo siga haciendo hoy, pero a la sombra y fuera de los rígidos muros de las escuelas. Todos los días se enseña, todos los días se aprende.
La posibilidad de quedarme allí, institucionalizado,
tampoco me atraía.
Algunos maestros se pensionan y continúan laborando en busca de ingresos adicionales. Creo que un maestro caduco no conviene a un estudiante joven. Tenía además asuntos pendientes con mi vida y requería de tiempos nuevos, de nuevos espacios. Visité pueblos y veredas de mi Antioquia y consideré que irme del país no tenía sentido. Volvería sí a los Países Bajos, pero para ver a mis nietos y decirles que eran más verdes mis montañas y más lindas. De nuevo en Den Haag, mi hijo escuchó y entendió mis excusas mientras viajábamos varios días atravesando fronteras. Me dolió el pasado con heridas de guerra en Alemania, me endulcé con los chocolates belgas, acampé y miré castillos en Luxemburgo y un día Mario me metió en un rutilante bote para que desde el Sena contemplara a Notre Dame. Me pareció ver a Quasimodo en su campanario y entendí por qué literatos, pintores y otros “locos” tenían que ir a París a hinchar sus pulmones con el aire que juega desde los jardines de las Tullerías hasta el Arco del Triunfo y la majestuosa Torre Eifel. En una de sus calles, me pareció ver la niña perdida que más tarde se convertiría en uno de mis cuentos, casi crónica, “La niña perdida en París”. De regreso a Den Haag no pude evitarlo. De nuevo, como en mis años de joven, la necesidad de escribir aceleró el pensamiento y de éste salieron cuentos en colección: “Cuentos desde Holanda” se escribieron allí. Con aire de nostalgia se escribió “El vicio de comer”, inspirado en un cuento de Kafka pero personificado por los niños gamines de Bogotá y Medellín. No me atraían las prostitutas de Amsterdam detrás de las vitrinas ni los coffee-shop con olor a marihuana. Todo me ataba a la tierra que me vio nacer, a mis montañas.
Ya disculpado con mi hijo, el Boeing 747 me trajo de regreso al “país del corazón de Jesús”. Barajo de nuevo las cartas y la figura apuntaba al campo. Era definitivo, buscaría el verde del monte y volvería a escribir, a leer y a escuchar música sin horarios ni agendas. Colgaría una hamaca entre dos palos y le daría rienda suelta a mi quijotesca imaginación.
¿ Y
a dónde ir ?
La familia Hincapié Márquez nos abría sus puertas cada vez que deseábamos ir a pasar nuestras vacaciones en el campo. Oriente de Antioquia. El Peñol. Y era que esa piedra, la gran piedra, La Piedra de El Peñol, con redundancia y todo, nos recibía siempre con esa extraña seriedad de monumento milenario. Los Hincapié estaban al lado de la otra piedra, la del Marial y esto nos permitía disfrutar en doble dimensión: allá al frente la gigante mientras acá tocábamos a la que siempre consideramos su hija. Mary Hincapié me había contado que en la vereda La Hélida vendían un lote con una casa vieja. No había mucho que preguntar, primero porque no soy experto en tierras y segundo, tal vez lo más importante, porque en una Antioquia, para la época, sembrada de minas personales, de “Guerrillos y Paracos”, bastaba con mirar en el mapa si la zona estaba o no marcada con rojo y La Hélida, a unos cinco kilómetros del casco urbano de El Peñol, parecía estar en paz a pesar de su cercanía con Granada, pueblo tomado por la guerrilla el 7 de diciembre del año 2000 con diecinueve muertos y doscientas casas destruidas. Seguramente El Peñol no era la puerta del cielo, pero sonaba como una buena alternativa al lado de las otras ya contempladas sobre el papel. Una llamada telefónica a Mary y de una salió con Chucho a ver esa tierra que ofrecían. Como no sé de campo, insisto, ni de agricultura y menos de tierras, confié en la información y sabiduría de ellos, firmé en diciembre de 2007. Así de sencillo, sin nada de poesía de por medio. Tal vez vendría a “veranear en un invierno” o quizá a escribir cuentos colgado de una hamaca. Buen clima, azadones y racimos de plátanos me esperaban. -Si no te aburres y sobrevives, iremos a comprarte tomates en la puerta de tu finca, montañero. Dijeron mis amigos al despedirme.
El canto de los pájaros me sorprendió al amanecer (un
buen comienzo para un poema cursi) miro en las tardes cómo el sol se esconde
tras las montañas para dejar las noches al cuidado de las sombras y de la luz
de la luna. Mi estancia por tantos años en la ciudad ya casi me había hecho
olvidar esos sonidos, esos paisajes, ese olor a campo, a hierba húmeda y a
yerba recién cortada. El tiempo sería indefinido, la estancia duradera. Nunca
pensé que un pueblo nuevo, de casi 40 años, un pueblo joven, pero con una vieja
tradición mucho más que bicentenaria, me iba a recibir para contarme historias,
anécdotas y sucesos en las calles, para invitarme a uno, dos y más cafés
calientes, para que en medio de aguardientes o cervezas me contara cómo se
ahogaron casas, calles y sembrados bajo el pretexto del mal llamado progreso,
para mí muchas veces opuesto al desarrollo. Un pueblo dispuesto a declararle
sus íntimos dolores sociales a la par de
las felices historias de los abuelos, de los lugares, del tomate, de la
gulupa, de los viejos caminos y veredas, de los chorros de agua que brotan
libres de las entrañas del paisaje y corren raudos por las cañadas y los
esteros.
Había saltado de la ciudad a la vereda. Entonces mi oído recordó el lugar fantástico que había sido descrito por el doctor Oscar Alonso Villegas, abogado y compositor antioqueño, en su canción:
“Dame, Señor, la paz de una
cabaña que tenga un río de mágico rumor. Por compañera, solo la montaña, donde
pueda descansar mi corazón ”
Y eso es precisamente lo que me encontré.
Salgo al
pueblo
Llego a las primeras casas del pueblo, Barrio Florito, después de caminar noventa minutos entre
silbidos de pájaros y patear guijarros como lo hacía de niño. He estrenado
botas nuevas, de las que usan los campesinos en sus faenas diarias. Y mi primer
dialogo: -¿Por qué Florito?, -porque las tierras fueron de don Floro, sospecho
que fue un terrateniente del pueblo viejo. Asciendo la pesada cuesta y las
señoras recién levantadas escuchan mis jadeos. Busco el parque central y no lo
encuentro. Tal vez no exista. Entones
tomo café en cualquier esquina mientras escucho a los
de la mesa frente a mí. Hablan de vacas, de abonos,
de cuidos y herramientas. Comprometen su día, su semana en una agenda que no
veo escrita. -Cuente conmigo, yo no le fallo. Nadie me reconoce, me siento muy
bien con mi anonimato. No vaya ser que crean que soy de algún grupo armado,
ah!, pero creo que no tengo cara de malo(!) Tal vez me confundan con algún
visitante de otros tiempos. Preferiría que pensaran que soy extraterrestre
(E.T) Al fin y al cabo, ese es mi logo en Internet. Deben ser las diez de la mañana,
pues escucho diez campanadas en la iglesia. Caminaré por el pueblo y si alguien
me lo permite, hablaré con él y le preguntaré muchas cosas.
En la tarde, ya un tímido invierno se insinuaba. Apenas unas brisas acariciaban mi cara. Para resguardarme, me metí en lo que después supe que se llamaba el Museo Histórico de El Peñol. Aquí, la historia es una dicha, me dijo a la entrada una muchacha muy simpática. Luego vino Nevardo García, el director, un libro disfrazado de hombre. Me enseñó reliquias vivas del “naufragio”, la tradición artística y muestras de la cultura de este pueblo cuyas manos se metieron muchos años en la tierra y le hicieron brotar el sustento diario desde sus entrañas. Sudor de tierra y de trabajo. La historia conservada en el arte: Óleos y colores, arcilla y mapas, retratos de gente con el sudor corriendo por su frente. Y allí, la heráldica antioqueña representada en el escudo donde flecha y sable se unen como razas ibéricas e indígenas, donde el “hacha que mis mayores me dejaron por herencia”, como escribiera Epifanio en su canto, no simboliza destrucción sino trabajo. Escudo donde las fuentes hídricas, riqueza local, se ven azules y plateadas y donde las luchas patrióticas y el trabajo de la tierra se sintetizan en las palabras Espada y Arado, tomadas del latín. La heráldica tiene la facultad de sintetizar en imágenes y símbolos las épocas, las luchas y las virtudes de los pueblos. No en vano, en la antigüedad, todo un ejército se reconocía en un blasón y por él luchaba hasta vencer o morir. El escudo de El Peñol, como referente ideográfico me sorprendió entre las muchas piezas que pude contemplar en el museo y el agradable rato que con generosidad me regaló Nevardo.
Al caer la tarde, mis pasos me llevaron a la
Iglesia. Tengo la costumbre de orar de manera diferente cuando entro por
primera vez a un templo. Pido primero por mí, por mi familia y después se me
viene toda la lista de beneficiarios de mi oración. Hoy, hasta por este pueblo
naufragado he pedido. Un cristo metálico hecho de herramientas fundidas, me
saluda. Qué raro, no tiene cruz, tal vez quiere decirme que el dolor quedó
atrás y verdaderamente una comunidad, un pueblo, ha resucitado y no quiere más
cruces.
Es curioso, pero el saludo de ese Jesús maltratado
contrasta con la otra bienvenida: aquella que ayer en la mañana, a la entrada
de El Peñol, me ofreció de nuevo un Ave Fénix con sus alas abiertas. Es la
escultura emblemática. Entre el cristo
metálico y la Fénix hay mucho de diferencia, pero también mucho de similitud.
Vida, muerte, eternidad, resurrección.
La Fénix, a la entrada, me ha obligado a repasar algún texto que leí en la universidad. Aquel libro que se llama Símbolos de transformación, del médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo, Carl Gustav Jung. Es que alguien, tal vez Mario Hernández el creador del magnífico monumento, entendió como Jung que este pedazo de tierra llamado El Peñol, en el departamento de Antioquia, como el ser humano y el ave Fénix tienen muchas similitudes. La Fénix de América, El Peñol, símil de la mítica ave capaz de elevarse majestuosamente desde las cenizas de su propia destrucción y que simboliza la resiliencia, esa capacidad de la cual hacemos uso cuando nos renovamos en seres mucho más fuertes, valientes y decididos. Es la responsabilidad social de cada uno de los habitantes.
Y me tomé el
tercer café
Opté por el tercer café y lo saboreé mientras
escuchaba la única emisora en amplitud modulada (A.M). Me pareció curioso que
tan lejos de la ciudad no se notara el molesto ruido de la estática radial
en los receptores. Un locutor de acento
campesino hablaba de los difuntos del día, de los de la noche anterior y lo
hacía con tal propiedad que parecía haberlos conocido a todos ellos y a toda su
familia, vivientes y sobrevivientes. Ese hombre debe conocer toda la historia
de este pueblo, pensé. Me apresuré a conocerlo en persona.
Detrás del vidrio de la cabina radial, un hombre limpio, recién duchado, de gafas negras y sencilla indumentaria removía papeles y leía con torpeza los anuncios con un estilo deliciosamente campesino. Podía escuchar su voz adulta y cálida en los monitores y ver su rostro a través del cristal. “Radio Fénix, buenos días. Este es su programa El Vendedor…” Recordé de inmediato aquella frase de película: “Buenos días Vietnam” y a Adrian Cronauer tratando de entretener a los soldados tristes en Saigón. De alguna manera, Eugenio Salazar, que así se llama nuestro “locutor montañero”, perdón, “mañanero” se parece a Robin Williams, el actor que encarna a Cronauer en la película. Es que suelo jugar con fantasías e imaginación quijotesca, con narraciones y cuentos. Días más tarde comprobé que Salazar también entretenía a un pueblo igual de golpeado por injusticias sociales: otra forma de la guerra. De Eugenio Salazar escuché y escucho día a día el relato radial, la noticia, el obituario, a través de Radio Fénix. Por cortesía del mismo Eugenio y de manera personal, he aprendido nombres y lugares del Viejo Peñol y en privado más anécdotas, más historias y hasta confidencias. Desde entonces, escucho con agrado el saludo cordial de Eugenio desde su programa. “En la vereda La Hélida, saludos al profe Tintinago..”. La influencia de los medios como el cuarto poder: a partir del saludo desde la emisora local, ya mi apelativo sería “el profe Tintinago”. Se acabó el anonimato. Con Nevardo García, director del museo, me conecté con el pasado y recorrí las calles y esquinas del viejo Peñol. Con Eugenio un presente y de la biblioteca, en agradables textos de escritores peñolenses he aprendido de la fundación, de un resguardo indígena, el de San Antonio de Remolino de El Peñol en 1714 y las luchas sociales en los setentas, tiempos de la inundación.
Isidro, el
referente.
Ningún tiempo es suficiente para restañar heridas
sociales. Siete años no alcanzan a borrar de la memoria las muertes violentas
de campesinos y es por eso que me increpan en el pueblo. –¿Usted compró en La
Hélida?. ¿No sabe que allí hubo una masacre hace poco? Los campesinos aman
tanto a su tierra que no saben de fronteras. Y aunque los cuerpos de las trece
personas asesinadas el 5 de enero de 2001 fueron dejados en la carretera del
frente, entre las veredas Chiquinquirá y La Meseta, la tragedia consternó a
todos, como si hubiera sido en la puerta de su casa. Así lo pude observar en el
relato del campesino Isidro aquella noche de enero de 2008. La Hélida dista de
La Meseta unos tres kilómetros pasando por Las Vegas. Isidro sorbió el
chocolate y me narró la historia con la claridad y emoción de un periodista
empírico. –Ya no pasa nada. Todo está tranquilo. ¿Usted ha visto ese calvario
más allá de la escuela? Allí mataron a una señora porque se negó a dar
informaciones. Un “calvario” es una cruz puesta en los caminos, en el sitio
exacto donde alguien terminó sus días, generalmente por accidente o algún hecho
violento. Ese calvario sí está muy cerca de la cabaña que me dio El Señor
respondiendo a mi pedido. Solo que en la canción la paz sí está incluida. Y en
mi regalo también.
Los hechos violentos en Antioquia y todo el país no cesaban y los titulares de los noticieros nos preocupaban cada día, cada noche. Mientras las cadenas radiales y la televisión fueron mis referentes externos, Eugenio Salazar lo fue de los acontecimientos del pueblo. Isidro lo fue en lo más cercano, lo local, la vereda. Isidro sabía historias de ésta y de las otras veredas, de los pueblos vecinos y de los lejanos. Isidro se convirtió en mi reportero permanente en aquellas noches de merienda, comentarios y chistes. Debo agregar entonces en mis referentes a este hombre descalzo, curtido por el clima y el trabajo, nacido en La Hélida y conocedor de caminos, parajes y personas y dueño de una oralidad agradable y versátil muy similar a la de los abuelos de antes y aquella de los aborígenes sin tecnología, al pie de una fogata. Lo que otros me enseñaron de lo urbano, Isidro lo hizo de lo rural. Solía decir que el profesor era yo, sin percatarse que su cerebro era un libro, un disco duro con la historia fresca de su comunidad.
Un amargo café.
Cuatro kilómetros más trescientos metros se andan
cómodamente en una hora y media, si a trechos nos detenemos para disfrutar el
paisaje y aprovechar el aire. Mis botas nuevas eran de buena calidad. Tan
ansiosas de caminar como yo de aprender. Aquella mañana hice el camino en menos
tiempo. Y el café esperaba entre contertulios de buena experiencia, gente ducha
en temas locales y con un ingrediente adicional: miraban la historia desde otro
ángulo. Mi afición literaria, más orientada a lo lírico y a la fantasía, me
apartaba de la discusión y resolví mejor escucharlos prudentemente. Un tinte
reaccionario, tal vez político y saturado de crítica, de lo social, se dejaba
entrever en sus palabras. Parecía que, desde el Viejo Peñol, habían militado en
organizaciones defensoras del patrimonio cultural, reaccionando a los fines
mezquinos del mal llamado progreso. Hablaban de una identidad perdida, de un
pueblo nuevo mal diseñado en urbanística y de políticas usurpadoras de
derechos. Entonces recordé mis luchas universitarias de los setentas, de mi
adhesión a la Juventud trabajadora colombiana (JTC) y los militares que nos
perseguían buscando en nuestras casas cualquier material ideográfico que nos
vinculara con el Comunismo de entonces. Me di cuenta que pasaban los años, pero
parecía que la violación de los derechos humanos y las luchas sociales seguían
en vigencia. Y aunque no fui activista de sindicatos en mis años como maestro,
sí tenía cicatrices de luchas y memorias de Felipe Vélez, de Héctor Abad Gómez
y tantos más que cayeron sólo por elevar su voz ante la injusticia. Esta mañana
el café se puso amargo y empecé a entender la otra historia de El Peñol,
salpicada de sangre, injusticias y absurdos. Fue como leer el otro libro, el
vetado, el que se guarda para que muchos no lo lean. Esa y otras tardes de
tertulia me hacían regresar a la vereda con un sentimiento extraño, muy
parecido al que de joven sentía ante los atropellos estatales. Rabia, tristeza,
impotencia. Por eso se me amargaba el café.
Más cerca de
la tertulia
Si en el pueblo me “coge la noche”, debo tener un lugar dónde amanecer. Quería estar más cerca de la tertulia, más tiempo con los amigos que acababa de conocer. Razones y disculpas para tomar en alquiler aquella casa que nos ofreció Cecilia Chaverra, una mujer que siempre la vimos dispuesta a ayudar a quien se lo pedía. Barrio Comuneros, donde viven orgullosos aquellos que construyeron sus propias casas en uno de los proyectos más comunitarios del nuevo Peñol. Orgullosa y servicial, Cecilia en unos cuantos días nos puso al día en la historia. De ella supimos que un alcalde llamado Arcesio Botero también metió sus manos en el cemento y la arena para ayudar a construir el barrio. Cuenta Cecilia que Arcesio, dirigente del Movimiento Cívico popular y ya exalcalde y concejal, fue víctima de un atentado el 9 de mayo de 1995 y murió doce días después dejando desconcierto y consternación entre todos. Era parte de la historia trágica que había quedado atrás. Comuneros, el año 2012 cuando llegamos, era un barrio de gente amable y trabajadora. Nosotros, ya con vivienda en el pueblo, podíamos quedarnos hasta tarde de la noche, más cerca de la tertulia. En esas noches de tintos y aguardientes hicimos amigos, otros amigos, y alternábamos entre el pueblo y la vereda. Citas e invitaciones me hicieron sentir que compromisos sociales venían en camino, como aquella tarjeta en la que Sergio Ossa, rector de la más antigua institución educativa del sector, me extendía como invitación a celebrar los cien años. Recuerdo que me sugirió una charla con los estudiantes sobre el desarrollo de las tecnologías de la información entre 1912 y 2012, precisamente los cien años. Cómo me divertí hablando de los “nuevos” inventos, de la radio, la televisión, los walkmans, los casetes, los bípers y los celulares hasta llegar al computador, herramienta propia de mi formación como especialista en informática educativa. Era mi primer aporte a El Peñol y desde el tema de la educación, de esa educación informal, la que me gusta, sin horarios ni muros. La del pretexto.
Desde esa celebración centenaria se derivaron mis
participaciones en grupos como el Consejo de Cultura, la Junta municipal de
educación, y el concurso anual de cuentos de Prevenservicios, evento del cual
fui honroso ganador en el año 2014, cuando El Peñol cumplía trescientos años.
Con la misma máquina de hoy, escribí “Cuéntame un cuento, abuelo”. En mi
fantasía, me atreví a poner al Principito sobre la gran roca y a mencionar a
los desaparecidos por la violencia y a sacar al político liberal desde su
residencia en un billete. Ya para
entonces el pueblo me había dado tanto que merecía con creces ese y muchos más
regalos, formas simples de mi agradecimiento.
Orlando
pintor, aprendiz de escritor.
A la tertulia se unieron estudiantes universitarios, escritores, estudiosos de filosofía, trovadores y hasta políticos. No faltó el artista que, a decir verdad, lo somos todos, pero éste con un pincel muy fino y definido: Orlando Piedrahíta había llegado a El Peñol como muchos, buscando la inspiración en las montañas y en las muchachas bonitas. De las primeras tomó nuevos colores, nuevas tonalidades en ese verde antioqueño tan nuestro y exclusivo. De las muchachas, su gracia, su movimiento, sus gestos y su picardía. Así lo dejó expresado en sus óleos, acuarelas y bocetos. Leía Orlando con la curiosidad del niño y escuchaba con igual atención una pieza de Mozart y un tango de D’arienzo. Solíamos hablar de todo, de lo absurdo y de lo banal, de lo profundo y de lo superficial. Se definía a sí mismo como ateo y criticaba al clero sin mucho fundamento. Le fascinaba lo oculto, lo que se escribía desde las oscuras creencias y estaba seguro de la existencia de los mundos paralelos, de los illuminati y de un planeta tierra controlado por las religiones, los plutócratas y los masones. A Orlando le había conocido ya hace más de cuarenta años y ambos nos soportábamos a pesar de nuestras diferencias. Por eso podíamos sentarnos horas a escuchar tangos al calor de los aguardientes. Una vez me preguntó si escribir cuentos era difícil, pues él ya había leído varios de los míos. Y atiné a responderle con un símil. Tan difícil como pintar una mujer en un lienzo. Sabía que él entendería esa respuesta. ¿El arte no es eso precisamente? Un acto generoso de traer a la vida real lo que tenemos en la imaginación. Esa noche obtuve la mejor respuesta de un discípulo: -Entonces yo puedo escribir un cuento! Y lo hizo: Aquel tango que para su gusto cantara Argentino Ledesma, “Habláme de Amor”, así con acento en la segunda vocal, como hablan los argentinos, fue su inspiración para un cuento que sería ganador en el concurso local. Orlando logró aprender a escribir cuentos, yo ni siquiera me atrevo a tomar un pincel. Orlando ya se fue a la eternidad... y no me enseñó a pintar.
Políticos y
veredas
Desde los años en la Universidad, he creído que en
Colombia admiramos a los políticos de otras naciones y leemos con admiración
sus biografías. Mas los nuestros, si no son escritores o filántropos, no
despiertan nuestra menor atención. Es solo mi parecer y como tal, susceptible
de debatir en cualquier escenario. Puede ser que los políticos nuestros están
tan cerca que les conocemos sus defectos y en cambio las biografías de los
otros muestren la cara más amable. Puede ser. Vengo a lo local. Cuando la norma
en 1986 democratizó la elección de alcaldes y éstos se convirtieron en sujetos
políticos de elección popular, El Peñol conoció las propuestas y los discursos
de los más cercanos: Botero en el 88, Botero en el 92, Ramírez, Hoyos, Giraldo,
Ocampo y otros. La cercanía con la gente del pueblo les granjeó, además de
votos, confianza y hasta una mayor exigencia en cuestión de desarrollo y
solución de problemas. A mi llegada, me encuentro a un señor de botas
pantaneras metido hasta las rodillas entre el barro, producto de la avalancha
que recién había caído en la cascada de Guamito. ¿Quién es?, pregunté. -Yoni
Ramírez, el alcalde (2008-2011). Vaya agradable sorpresa. ¿A quién se le ocurre
preguntar cuál partido político representa? Su labor social no tenía colores ni
banderas.
Después conozco a un Fredy Ocampo (2012-2015) quien
me entrega la responsabilidad y confianza de administrar un proyecto de
promoción del parque educativo, un Cirilo Henao (2016-2019) quien me confía la
revisión de sus más preciados escritos y una Sorany Andrea Marín (2020-2023)
que me escucha y atiende a la comunidad de la vereda mucho antes de que yo
tomara la decisión de interactuar con mis vecinos desde la Junta de Acción
Comunal, ya hace más de seis años. Cuatro alcaldes. ¿Cómo debo decir? ¿cuatro
partidos políticos o cuatro servidores públicos? Me declaro ignorante en esos
intríngulis de la política. Me disculpan los duchos en este aspecto y asumo el
riesgo de que me consideren un ingenuo. Solo conozco, como aprendiz de letras
que soy, que la política ha sido objeto de estudio desde Aristóteles y
Maquiavelo y se renueva en cada época porque es dinámica y obedece a los
acontecimientos humanos. Implica el poder, el servicio a la sociedad, la buena
administración de bienes, talentos y recursos. Y para cerrar el tema, no
entiendo todavía si el objetivo de los políticos es el mismo de la política.
¿Es la búsqueda del bien común o la búsqueda del poder?. Pará empezar a
entender esto, me integré a grupos: La junta directiva de Prevenservicios, el
Consejo directivo del colegio, la Acción comunal de la vereda y hasta en dos
campañas políticas. Solo por estudiar, observar y aprender. En este ejercicio
de aprendizaje, parte de las veinticuatro veredas me regalaron sus opiniones,
sus talentos y sus paisajes.
Mi compromiso con la gente y sus representantes
llevó a relacionarme cada día más, a abandonar la hamaca y dedicarme a
compartir con la gente. A veces se exagera. En una de las fiestas clásicas, las
del Viejo Peñol y del embalse de año 2015 mi salud se resistió a mi euforia y
conocí como usuario y paciente el hospital. Un accidente cerebrovascular me
envió de sorpresa a la cama, como aviso para que bajara un poco la intensidad.
Debo decir que también en el hospital recibí la mejor atención gracias a los
buenos oficios del gerente y los médicos de entonces que con rapidez
gestionaron mi traslado a Rionegro, dada la complejidad del asunto. De esa, me
recuperé. ¡Más para agradecer! A Dios y
a sus instrumentos humanos en El Peñol.
Un maestro satisfecho con su labor, un foráneo que
fue acogido con amor, no puede más que dar las gracias a este magnánimo rincón
del oriente antioqueño y a su gente.
Ojalá que
todo forastero, todo veraneante, todo turista o foráneo que pase, llegue o se
quede en el Peñol o sus veredas, se tome la tarea de conocer profundamente las
raíces de este terruño, sus recursos, sus talentos y necesidades, y aporte no
solo con los gravámenes oficiales a que está obligado, sino también con
acciones y comportamientos, obras sociales y cuidados del medio ambiente.
Este ingenuo foráneo que llegó a la Hélida un día del
año 2007, quiere contribuir con la palabra y el servicio a la comunidad que le
ha acogido con respeto y atención. Les pido que consideren seriamente mi
solicitud de adopción.
AUTOBIOGRAFIA
Corría el año 1949 y el párroco de Nuestra Señora del
Sagrado Corazón, en Medellín, debió
enviar mi registro no sé a dónde porque el DANE se fundaría dos años más tarde.
Pero ya en septiembre, el mismo año de mi nacimiento, Michael Scully se atrevía
a escribir en el tomo XVIII, número 106 del Reader’s Digest, que yo era uno de
los doscientos sesenta y cinco mil habitantes de la Bella Villa. Bueno, no acuñó mi nombre pero me incluyó en el
conteo. El texto, sic, aparece en google:
Su población total asciende hoy a 265.000; pero a no ser por la
abundancia de nuevos edificios no podría uno sospecharlo. El tránsito es
silencioso: el reglamento urbano prohíbe tocar las bocinas de los automóviles.
Sus Calles son las más limpias que he visto desde Canadá hasta la punta de
Chile; al transitar por las del centro durante el día se deleita uno viendo
cómo crecen las orquídeas en los árboles que las sombrean. Si las recorre por
la noche, siente como un acogedor aire de hospitalidad cuya razón no comprende
hasta que nota que en el dintel de cada puerta hay una luz encendida. Esto
también por disposición municipal.
La extraordinaria descripción del Medellín de entonces me
garantiza que aquella ciudad en que nací sí era la de la eterna primavera. Nací
un año después del Bogotazo y de la cesión de los terrenos de Robledo, en
Medellín, donde se inauguraría en 1960 el Liceo Antioqueño,
gloria de nuestra tierra y en cuyas aulas cumplí los trece años, con un pincel
en la mano, colaborando con el maestro Jorge Cárdenas Hernández en el mural de
El Fuego, con referencia a Prometeo. A las penurias económicas de mis padres (y
no a mi pereza por el estudio formal) debo atribuir la salida del Liceo cuatro
años después, no sin antes estrenar los buses de la Acción Social Universitaria
y de haber ganado el primer premio de poesía en las jornadas universitarias de
1963. El Liceo fue cerrado en 1988. Atrás quedaron las manifestaciones a punta
de piedra en los albores de los famosos años sesenta, época en que la piedra y
la pluma podían combinarse. Atrás quedaron mis poemas simples y cursis, también
los cuentos de espantos. Después, con la edad,
vino un poema por cada mujer que amaba. Son varios.
Por las venas de mi madre corrió siempre el gusto por la
docencia. El kínder de doña Berta cobró fama en el barrio Castilla y el hijo de
doña Berta tenía que ser irreductiblemente un maestro. No conocí el sabor del
LSD pero de muy cerca me llegaba el olor a la marihuana. No obstante, los hijos
de doña Bertha fueron los más juiciosos del barrio y solo se dedicaban a
estudiar. Una tarde, Doña Bertha tuvo que salir al médico y no quedó más
remedio que Epifanio cuidara de los niños del kínder. Pero me gustó. Entonces,
terminé a codazos el bachillerato y me metí de maestro hasta hoy, con setenta y
tres años, pensionado hace doce. Para 1987 ya habían llegado los primeros
computadores a Medellín y por novedad, más que por vocación, resulté
“cacharriando”, como se decía cuando no había méritos académicos ni títulos
universitarios. Los primeros usuarios de computadores fuimos los “cacharreros”.
De esa época es Juan Rafael Sierra, el más ¨gomoso¨ que conocí y que ahora debe
ser un ingeniero de sistemas. A ese
maestro le debo la llave que me abrió la puerta a la informática, que luego se
cristalizó en mi postgrado recibido en la no renombrada Universidad Antonio
Nariño, de Medellín. Años antes me creí capaz de ser sicólogo y el CEIPA me
graduó como Licenciado en Dificultades del Aprendizaje. Del aprendizaje aprendí
mucho pero de las dificultades solo aquellas para conseguir un empleo con
semejante título.
Sobreviví a la época de los maestros amenazados, quizá por el estilo de mis clases emulando tal vez a Robin Williams en la Sociedad de los Poetas Muertos, porque creo firmemente que la didáctica empieza en las necesidades e intereses de los estudiantes, porque creo en la capacidad para aprender, patrimonio de cualquier organismo vivo, cualquiera insisto, y porque pienso que la educación, como lo hace la publicidad, debe adecuarse a cada cliente, a cada época y a cada estudiante. No es justo que los estudiantes sepan más del mundo que los profesores. Sobreviví, vuelvo al tema, y me pensioné en el año 2011. De inmediato me fui de paseo por Holanda, Francia y España. De paso por París, entendí por qué muchos escritores van o viven por allá. Son las orillas del Sena, los veranos de los Países Bajos y las campiñas españolas lugares propicios para escribir. ¿Por qué?. No puedo explicarlo. Se me ocurre que los colombianos estamos hartos de paisaje y costumbrismo y allí respiramos otros aires. Allí, en Europa, después de la piedra y la pluma, me picó otra vez el deseo de escribir y aquí me tienen de regreso en Colombia tartamudeando de nuevo.
30
Agradecimientos a:
Sebastián Giraldo Marín -Julián Gallego Giraldo, por
fotografía.
Viviana Tintinago Franco por Diseño
y Montaje.
Darly Monsalve, comunicadora Municipio de El Peñol.
Alcaldía del Municipio de El Peñol, ¨Todo por mi
gente¨
Casa¨de la Cultura de El Peñol
Empresa de Aguas y Aseo del municipio del Peñol, Antioquia.
Asociación mutual Prevenservicios El Peñol.
Y al pueblo de
El Peñol por su generosidad y apertura.
[1] Escúchese, por
ejemplo, Wish I Could en el trabajo Not
Too Late
[2] Feelin The Same Way, del trabajo Come
Away With Me
[3] Geethali Norah Jones Shankar,
conocida como Norah Jones, es una cantante, compositora, pianista y actriz
estadounidense nacida en Nueva York en 1979. Ganadora de 9 premios Grammy, ha
vendido como cantante más 40 millones de discos. (Wikipedia)
[4] Versión 85th de los premios Oscar de la Academia, 24
de febrero de 2013
[5] El mago de Oz (1939). Película musical de
fantasía producida por Metro-Goldwyn-Mayer, donde Judy Garland, madre de Liza Minnelli, encarna a la tierna Dorothy y canta por
primera vez este lindo tema. Después lo grabarían más de cien
cantantes famosos.
[2] Feelin The Same Way, del trabajo Come Away With Me
[4] Versión 85th de los premios Oscar de la Academia, 24 de febrero de 2013
[5] El mago de Oz (1939). Película musical de fantasía producida por Metro-Goldwyn-Mayer, donde Judy Garland, madre de Liza Minnelli, encarna a la tierna Dorothy y canta por primera vez este lindo tema. Después lo grabarían más de cien cantantes famosos.
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Una vez un crepúsculo sangrante
hizo marco al encuentro de dos vidas:
la vida tuya y mi ansiedad de amante
desde allí suspiraron siempre unidas.
Y explotaron las flores sus capullos
y el agua desbordada de la fuente
y las palomas dedicando arrullos
y las nubes quemando en el poniente.
y las aves hicieron su concierto
y las gentes sonrieron en el fondo
y Dios miró a los dos, y muy adentro
y las rosas olieron en redondo
Y yo miré tus ojos entreabiertos
miré tus labios rojos, como el fuego
y quemé en ellos los míos tan sedientos
y susurrando pronuncié mi ruego:
“Yo no quiero mi bien que tú te alejes
yo no quiero mi amor que esto termine
quédate así, ceñida, no me dejes
deja que te acaricie y que te mime”
Y como nadie criticó lo nuestro
y libres como el viento ambos volamos
con suavidad y fuerza, ladrón diestro,
entre las mías yo guardé tus manos.
Eres entonces la mujer de fuego
que rompiste en pedazos a mi calma
una mujer, que no escuchando ruegos
¡sorbió mi aliento y se tragó mi alma.
TODO LO TENGO AUNQUE NO ESTÁ A
MI LADO
Busqué tener y atar con desmesura
Busqué aferrar el tiempo y la distancia.
Dueño y guardián de sueños y palabras
Lazo mortal que anuda y te atraganta.
Y la encontré por fin. Con ataduras.
Y una atadura más quise ser presto.
Yo la encontré sin libertad y ansiosa
Y la apresé en mi cárcel sin recelos.
Quise amarrar su juventud de entonces
Y planear sus días y sus sueños
Le conté uno a uno los minutos
Y vigilé sus pasos con acecho.
Quiso volar y no le puse alas
Quiso vivir y propicié su muerte
Quiso mirar y le cegué los ojos
Y respirar y le corté el aliento.
Pero una luz me despejó la vida.
Me despertó violenta, contundente.
Me rompió el corazón en mil pedazos
Me puso en tierra y controló mi mente.
No la puedes perder, dijo el silencio
Tienes que amarla con sus mil razones
Y amarla libre y con sus ataduras
Con sus dudas, sus miedos y temores.
Ella te ama, me lo dijo entonces,
y comprendí mi error en mi silencio.
Y encontré en la palabra explicaciones
Que pusieron tranquila mi conciencia.
Todo lo tengo aunque no está a mi lado
He comprendido al fin que en la distancia
El amor que no muere se acrecienta
Y la fuerza en querer se hace volcánica.
ENCUENTRO
El tiempo había marcado un relativo espacio entre ambos. La niña de entonces se había convertido en
mujer, en mujer de verdad, en madre, en compañera. “La casualidad se puso el
disfraz...” sonaba en forma de canción y una mole de cemento los guardaba como
si fuera una alcancía que guarda un tesoro. La gente pasaba distraída, la gente
caminaba hacia sus citas, la gente imperceptible, desapercibida. Y allí estaban
ellos. El, ocupado en sus cosas y en su gente, ella acompañada con aquel que
supo encontrarla, con aquel que supo cuidarla y que significaba su brazo y su
apoyo. El no estaba más ocupado que en su actual conquista. Cumplía un nuevo
papel, el mismo papel que la vida le había encomendado hace tanto tiempo. Un
papel que ya sabía de memoria, que recitaba, que repetía y adornaba con una o
dos palabras nuevas. Cualquiera que leyera su corazón podía descubrir el
cansancio de tantas noches, el tedio de tantos lechos, la fatiga de tantas
horas de amor derrochado. Por eso no fue capaz de ver la chispa de aquellos
ojos claros que iluminaba la mole de cemento. Simplemente saludó como la rutina
lo indicaba. Cómo estás, qué has hecho y entonces se enredó en sus propias
palabras y para poder expresarle que su actual madurez la hacía más bella, sólo
atinó a sugerir que la cuidara, que valía
mucho, que era muy especial. Era como si le pidiera permiso para cuidarla, para
valorarla y por qué no, para amarla. El ni siquiera sabía que Arjona ya había
escrito su canción y se lamentaba de haberla encontrado: Tarde. Terminó su
rutina, su saludo, se dejó envolver de nuevo por su papel y siguió por ahí,
tratando de vivir, de mentir y de aceptar mentiras. Tratando de morir, tratando
de decir la verdad y descubrirla. Siguió siendo él y la rutina se encargó de
poner una sombra de olvido y de ignorancia. Pero arriba, lo dioses, Dios, sonreía. Ellos o mejor, El, lo veía caminar y
trabajar y reír. A Dios mismo le parecía extraño que ya no se hubiera percatado
de la chispa que iluminó el lugar. Insensible?, distraído?, tonto?. No sabía
Dios y eso que Dios todo lo sabe. Dios
juega al ajedrez y gusta de dibujar caminos, de juntarlos, de separarlos. Dios
hace carreteras y pone su fichas en las esquinas, en las curvas y en las
rectas. Dios sonríe cuando juega al ajedrez. Los humanos no entendemos porque
siempre hemos creído que el juego solo tiene ocho filas, ocho columnas,
caballos, reinas y peones. El Ajedrez de Dios contiene nuestros destinos. Y no
tiene jugada mala, por eso no hay caminos malos ni errados. Solo hay caminos.
Un día, Dios se sentó a jugar su partida y puso
dos figuritas en el tablero. Recordó que las había dejado dentro de una mole de
cemento y recordó aquel tonto que no sabía ver la chispa de los ojos. Entonces
manipuló oficinas y teléfonos (el ajedrez de Dios tiene más de 32 fichas),
manipuló el tiempo y el espacio. Y sólo bastó una palabra: un sinónimo de
“quiero verte”, un saludo y un encuentro casi imposible. Dios demostró de nuevo
que puede hacer de las cosas imposibles hechos posibles y encuentros eternos. Y
aquella tarde el hombre sí pudo ver la chispa y entendió. Y sonrió el hombre y
sonrió ella y entendieron que hace mucho se amaban y que solo bastaba el sello
de un beso para reiniciar presencias. No empezaron, siguieron. No se
resistieron. Lo que sentían era más grande que ellos mismos. Entonces ya no era
una chispa sino un fuego. Un volcán.
Dicen que por
ahí los han visto felices, manejando sus cosas. Dicen que el hombre no recitó
más su papel, sino que creó nuevas formas de expresar, nuevas formas de amar. Y
un continuo descubrir reemplazó a la rutina. Dicen que los han visto reír, que
los han vito llorar, que los han visto caminar juntos, mirando amaneceres y
embriagándose con luces tenues de atardecer. Dicen que todo a su alrededor
florece y que ahora creen más en Dios y le agradecen que hubiera armado aquel
juego de ajedrez que los unió. Por ahí los ven jugando con las cosas
simples y enamorados… cada vez un poco
más!.
CAROLINA
Carolina es una niña que
cruza por las calles
Inadvertida, seria distraída
Lleva en su alma un gran amor, y en su cerebro
las mismas ecuaciones que Eistein formuló.
Saluda y llena de estrellas el entorno
Y su sonrisa fresca hace explotar el día.
Se complica lo mismo que Pessoa
tratando de encontrar definiciones
a indefinible a todo lo inconforme.
Carolina son muchas Carolinas
Igual que fueron muchos los Pesoas
Hoy es mujer mañana será niña...
Hoy hablará, mañana es el silencio.
Y así va por las calles y avenidas
Y vuela hacia su casa o igual arregla
un ramo de flores o una mesa.
O peina a Valentina... o a Valeria.
Quien pasa por su lado, es ignorante
de todo lo que carga, vive y sueña
Lleva un bolso repleto de ilusiones
Y lleva un lápiz para armar poemas.
Y sonríe a la luz de la mañana
Y se entristece con llegar la tarde
Y ríe a carcajadas con los chistes
Y llora con poemas y nostalgias.
Qué bella es Carolina, y bella es su alma
Más que sus ojos y sus manos blancas,
Más que su cuerpo, más que sus miradas,
Más que sus besos, más que sus palabras.
Su belleza se vierte desde adentro
Su belleza le brota desde el alma
Desde el alma que sigue siendo niña
y quiere ser mujer entera y dama.
Yo me quedo mirando a Carolina
Desde mi cuarto lleno de recuerdos
Y veo en ella el conjunto de mujeres
Que un día me sufrieron en silencio.
Yo me
quedo mirando sus palabras
Y oyendo su silencio..
Y entonces pienso que la quiero mucho
O la amo o no sé qué sentimiento,
Porque es tan grande, difícil de abarcarla
porque es un cuento, una historia, es un
momento.
Y cuando trato de mirarla adentro
buscándole la esencia de su vida
Me encuentro con los mimos de una niña
que juega con osito y terciopelo.
Me encuentro con tejidos de nostalgias
entrelazados con sutil ternura
y con los pensamientos de una dama
buscando por qué hay locos y locura.
Mientras su rostro cede a la sonrisa
y se hacen hoyuelos en su corazón
Se fundió un día buscando ser semilla.
Y el milagro! Valeria y Valentina.
es madre entonces, terminan las palabras
y no alcanzo a explicar completamente
cómo es la Carolina de mi amor.
EL MAR
I
El ancho mar...
Habían recorrido kilómetros de ruta
Kilómetros de vida.
Y llegaron por fin...
El abrazo de las olas...
El verde que llena los ojos
El horizonte sin fin y los veleros.
Ella llenó sus ojos con el azul verdoso
Y respiró el aire salino y sonrió.
Y todo apareció como soñara...
El mar.. su amor.. la playa y sus recuerdos.
Hubiera querido calcular distancias
Entre las estrellas de su firmamento
Hubiera querido calcular razones,
Lejos de casa... cerca de su cielo.
Más cerca aún de un bello sentimiento..
Quisiera conjugar un lindo verbo
Y decir la palabra que nunca de sus labios se
escapó.
Era imposible describir lo que sentía
Solo atinó a mirar por la ventana
A mirar muchas veces...
A pasar muchas veces y mirar..
Cuánta belleza, cuánto sentimiento
Qué pequeño tenemos nuestro corazón..
Para guardar bellezas tan sublimes...
Caminó de su mano por la playa
Dejó escuchar de nuevo sus palabras
Susurró sus poemas..sus canciones
Dejó escapar suspiros. Dejó escapar nostalgias
Para nada importaba la gente
Simplemente pasaban...
Solo el choque de olas con la playa...
Ese sonido, ese arrullo les embargaba el
alma..
Habían huido a la ciudad, su gente..
Logrando libertad, días prestados.
Le arrancaron permiso a la distancia
Se pasaron las normas, se atrevieron.
II
El cuarto del hotel testigo mudo
De aquel amor sin límites ni espacios
La ventana, la brisa, la cortina
La palabra, los muebles, la mesita
El baño, el corredor y la piscina.
Todo puesto por Dios, con tal detalle
Que no recuerdo si hablamos o vivimos
Si dormiste o velaste no recuerdo
Si respiramos tampoco. No preguntes.
El cuarto del hotel está esperando
Si vuelven a estrenar atardeceres
La ventana por siempre estará abierta
Con las palmas, el mar y gente y playa.
La sábanas también los cobijaron
En los gratos momentos de caricias,
En volcánicos gestos de lujuria
Y en las noches tranquilas del descanso.
Un sueño fue quizá? Tal me parece
Cierro los ojos y contemplo el mar
Y una rubia camina por la playa
Mira a lo lejos, respira y se sonríe
De ver a Dios tan cerca ...
De ver la magnitud...
Entonces si es un sueño, no quiero despertar
Y entonces si despierto...
Lo quiero repetir ...
MUCHACHITA
Muchachita que juegas con el
aire
Que en tu pelo lo dejas enredar
Yo no quiero que crezcas
Yo no quiero que dejes de jugar.
Muchachita que un día te sentaste
A escuchar de algoritmos y de computadores,
Yo no quiero que crezcas
Yo no quiero saber que tu abdomen se abultó.
No quiero yo saber si tocan a tus puertas
O te quieren robar el corazón.
Quédate de dieciséis o diez y siete
Quédate igual como te conocí
No te cases, no crezcas ni madures
No te amarres ni sientas el dolor.
Quédate igual, como te vi aquel día
No le busques al alma una razón
No leas a Platón...no hagas ecuaciones
No estudies, no te amargues, no busques la
verdad.
Yo quiero que te quedes, muchachita
Como el primer encuentro de los dos
Para empezar a andar sobre tus pasos.-
Para empezar a caminar con vos.
Y entonces enseñarte día a día
Más que algoritmos y computadores
El valor infinito de tu risa
Y a qué llaman los locos el amor.
Quiero aprender contigo de ecuaciones
Quiero aprender contigo de Platón
Y que te sientas muy cerca al infinito.
Cerca del Cielo, donde vive Dios.
Quiero saber que el tiempo es relativo
Y otra vez diez y siete o dieciséis
Y abultarte el abdomen con mis sueños
Porque será nuestra primera vez.
Entonces, no te crezcas muchachita
Regresa que yo
vuelvo a comenzar
Y te espero en la puerta del colegio
Para empezar contigo a caminar.
VALERIA Y VALENTINA
Hola niña, te voy a contar
El cuento de alguien que estuvo en el mar.
Que tocaba jugando con las olas
Y te amaba tratando de no amar.
Una historia sin rey ni castillos
Con dos reinas de nombres bonitos
Valentina y Valeria dicen que se llamaban
Y una madre linda mucho las amaba.
Un día a su pueblo alguien llegó
Y la madre de ellas mucho, mucho amó
Valentina y Valeria estaban celosas
Porque su madre parecía dichosa,
Sembraron de rosas un lindo jardín
Y parecía que su amor no tendría fin.
Pero una mañana las reinas lloraron
Y en toda la casa se preocuparon.
Valeria quería dormir con mamá
Y la Valentina que también lo hará.
Entonces dijeron al recién llegado
Déjenos espacio, no sea descarado
El recién llegado le dio mucha risa
Cuando Valentina tomó su camisa.
Y le dijo venga no se vaya pues
Pero no haga cosas que son al revés.
Déjenos dormir con la reina madre
Le dijo Valeria: cuadre o no le cuadre.
Entonces la madre le dijo al señor
Yo le amaré mucho si me hace un favor.
Qué me está pidiendo le dijo insistente
Que me quiera mucho, pero no
presente.
Y el recién llegado le dijo a mamá
Tal como usted quiere, pues así se hará.
Y entonces vivieron contentos felices
Y dicen que también comieron perdices
Las dos reinas lindas y la madre bella
Y el recién llegado, vivió en una estrella.
Y colorín colorado... Este cuento, apenas ha empezado...
AMOR DE VEINTICUATRO
Amor de veinticuatro, las horas del reloj
De mañana y
de tarde, de noche y madrugada
Con
minutos, segundos y décimas de más.
Amor de
veinticuatro las horas del reloj
Amante
desde siempre, desde que sale el sol
Y aunque se
oculte entonces continúa el amor.
Soy amante
sin tiempo, de veinticuatro horas
Porque no
puedo serlo en una hora o dos.
Soy amante
sin tiempo, sin horas ni minutos
Porque
cuando me acuesto, lo hago en tu recuerdo
Y cuando
duermo entonces ocupas tú mis sueños,
Porque
despierto a veces en medio de la noche
Y tu figura
joven me vuelve a hacer dormir.
Porque
nunca te ausentas, porque vives conmigo
Deja colgar
relojes cuelgan como lo hizo Dalí,
Solo para
que decirnos que el tiempo es referencia
Pero no para
amantes como somos los dos.
Soy
entonces amante de horas y minutos
Y de
segundos todos para vivir contigo.
MONTEVIVO
He ido a Montevivo
Y me he embriagado con el aroma de sus flores.
He ido a Montevivo
Y me he impregnado de olores, de semillas y de aves
He recorrido alegre aquel camino
Entre el bosque que cruza por los pinos
He visto como juega la niña en los columpios
He visto a una mujer, serena y bella.
He cruzado el estanque y me saluda
Casa de palo, refugio donde un día
Dos amantes frente a una chimenea
Estallaron en chispas de amor
Dejaron estallar su corazones...
He subido la escala de madera
He recorrido uno a uno los lugares
La sala, el ventanal y los recuerdos.
La soledad sutil de los muebles vacíos...
El silencio... la oscuridad afuera .
He subido la escala
He dejado de lado los recuerdos.
La música destila sinfonías.
He entrado en el letargo de mi sueño.
He mirado el reloj
Se ha detenido, enredado entre pinos y caricias.
El tiempo se paró, entro al letargo
Y me entrego feliz, copas y besos.
He mirado sus ojos
Llenos de Montevivo y de dulzura.
De nuevo, chispas estallan son nuevos corazones.
Son otros dos amantes, son los mismos
Pero distintos nombres.
He visto amanecer en Montevivo
Hay Rumores de gentes en el bajo
A mi lado, tan linda se conserva mi niña
En el piso el recuerdo de una noche vivida.
Y dejo a Montevivo
Con el presentimiento de que voy
a volver
Porque ha quedado en los palos y en la fibras
En cada lugar, en cada hora y en el aire.
Su aroma de mujer, niña y amante
Que sin prisa me quiso conceder
Su risa de niña jugando en el culumpio
Y el suspiro profundo al de sentirse mujer.
1. A
PESOA
He encontrado a Fernando en
bocas femeninas.
Alguien lo ha presentado sin pedirme permiso.
He encontrado un poeta con ideas descalzas,
Con ideas contrarias y tautologías.
Define lo imposible con palabras extrañas.
Se ríe de la esencia de cosas esenciales,
Se pregunta con juicio... si él no fuera
juicioso
Ostenta de ignorancia y todo lo ha entendido.
He encontrado a Pessoa tomándose un oporto
Sentado entre los mástiles de un Lisboa
antiguo.
Lo he saludado entonces y quizá ni me mira
Porque cree no verme entre lo tanto visto.
Me lo encontré en los textos de un viejo
Marineiro
Arrancando nostalgias de tres almas perdidas,
Entre las sombras negras de la terrible noche
De espíritus errantes y
naves fallecidas.
Me lo
encontré una noche en la Nave Estulticia
Donde viajan los locos o con razón perdida
Me lo trajo Lucía en medio de cigarros,
En medio de los humos de vaga poesía.
Y me lo han presentado como varias personas
Heterónimos dicen y son la misma esencia
No sé yo con quien hablo, con Alvaro o Ricardo.
Con
Alberto Caeiro o no sé con quién
más.
Sin permiso Pessoa ha revuelto mis cosas
Y hasta atrevido encaja con mis nuevos amores
Ha logrado tocar mi corazón gemelo
Y ha renovado escritos de viejos borradores.
Definitivamente Fernando ya existía
Entre mis pensamientos no pensados en serio
Y me ha dado licencia para expresar sin miedo,
Que yo fuí sin ser nadie lo que soy y seré.
LOS VIEJOS BARRIGONES
Deambulan por el pueblo
Los viejos barrigones
Y asisten a tertulias, se cuelan en reuniones.
Ayudan en campañas sociales y en bazares
Aportan sus ideas, y traen soluciones.
Presumen de experiencia
Los viejos barrigones
Y comprometen fechas y toman decisiones
Y para cada caso, sugieren lo apropiado
Itinerarios, métodos, programación y actores.
Me tienen fastidiado
Los viejos barrigones
Ideas trasnochadas no caben en mi tono
Soy libre como el viento, que no me tracen rutas
Soy artista ambulante, sin fin ni protocolo.
Que disfruten su estado
Los viejos barrigones
Que cuelguen sus hamacas
y busquen su reposo
Que cobren sus pensiones
y vuelvan a su encierro
Que su vida es historia, que su edad es de oro.
Mi mente no resiste
A los viejos barrigones
No resiste casillas, formalidad ni cronos
Aprendo del ensayo, corrijo y me equivoco
Vivo del hoy, presente, no miro atrás, no añoro.
Por eso a los queridos
Amigos barrigones
Los soporto si intentan, rompiendo sus decoros,
Volar conmigo libre, sin rutas ni destinos
Soy artista ambulante sin fin ni protocolos.
DOGAL
Átame con tu lazo, y
ciérrame las puertas.
Oprime tu gatillo, dispara
tus palabras.
Cancélame las fechas y rompe
el calendario.
Olvida noches buenas y el
sol de amaneceres.
Congela los arrollos,
detiene los relojes.
Destruye los cuadernos y borra
los poemas.
Quema mi nombre y lanza al
viento las cenizas.
Nada tuvimos juntos,
nosotros no existimos.
Fue una historia
inconclusa que nunca tuvo inicio.
Nada somos ahora,
amantes nunca fuimos.
Olvida los recuerdos, ven
pronto, toma el lazo.
Anúdalo a mi cuello y cierra
su dogal.
(Tintinago, 2022)
DIFERENTE
Te amo
diferente estos últimos días
Porque te
he comprendido y casi no lo hacía.
Te amo con
respeto, te admiro y te valoro
Y siento
que a mi lado tengo más que una niña
Una mujer
entera, con temple y decisiones
Una mujer
que lucha hasta lograr su meta
Una mujer
que es madre y defiende sus derechos
Una mujer
sumisa que un día despertó.
Te admiro
la estrategia, el método y el ritmo
Con que
manejas cosas sin acelerador
Eres como la
hormiga que con paciencia suma
En cada
viaje un poco de su futuro hogar.
Te respeto
y te admiro por ser como tú eres
Porque eres
intensa en casos del amor
Pero los
pies lo pones exactamente en tierra
Y manejas
sonrisas en casos de dolor.
Admiro que
eres joven con un pensar sensato
Destilas la
ternura pero eres decisión
Te levantas
a veces encima de ti misma
y aunque
siempre consultas ese tu corazón,
analizas,
calculas, proyectas y resuelves
pero encima
de todo le pones la razón
EPITAFIO
Cuando muera no escribas en
mi tumba
La frase fútil, frívola y vacía.
Ni pongas flores que al volver mañana
Las encuentres marchitas, blanquecinas
No te esfuerces en versos anodinos
Yo ya viví y bebí la poesía
Ni grabes con navajas simbolismos
Que me afilien a ismos ni a sofías
Escribe sin temor a confusiones
Con toda sensatez y discreción
“Vivió feliz”, pues dos palabras tienen
suficiente sentido y comprensión.
Viví feliz y quedo en paz con todo
Lo que yo quise, lo encontré a medida
Con la vida, mi cuenta está saldada
Estoy en paz, nada te debo vida.
ALGO SALVAJE
Una vez un crepúsculo
sangrante,
hizo marco al
encuentro de dos vidas
La vida tuya y mi
ansiedad clamante,
desde allí suspiraron
siempre unidas.
Y explotaron las
flores sus capullos,
y el agua desbordóse
de la fuente,
y las palomas
dedicando arrullos,
Y las nubes quemando
en el poniente.
Y las aves hicieron
su concierto,
y las gentes
sonrieron en el fondo
y Dios iluminónos muy
adentro,
y las rosas olieron
en redondo.
Y yo miré tus ojos
entre abiertos,
mire tus labios rojos
cual un fuego,
y quemé en ellos los
míos casi muertos,
y muy adentro
pronuncié mi ruego.
Yo no quise mi bien
que terminara,
yo no quise mi amor
que tú te fueras,
y para que mi fuerza
se afirmara,
yo te abracé con
actitud de fiera.
Y como nadie criticó
lo nuestro,
y como estábamos en
mundo plano...
con suavidad y
fuerza, ladrón diestro,
entre las mías yo
guardé tus manos.
Eres entonces la
mujer de fuego,
que hilachas
convertiste de mi calma,
una mujer que, no
escuchando ruegos,
sorbió mi aliento y
se tragó mi alma.
OLVIDO
Jorge Robledo Ortiz
Esta tarde me duele. Tu
recuerdo ha venido
e incapaz de impedirlo lo he dejado llegar.
Ya me voy convenciendo que es un mito el olvido.
Si es un viejo cariño lo que se ha de olvidar
De luchar con tu imagen estoy casi rendido
Pero estás en la sangre y no puedo luchar
Esta tarde, señora, tu recuerdo ha venido
y en las ramas del alma se me puso a cantar.
Ya no sé, francamente, si es que temo
olvidarte,
pues de tanto quererte y de tanto pensarte
al dolor de tu ausencia se amoldó mi ilusión.
El olvido es tan débil, tan fugaz y cobarde,
que le pesa la vida cuando llega la tarde,
y claudica al conjuro de una vieja
canción.
SIMPLEMENTE
Jorge Robledo Ortiz
Nos dijimos adiós. La tarde
estaba
casi llorando nuestra despedida.
Nos dijimos adiós tan simplemente
que pasó nuestra pena inadvertida.
No hubo angustia en tus ojos ni en mis ojos.
No hubo un gesto en tu boca ni en la mía.
Y, no obstante, en el cruce de las manos
calladamente te dejé la vida.
Fuiste valiente con tu indiferencia
y fui valiente con mi hipocresía,
nos separamos como dos extraños
cuando toda la sangre nos unía.
Pero tuvo que ser y fue mi llanto,
sin una escena ni una cobardía.
Tú te fuiste pensando en el olvido
y yo pensando en la melancolía.
Hoy sólo resta de esa vieja tarde
un recuerdo, una fecha y una rima.
Así, sencillamente nos jugamos
el corazón en una despedida...
el corazón en una despedida...
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