Escritos

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CUENTOS DESDE HOLANDA(2012)
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DESDE HOLANDA (2012)

 

EL VICIO DE COMER.

I

Estaba cansado de comer. Ya era un vicio. Se leyó de joven el artista del hambre, de Kafka y le pareció tonto.  Solo  ir desapareciendo hasta volverse una pajilla. ¡Qué tonto! . El problema no era alimentarse  o resistir el hambre. El problema era hacer la deglución y eso era lo que le cansaba.  Buscarse la comida, luego abrir  la boca y estimular la saliva para después hacer un bolo y pasarlo desde el esófago hasta el estómago. Qué rutina por siglos. Qué falta de inventiva. Además ¡qué pereza hacerlo!. Abrió el trozo de diario viejo, uno de tantos en que envolvía las sobras de los restaurantes para luego, sentado en el andén, masticarlas o mascarlas y tragarlas simplemente. Era un trozo de la página doce en el que se leía el nombre del muerto. Asesinado un hombre para robarle su teléfono celular. Otro muerto, otro celular. Mañana vendrán a ofrecerlo por esta misma esquina por unos pesos y un hombre bien vestido lo comprará para engañar a los comerciantes legales. Y el ladrón, que no es el mismo asesino, sino primo amigo o nada familiar de quien lo recibió en el último eslabón de la cadena, se comprará un porro, un vareto, un frasco de pegamento  o un pan. Bueno, cualquier cosa es comida, siempre y cuando entre al cuerpo por cualquier vía. Será que hay comida que entre por la vía anal? Se preguntaba y se reía de su torpe chiste. Pero igual, le preguntaría al doctor que por las mañanas pasaba de prisa hacia el norte y de vez en cuando le regalaba una moneda. El mismo que un día se conmovió con sus convulsiones febriles y le aplicó un menjurje que llevaba en su maletín, una inyección etiquetada como “muestra gratis”. Ese doctor me responderá  la pregunta o se reirá de ella. De cualquier manera no me importa. Pero se lo preguntaré en la mañana porque en las noches pasa borracho y no me reconoce. Y en ese estado, que no se atreva a aplicarme  un menjurje de su maleta entreabierta.

Comió la sobra contenida en el pedazo de papel lo tiró y se abrigó con el resto de diario. Cuando el doctor pasó con su maletín entreabierto, lo miró sin reconocerlo. Ya estaba dormido.

II

Esta mañana el policía tardó en despertarlo. Esta vez no lo hizo como  siempre con el  bastón en sus canillas. Quizá era domingo, qué sabe un desechable cuándo es domingo o lunes. El doctor no pasó o ya había pasado. O se murió. ¿Mueren los doctores?. ¿No pueden curarse a sí mismos? Otro chiste pendejo que me hago. Me estoy volviendo tonto. Y eso que sólo como sobras y no me gustan esas drogas que tiran mis parceros. ¡Son tan caras! Hay que matar para robar celulares y comprarlas. Ellos dicen que soy una güeva porque no tiro vicio y en cambio me mantengo pensando en pendejadas. Uno me llamó alguna vez “el filósofo”. El doctor me dijo que era una palabra buena y nada tenía que ver con hambriento. Como nosotros le decimos “filo” al hambre, yo le casqué al parcero mientras averiguaba, por sospecha no más. Después le pedí perdón.

El doctor ya pasó o se murió, pero un parcero me dice que existen unos supositorios. Que pregunte mejor por eso en la farmacia y me los meta por el culo. Este me cree marica. También le casqué…mientras averiguo qué es eso. Pero me late que son parecidos a unos tubos empapados con vicio y que se meten las muchachas para que no les huela la boca a alcohol y así dizque se emborrachan. Lo que no sé es por donde se los meten y me da risa pensar en un culo borracho. Ay, y si de pronto es por donde estoy pensando?. Chimba de borrachera, parce.

 

III

El marica de policía hoy sí me coronó, lo que quiere decir que esta mañana sí me levanté temprano. Y qué rabia porque anoche que sí me conseguí unos cartones más calientitos. El güevón de polocho me los quitó y se lor regaló al man que recoge y vende la chatarra. Bien, pero hablé con el doctor y le comenté mi idea, comer por otra parte diferente a la boca. El  estaba como de afán y no le entendí bien lo de ósmosis, ni qué mierda, pero sí lo de las raíces de la plantas. Eso sí me lo imaginaba porque las pobres no tienen boca ni tragadero. Un man hace tiempo me dijo que había plantas carnívoras. Marica, si lo veo otra vez le casco por mamarme gallo. ¡Plantas carnívoras!, si ellas son vegetarianas. En fin, el doctor dice que sí es por el culo lo de los supositorios y que la idea mía de no tragar es para pensarla y experimentarla “dado que los organismos pueden asimilar sustancias mediante ósmosis y convertirlas de la misma manera que lo hacen los humanos cuando digieren”. Ese doctor sí habla bacano, parce. Aunque yo le entiendo menos que más. Mejor dicho, no le entiendo pero le creo la última frase: “Sí es posible”.

IV

Son las siete de la noche y el sol ha dejado calientes las aceras. Hoy no va a necesitar de periódicos ni cartones. Por lo menos mientras se duerme. Debajo de su chaqueta vieja, a medio terminar, un frasco de pegamento se evapora y se mete por sus narices. Tiene un par de celulares en el bolsillo que amarra contra sus muslos. Mañana los venderá para comer o para tirar vicio. Se duerme. A su lado, páginas medio rotas de un periódico dejan ver dos titulares: en la página 12, “Asesinadas dos personas más para robarles el teléfono celular”. Y en la página 4, “Se investiga sobre absorción de alimentos por ósmosis mediante tampones”.


LAS PIEDRAS DE SANTA MARTA

I

Aprobada la construcción del hotel, una vez llenados todos los requisitos, el ingeniero procedió a informar al capataz y este a su cuadrilla de obreros. Albañiles, plomeros, pintores, volqueteros, maquinistas y en fin una población muy cercana a los cien, fueron contratados. Diez de ellos, encabezados por un encargado,  iniciaron movimientos de tierras, que en este punto eran más arenas y calizas. Entre éstos, uno de barba descuidada, tez morena, frente arrugada y baja estatura, fastidiaba a los demás por su extravagante costumbre de escupir en el suelo una y otra vez. A veces acompañaba su escupitazo con un preludio de gargajeo que daba náuseas. El encargado de los diez, el muchacho joven, le miraba con una expresión de “no sea cochino y respete”. Pero solo lo miraba, no se atrevía a hablarle. Aparte de su pequeña figura nuestro modelo era dueño de una mirada oscura, seca, desafiante. Hay que agregar que Víctor García –así se había identificado en el momento de la contratación-  era excelente trabajador y por su fuerza, aparentemente desmedida, arrancaba con su pica gruesos bloques de arena, tierra y cal mucho más voluminosos que los que trituraban sus compañeros. Es como si Víctor buscara para sí mismo algo dentro de la tierra. Pero como no se le escuchaba más que el saludo en la mañana, nadie se atrevía a preguntarle cuál era su interés. Al joven encargado le parecía que Víctor rendía por encima del promedio y optó por no molestarle al menos durante el tiempo que duraran las excavaciones.

II

No podían disimular el deseo y envidia que generaba aquella mujer voluptuosa y coqueta que vino el primer día y los siguientes con el envuelto de comida para Víctor. Mientras era motivo de todas la miradas, ella, de quien nunca supieron el nombre, se sentaba con las piernas abiertas más de lo común. Se adivinaba un cuerpo fresco y carnoso debajo de un vestido largo y amplio, suelto, con un escotado profundo que dejaba ver los bordes de unos senos bien formados y erectos. Su rostro dejaba calcular unos 30 años de edad pero sin arrugas, lozana, bella, seductora. Desamarraba el tamal con unos dedos finos y largos, Algo le decía a los trabajadores que no era mujer de ciudad, quizá por la forma de llevar su cabello negro, amarrado sencillamente con una cinta barata de color fucsia. Para ellos, era una mujer de campo. Su sonrisa contrastaba con la seriedad de Víctor, al que no parecía importarle sus coqueterías y menos la forma de sentarse. Podría decirse que él mismo disfrutaba de que su mujer fuera objeto de miradas lascivas. Alguna vez él levantó las cejas como si le dijera “Mira cómo te miran estos pendejos”. Ella comprendía y más voluptuosa se ponía echando el cabello hacia atrás, descubriendo su rostro cuando al agacharse le había caído el pelo a la cara. Entonces, se anudaba la cinta de nuevo y recorría de una mirada a los otros nueve. Al encargado le brillaban los ojos.

Cómo van las cosas, falta mucho? Le preguntaba casi siempre a Víctor y éste respondía: “Van bien, ya casi llegamos al punto”. Y las miradas de ambos eran de esperanza y el tono de voz parecía ser de dos  que saben de algo extraordinario, algo por lo que esperaron mucho tiempo. Mientras Víctor hablaba con su mujer, nunca escupió, nunca gargajeó. A la mujer se le vio dos veces cobrando el pago de la semana de Víctor en la oficina del capataz, siempre vestida de la misma manera.

 

IV

Pasadas tres semanas, faltando la última de las programadas para la excavación, a Víctor se le vió con un extraño aparato que consultaba cada dos o tres horas. “Ese hombre compró un GPS y está presumiendo”, decían unos. “Es un simple BlackBerry opinaban otros”. El joven encargado les llamó la atención por los comentarios y al preguntar a Víctor de qué se trataba, éste respondió con otra pregunta: ¿Están prohibidos los celulares en la obra?. El encargado no supo responderle más que “Lo consultaré con el capataz”. Quizá olvidó hacerlo porque nunca hubo respuesta para Víctor. Después de picar la tierra y extraerla, Víctor acercaba el aparato, a veces a los montículos de sus compañeros. Estos, molestos, arrojaban de prisa la tierra a la volqueta. Al comienzo de la cuarta semana, Víctor utilizaba su metro medidor con más frecuencia. Se acercó al encargado y le consultó la medida exacta que requerían en la excavación. Anotó con el teclado de su extraño aparato y volvió a su silencio. En esta última semana, las visitas de su mujer a medio día fueron rutinarias y se les vió haciendo más gestos que pronunciando palabras. A mitad de la semana, el miércoles, Víctor pidió permiso al joven encargado para hacer una llamada desde su celular. Solo se le escuchó decir:  “Listo. Puedes venir ahora.” Al medio día la mujer se presentó, esta vez vestida con un Jean y camiseta, ambos muy ajustados a su cuerpo. Esta vez despertó más miradas que las de costumbre. En vez de fiambre atado, esta vez traía una bolsa de tela con un logo de supermercado. Algo pesado daba forma extraña a la base de la bolsa. Víctor esta vez no la atendió de inmediato y solo se dirigió a su patrón para preguntarle: “Cuánto falta para el almuerzo?” –siete minutos-, consultó su reloj, -pero si quiere, atienda ya a su mujer. Víctor siguió cavando y no dijo más.

V

El eco concentrado en la excavación de más de cuatro metros de profundidad, permitió que todos escucharan el sonido característico del choque de metales. La pica de Víctor golpeó y despidió chispas que fueron apagadas por el brillo del sol. El sonido metálico del choque hizo que todos miraran al lugar desde donde salía. Por estar todos con la atención en  el hueco, no se percataron de que la muchacha extraía de su bolsa un trapo que envolvía la pistola. Entre tanto, Víctor cavaba por los bordes del metal y los nueve restantes no podían con la sorpresa. La muchacha le entregó el trapo, Víctor  cubrió con él su hallazgo y entonces fue cuando se dieron cuenta de que les apuntaban con una nueve milímetros. En los labios de la muchacha estaba su índice izquierdo. Significaba “Silencio”.  Subió Víctor con su pesado objeto,  adelante por la escala de cuerdas y luego la muchacha, sin dejar de apuntarles. Una vez en la superficie, retiraron la escala, corrieron hacia un auto gris y huyeron del lugar. Abajo se escuchó un clamor como de desespero. Algunos  también  reían nerviosamente.

VI

La campana de bronce con la fecha que grabó su fabricante, reposa en el estante en compañía de otras piezas de la colección. En la sala, dos hombres y una mujer beben cada uno un trago. El que no es Víctor, un anciano impecable, luce refinadamente vestido. Víctor está modesto pero bien  vestido. El anciano, lleva una valija de mano.  La mujer, aunque no refinada,  luce como siempre voluptuosa dentro de una pijama transparente. Ahora, su cabello negro lleva atada otra cinta pero de seda fina y del color preferido: fucsia. Víctor informa animadamente el desarrollo de su tarea y después de risas y saludos de mano, recibe dos fajos de billetes, que guarda con evidente satisfacción en su chaqueta, sin contarlos. Se levanta y acompaña al anciano hasta la puerta de salida. Los esposos se besan tras cerrar la puerta. A través de la cortina en el gran ventanal, se ve el auto gris partiendo por la avenida


REVERSIBILIDAD

I

Abandonó el aula de clases, la H-304, mientras el profesor de Teoría general de sistemas aún atendía algunos estudiantes. Le era bien difícil soportar la mediocridad de sus compañeros que se conformaban con la explicación, a veces superficial, del docente. Esta vez salió más inquieto. Eso del efecto mariposa, eso de reacomodar los sucesos del pasado para cambiar los efectos del presente, le inquietaba. Solo lo había visto en las películas de ficción. Pero el maestro parecía muy convencido con su propia explicación y hasta llegó a decir que en la programación de computadores el tal efecto se comprobaba objetivamente. Nadie preguntó cómo. Ni él mismo y por eso lucía pensativo al abandonar el aula. Es que si preguntaba, le acusarían de querer dilatar la clase y ellos querían salir temprano para ver el partido de la selección. Pasó como siempre dando pataditas a las piedras sueltas del jardín y como siempre atento a las flores y bichitos que ellas atraían. A veces pasaba horas acompañando a las hormigas hacia su casa, la de ellas. Le llamaba la atención su comportamiento y algún día aplicaría la teoría de sistemas a interpretar, reproducir y modificar comportamientos de los animales, especialmente de los insectos. La guerra de las Galaxias, el triunfo de los insectos, podría ser un buen título de su proyecto para optar por el título de Ingeniero. Después de unos pasos. atravesando el jardín, llegó a la portería y colocó sobre una pantalla su tarjeta plástica con un chip. En la pantalla pudo leerse: Carlos Andrés Matos, código 00131423. Hora de salida: 10:52 a.m  Dos cuadras más adelante tomó el metro y pudo ver a través de la ventana del vagón dos grandes mariposas pintadas aparentemente por niños en un mural del jardín botánico. Una era de tonos verdes y la otra de amarillos y anaranjados. Esta imagen quedó en su retina por unos metros más, hasta la próxima estación. Luego se alojó en su cerebro y vino a evocarla una hora y media después mientras tomaba el almuerzo. Siempre comía en silencio, para pensar. Alguien le dijo que mientras uno comía, las ideas podían fluir más fácil, porque comer era ingerir e ingerir era un proceso de captura por los órganos y por los sentidos. Comer y mirar, comer y escuchar, son procesos que se refuerzan mutuamente, le explicaron. Entonces comía y pensaba. Pudo comprobar varias veces que él mismo así producía más. Algún día quiso aprender a rumiar como las vacas porque sospechaba que así podría generar ideas una y otra vez con el mismo alimento. Por fortuna, sus padres trabajaban ambos y no tenía hermanos. Entonces a la hora del almuerzo estaba solo, se despojaba de los anteojos y apagaba el teléfono celular. Escuchaba a Fito Páez.  Era un rito que repetía a diario, excepto sábados y domingos que no iba a la universidad y almorzaba en cualquier parte.

 

II

Las mariposas volaron en su mente mientras engullía el pollo que su madre le había dejado a medio cocinar. Las mariposas se metieron en el arroz y terminaron posadas en las patatas. Reversibilidad, ir hacia atrás, modificar el pasado, oruga, gusano de seda, efecto mariposa. Oruga, capullo, cucharada de arroz, pollo, oruga, masticar, tragar, nodos, relaciones, internet, pensamiento lateral, imágenes, íconos, mariposa, oruga, hipervínculo… Fito Páez, si volvieran los dragones. Reversibilidad…

Un grito lejano lo trajo de regreso a la tierra…¡goool de la selección!.

III

Aula H-304. Buenos días, ¿quedó algo pendiente de la clase anterior?. Si, profe, cuando usted dice “reacomodar los sucesos del pasado, habla de ir atrás bruscamente como en las películas de la máquina del tiempo o... ¿ puedo pensar en ir paso a paso hacia el pasado, o sea, segundo a segundo hacia atrás?” –Realmente no le entiendo la pregunta… replicó el maestro. Ir al pasado de cualquier manera… bruscamente… paso a paso, no veo la diferencia. Yo pienso, profe, que ninguna película me  muestra como es ir atrás paso a paso, a menos que yo mismo la devuelva mecánicamente, con el control marcha atrás. Hay algún video que haya sido filmado normalmente y sea proyectado hacia atrás?. Sí, responde el profesor. Algunas escenas se filman y luego se reproducen hacia atrás, como el crecimiento de una flor, por ejemplo. Mas no creo que pueda hacerse con la totalidad de una película. No lo resistiría el espectador. Hay una película que lo intenta, aquella del hombre que nace viejo y muere niño. Pero es argumental, no realmente proyectada hacia atrás. A qué viene la pregunta?

De acuerdo con su teoría, profe, veo que es entonces imposible hacer reversar el tiempo. ¿Generar, por ejemplo, un sistema que parta de la mariposa y termine en la oruga?, ¿generar gusanos a partir de mariposas?.

No le pare bolas, profe!, - protestan los demás- sigamos que se ha perdido mucho tiempo con el loco Matos. El profesor le guiña un ojo - hablamos después de clase, le dice. Y en voz alta, para los demás: Hoy reforzaremos el tema…entropía.

IV.

Esta vez el loco Matos no fue a su casa a mezclar fideos con ideas. Esta vez lo esperaba en el restaurante de la universidad su profesor de Teoría general de sistemas. A veces los profesores comparten al medio día con sus alumnos. Unas por coincidencia en el momento, otras por haber concertado una cita desde la salida de clase. Ambos arrastran su bandeja por  los rieles de aluminio del mostrador y  las dirigen a la caja registradora. Es el profesor quien paga ambos platos y buscan una mesa bajo la sombra de un laurel. Limpian con su mano la superficie de la mesa y  el profe mira instintivamente las ramas del árbol. -No vaya a ser que nos caiga un gusano o un recuerdo de pájaro, dice. -Completamos el menú, bromea Carlos Andrés. El profesor, mientras corta la albóndiga: -es que no quiero dejar pasar esa idea de hacer regresar el tiempo, mas no como yo lo he propuesto sino como tú lo planteas. Has leído algo de eso?. Andrés empapa la albóndiga en la salsa de tomate. No, pero quisiera leer, desde que lo escuché en clase, todo lo que llega a mis manos apunta hacia el efecto mariposa. Lo que quiero es muy sencillo, reversar el proceso. Hacer de mariposas, orugas. Fabricar orugas, aprovecharlas, abrirles comercio. -Pero… para eso no requieres aplicar reversibilidad, simplemente generas orugas y orugas y te enriqueces. -Vamos, profe, no se burle. Usted sabe qué quiero decir, aprovechar las mariposas, someterlas a un proceso. -Pues les cortas las alas, ríe el profesor. Si, claro, ya está… solucionado el problema. El muchacho levanta los hombros. Mira Matos... el profesor se limpia los labios con una servilleta de papel, frunce el ceño y asume la posición más seria que su estudiante haya visto. Se acomoda las gafas y recita: La reversibilidad es la capacidad de un sistema termodinámico macroscópico de experimentar cambios de estado físico, sin un aumento de la entropía, resultando posible volver al estado inicial cambiando las condiciones que provocaron dichos cambios. Estamos de acuerdo en eso?. -Le saqué la máxima nota en la prueba, lo olvida profe?. -Bueno, en teoría esa es la capacidad del sistema. El problema no es mostrar que el sistema es capaz, el problema es someterlo a prueba. Regresar la película en vivo y en directo. Es eso lo que quieres Andrés?. El estudiante asiente y traga el último  bocado. Corre las bandejas y en una actitud casi humilde, mira al profesor esperando una solución posible desde su  razón. -Descomponer, analizar, separar en partes, no es suficiente. Hay que jugar con el tiempo y el espacio. Relatividad, Einstein. No estamos en condiciones, por lo menos en este siglo, de manejar el tiempo. Yo asumo que lo estaremos y que quizá estamos a un paso. Pero en la ciencia, un paso puede ser un año o un siglo, precisamente por la relatividad. Pero te aseguro, Andrés, que tu idea es absolutamente probable, absolutamente posible. Has experimentado un Déjà vu? La paramnesia es la experiencia de sentir que se ha sido testigo o se ha experimentado previamente una situación nueva. Infortunadamente el Déjà vu no se presenta con frecuencia, no con nuestro concepto de frecuencia. Si un Déjà vu pudiera presentarse en una serie continua de hechos, ¿no es muy similar a lo que tratas de lograr?. Si, profesor, usted lo ha comprendido bien. Y yo leeré sobre el asunto Déjà vu.


V.

Esta noche el profesor Martínez ha perdido el sueño. Tras el último café, y los diez últimos cigarrillos, mira desde la ventana la calle vacía. Una silueta se convierte en hombre. Martínez corre la cortina y enfoca su atención hacia abajo. Es un borracho. Extraño. El ebrio camina hacia atrás. Una voz ronca sale salpicada de babas: “...esta noche voy a entrar de espaldas, para que mi mujer crea que estoy saliendo...”.  Cierra la cortina y enciende la televisión. Canal 7: Hoy presentamos...”El día de la marmota”, (subtítulo, Atrapado en el tiempo).. Con Bill Murray.

Otro cigarrillo, se acomoda.


LA ESTAMPA

I

Brayan y Valentina  conforman un típico matrimonio joven, con presupuesto aportado en forma solidaria. El, ejecutivo de una firma inmobiliaria y ella asistente de un diplomático. Esta noche van abrigados al salir del restaurante chino. El empleado del aparcadero cierra suavemente la puerta de la derecha y pasa por delante del sencillo pero cómodo automóvil para dirigirse a la ventanilla del conductor. Recibe unas monedas y les despide afablemente. El vidrio de la ventanilla se cierra lentamente. El auto arranca. El empleado alcanza a mirar las luces de parada del coche en el que Brayan y Valentina se alejan hacia el sur. Hace frío esta noche. Cuarenta minutos más tarde, la pareja aparca el auto en el garaje de su casa, Brayan abre la puerta del auto y su esposa enseña la rodilla al bajar. Es hermosa, y esta noche luce un lindo abrigo rojo del que tiene que despojarse una vez abandona el coche. En casa ya no hace frío. Una vez cerrado el garaje  cruzan una pequeña puerta de acceso a la sala en donde una linda joven rubia de acento extranjero les espera. La televisión está encendida a bajo volumen. –Ya están dormidos los tres, dice en voz baja y se apresta a tomar su gabán. –Muchas gracias, dice Brayan, disculpa la tardanza. – No hay problema, responde con un acento francés, alcanzaré el metro. Sale apresuradamente. Valentina sube y les mira… duermen los tres plácidamente.  Les cobija con el mismo gesto maternal de cada noche. Baja de nuevo al salón y sirve una taza de agua aromática.  Quieres?  Y Brayan acepta sonriendo, mientras descarga una revista en cuya portada aparece una casa de campo en venta. Ya se ha quitado su saco y ha colgado en el perchero el abrigo de Valentina. Tose levemente para no hacer ruido y da tres sorbos al agua caliente que toma entre ambas manos. -¿Siguen así?, pregunta. Así, lo mismo, responde Valentina. Una respuesta a una pregunta. La misma respuesta acompañada de un suspiro profundo. Como si acaso los  niños estuvieran enfermos. Saben que si lo estuvieran quizá no estarían dormidos plácidamente, ni la pareja hubiese salido de cena.  Mateo, Sara y Anita tienen sueño tranquilo. Mateo acaba de cumplir quince años, es el menor, Sara dieciocho y Anita veintitrés. Los tres duermen en su camita. La cama de Anita acaba de cumplir veinte años. Sus cuerpecitos de uno, tres y cinco años reposan. Sus mentes de uno, tres y cinco años reposan. Las mentes de sus padres en el piso bajo no reposan. Vuelven a recordar...

II

Era un enero, época en que la gente se hace planes para el año y a veces para el lustro, quizá hasta para el siglo.  Brayan y Valentina no eran gente de cábalas ni rezos ni sahumerios. Gente común, tenían tres hijos,  de uno,  tres y cinco años. Nunca un padre dirá que su niño no es hermoso. Anita, la de cinco, una morena con la tez de su mamá, erguida y caderona. Mateo el menor, de un año, tiene las facciones de su padre y Ana, la de tres es la más simpática, con facciones de su madre y la vitalidad del padre, bromista y juguetona. Brayan y Valentina habían aprendido a quererlos cada uno con sus características y pilatunas. Nunca se imaginaron que los iban a querer mucho más a medida que el tiempo transcurriera. Fue a finales de enero cuando aquel hombre les visitó,  llamó a la puerta y, biblia en mano, -“Cristo llama a tu puerta”,  dijo con cierta severidad. –Muchas gracias, le dijo Valentina y por poco le aplasta la nariz con la puerta. Una estampa se deslizó por debajo de la puerta y Valentina leyó: “Solo pide un milagro hoy y si Cristo no te lo hace, entonces nada tienes con él, solo prueba”. Valentina sonrió.  En la noche, Brayan encontró la misma estampa en el comedor cuando regresó de la Universidad. También sonrió. –Embaucadores, se dijo.  Valentina sirvió la cena y respondió a la pregunta:  -Hoy han estado insoportables, pero los amo tanto... con sus travesuras, su manera de comer, sus gritos...Brayan preguntó: ¿ Ya están dormidos? No, te esperan arriba. Terminó la cena, llevó los platos al fregadero y subió a leerles un cuento... Esa noche, se durmieron. Brayan bajó al salón y ordenó unos libros. Miró las últimas noticias en la TV y con Valentina subió al cuarto matrimonial, al lado del cuarto de los niños. Por cualquier razón incomprensible, Valentina había llevado la estampa hasta la mesita de noche. Fue cuando miraron al  reverso. La imagen de un Cristo, desfigurado, retorcido contrastó con la imagen que había en la pared frente a la cama en la alcoba matrimonial, un Jesús sonriente que habían puesto como adorno y compañía. La imagen de la estampa era más la imagen de un demonio que la del mismo Cristo. El anticristo, dijo Brayan burlándose. Cambiaron de tema. ¿Y qué?, dijo Valentina, ¿nada de empleo? Nada, respondió Brayan, solicitudes y solicitudes pero nada que llaman…¿ hoy no me han llamado? No, dijo Valentina, solo vino un hombre y dejó esa estampa. Le tiré la puerta. Era un hombre raro. Y a tí tampoco te llaman?  Preguntó Brayan, insistiendo en el cambio de tema. Ni siquiera para hacer aseos, dijo Valentina. ¿Qué vamos a hacer? Los ahorros se acaban. Los niños necesitan mucho. “Solo pide un milagro hoy y si Cristo no te lo hace, entonces nada tienes con él, solo prueba”, leyó Brayan en voz alta desde la estampa cuando ya se decidía a apagar la lámpara de mesa. –Yo te pido empleo, y empleo para Valentina y la felicidad de mis hijos, dijo en un tono mezcla de burla y de escepticismo. -Vale, dijo Valentina -y yo te pido que mis hijos se queden así como están , felices, pequeños. Y al oído de Brayan: “porque nadie sabe qué luchas nos darán cuando crezcan”. Que se queden así lindos y pequeños como son, asintió Brayan. Contuvieron la risa que les provocaba esta actitud tan poco religiosa. Se cubrieron la boca mutuamente para que la risa no  despertara a los niños. La luz se apagó y ambos simularon dormir. Cada uno de su lado, seguía inmerso en sus preocupaciones.

III

El sol de la mañana se coló entre las cortinas, Brayan miró el reloj de mesa y palpó a su lado hasta no sentir a Valentina. ¿Amor?, dirigió la voz al salón mientras abría la puerta de su alcoba y miraba de reojo a la de los niños. –Te hago el desayuno, respondió Valentina desde abajo. Los niños seguían durmiendo. Brayan bajó a desayunar, sonó el teléfono. Valentina respondió, no sin antes  refunfuñar por lo temprano. -Es para tí.  Brayan no lo creía. Sí, sí, como no. Allá estaré a las nueve en punto. Gracias. ¡Tengo empleo, Valentina!  ¡La inmobiliaria me contratará hoy mismo!. Bajo la puerta un sobre se deslizó. Dirigido a Valentina Correa, lo abrió de prisa, concentrando una y otra vez su mirada en el logotipo del sobre: “Embajada de los países bajos”. Lo abrió. ¡Tenía empleo!, Ni él ni ella acataban a entender la extraña coincidencia. Los niños se despertaron con el alboroto. ¿Qué pasa mami?, -Su papá y yo tenemos empleo. -¿Y… se van a trabajar ahora?. -No, tesoro, tenemos entrevistas hoy pero ya les buscaremos quién los cuide. Tendremos con qué comprarles muchos juguetes. La pareja tomó una ducha y ambos subieron a vestirse. Lo  hicieron.  Un movimiento brusco de Brayan, hizo caer la extraña estampa de la mesita de noche. Salieron de la alcoba.

IV.

El veinticinco de Marzo siguiente, Valentina y Brayan esperaban en el consultorio del doctor Sanín. Era un chequeo de rutina para los tres niños. Las nueve de la mañana. Habían avisado a las oficinas. Llegarían más tarde. Ningún problema, ambos ya eran empleados de confianza por su diligencia y excelentes resultados. Pasaron al consultorio los cinco. Saludos, estetoscopio. Sanín era el mejor pediatra del país. La familia Torres Correa tenía con qué pagarlo. Esta vez Sanín revisó una y otra vez a Anita, también varias veces a Sara y a Mateo. Llamó a su asistente, le pidió que trajera las historias clínicas. Ahí estaba clara la fecha de la última revisión. Fue hace tres meses, le dijo extrañado a su asistente. ¿Paso algo? Preguntó Brayan. -Nada, dijo Sanín, que mi asistente debe haber confundido fechas, tallas, pesos y me ha creado unos datos bien confusos. Imagínense, tres meses después sus tres hijos no han aumentado ni de talla, ni de peso. Debe ser un error. Pero su salud está excelente. Yo me ocuparé de las correcciones. Y le dictó a su asistente claramente unos datos y él mismo revisó de nuevo que estuvieran correctos. Tres meses después ocurrió lo mismo. Los niños en verdad no aumentaban, no crecían mas su salud era perfecta. Un año después, ante el asombroso detenimiento del desarrollo físico de los niños, fue cuando decidieron consultar a un psicólogo.

V.

La sociedad INMENTE, patrocinada por la UNICEF, esa que goza de gran prestigio en nuestro medio, realizó más de una docena de pruebas a todos y cada uno de los niños. Cociente intelectual adecuado para su edad: uno, tres y cinco años respectivamente. -Ninguna información a la prensa mientras investigamos la causa. Corren dos, tres años. Los niños no crecen ni física ni mentalmente. Su salud, para su edad, es excelente. Para Valentina y Brayan, dos profesionales serios, escépticos, lo que en un principio era motivo de gran preocupación, a la vuelta de cinco años se convirtió en una situación particular pero extrañamente agradable. Sus niños siguieron siendo niños, con sus mismas pilatunas, sus caritas felices y su salud envidiable. Los padres, siguieron disfrutando en cierto modo la extraña experiencia mientras los científicos de diversas ramas prometían dar con el origen y la cura de lo que no acertaban a llamar enfermedad.

VI

Esta noche han vuelto más temprano y la empleada va a alcanzar el metro. Cada uno leerá un cuento infantil para los niños. La cabeza de Valentina empieza a mostrar los signos de la edad, Brayan luce un poco cansado y tose con más frecuencia. Otra vez sus niños dormirán plácidamente y ellos recordarán una vez más aquella noche de enero en que pedían:

-Empleo para mí y empleo para Valentina y la felicidad de mis hijos

-Y yo te pido que mis hijos se queden así como están , felices, pequeños.

Juntos: -Porque nadie sabe qué luchas nos darán cuando crezcan. Que se queden así lindos y pequeños como son !.

 


LA NIÑA EXTRAVIADA EN PARIS

I

Verano de 2011 en París.  Para ser más exactos es el miércoles 10 de agosto. Los parisinos aprovechan el sol y a lo largo del Sena, se ven echados medio desnudos, como lagartos. Que? No lagartos porque éstos se echan en la tierra o en la arena y los parisinos tienen sus propias paris plages de cemento. Los yates turísticos de vedettes de paris los ven debajo de sus sombrillas, o sin ellas sentados en pequeñas sillas o sin ellas en la ribera que da al poniente. Alguna rubia se ha quitado el sostén y retoza boca abajo con la esperanza de tener una piel cobriza. Al  otro lado, en la sombra que propicia el puente de los enamorados, un retratista esboza un rostro. La mujer sentada al frente sonríe para dar constancia de que está feliz. Sobre el puente, miles de candados lucen atados a la malla metálica. Llevan nombres de parejas. Se dice que quienes atan estos candados y arrojan la llave, lograrán una unión para siempre. En el yate, debajo del puente, el guía invita a que los turistas pidan en silencio un deseo.  Para el momento, Stiven y Laura tienen el propio: felicidad y progreso para sus hijos, el de él, seguridad en mi matrimonio, el de ella. La niña mayor, con cinco años, solo atina a pedir en voz alta muchos dulces. Hazlo en silencio, le dice Stiven. Dos o tres turistas que entienden español, sonríen. Laura sostiene en brazos a su bebé de ocho meses. La otra niña, la de tres años, es llevada de la mano por Stiven. Un cuervo grazna en la orilla. Stiven recuerda que Edgar Allan Poe le enseñó en los libros que el cuervo es ave de mal agüero. No conocía cuervos hasta ésta, su primera venida a París. En su tierra, Colombia, hay gallinazos pero son más grandes, no graznan y son  feos. Los de acá parecen pequeñas palomas negras. Aún así, preocupan a Stiven, quien aprieta demasiado la mano de la niña. Ella se suelta y busca a la madre. Ambas se parecen. Carolina,  la niña, tiene los mismos ojos claros, su cabello liso y su piel trigueña. Los seis, con Piere, han separado un buen lugar en el yate para disfrutar la brisa del verano en el crucero que ahora les muestra a Notre-Dame y su rosetón de doce metros de diámetro. Vale la pena trabajar de más en Colombia para que un maestro de bachillerato pueda ahorrar y después de juntar ahorros, salarios y un préstamo aprobado por el banco, esté disfrutando en París esta vista, este aire, este verano. Afortunadamente Stiven, profesor de Inglés, tiene un amigo en Sèvres, una comuna en los suburbios al suroeste de esta ciudad luz. Piere es francés y mediante Internet, ha establecido con Stiven una “amistad virtual” que en dos años se ha convertido en hermandad. Piere habla inglés y con Stiven participa en una comunidad católica virtual. A veces estos hermanos, como suelen llamarse, se visitan de un país a otro y así es más fácil alojarse. Encontrarse de manera física para los hermanos de esta comunidad, es cerrar un pacto, el sólo darse la mano por primera vez en un aeropuerto o terminal de transportes es todo un solemne momento que no voy a describir por respeto y porque ni yo mismo lo entiendo. El dar hospedaje es el logro mayor de un hermano, porque es recibir a Cristo en su casa. Quizá con esta última frase pueda dar a entender la magnitud de su creencia. He de agregar que esta comunidad mundial es conocida por sus sanas costumbres y el manejo de un muy bajo perfil entre aquellos que no son sus miembros. Stiven y Laura están en la comunidad hace más de diez años, desde solteros y esta vez han sido recibidos por Piere que ya se anota dos Cristos más en su agenda. Piere les ha invitado y ha pagado los boletos del yate. No habla español, pero se entiende en inglés con Stiven. Después del paseo por el río que cruza la ciudad, irán al jardín de las Tullerías y de allí a la Universidad de la Sorbona. Ya en la tarde de ayer visitaron Versalles y hoy en la mañana la Torre Eiffel. Piere les ha movilizado en su coche, un vetusto pero conservado Peugeot que heredó de su padre. A la sazón, Piere tiene 24 años, una esposa, dos hijos y una casa en Sèvres.

II

El sol parisino ha levantado los termómetros hasta 32 grados centígrados. El polvo se pega en los zapatos de cuero de los cinco. La bebé duerme en el cochecito que empuja Laura. Vienen de la Tullerías y toman fotografías en el obelisco. Es una donación de Egipto, miran hacia el frente y ven el arco muchas cuadras más allá. La línea es recta. París ha sido hecho con instrumentos de dibujo. Es verdaderamente simétrico, por lo menos acá en el centro. Los semáforos dan paso a vehículos y peatones. Cámara en mano, Stiven trata de enfocar los caracteres egipcios del obelisco. No los entiende, pero es arte. Se consuela.

Cinco, de los seis, han pasado el separador central, antes de llegar al obelisco. No se percatan hasta que Laura busca con la mirada. Carito, niña, ¡Carolina!… el desespero. Stiven no toma la foto. Piere da unos pasos. El semáforo da la vía a los carros y le impide pasar. -Hasta cuando llegamos al separador estaba con nosotros, dice Laura. ¿Y no pasó?, Stiven. -¿Tú no la traías tomada de la mano?. Las voces empiezan a quebrarse. “Take it easy”, dice Piere con un acento inglés tan asustado que Stiven no entiende. Cambia la luz, Piere se adelanta. Pasa al separador. Se detiene y mira para todas partes. Pasan los demás al separador. Ahora,  a la orilla opuesta. Nada. El grito de Laura estalla: ¡La niña se perdió!. Stiven la abraza. -Calma, busquemos, volvamos al toilette. No, solloza Laura, ella pasó hasta el separador con nosotros. Una pareja  que cree entender de lo que se trata, se acerca y en un español afrancesado les dice “Hay que llamar a la poliz”.

II

La préfecture de police, estación central. Son la ocho después de meridiano. En verano aún hay sol a las ocho de la noche en la Europa de este lado. Laura sostiene un vaso de agua y lo que queda de los mordiscos de un sobre de pastillas. Stiven hojea cinco pasaportes, se detiene en el que está la fotografía de su hija Carolina. Llora. Piere, de pie ante la taquilla, recibe formas para llenar. Un uniformado mira de soslayo y minutos después, recibe de Piere y de Stiven las formas diligenciadas. Unas firmas, unas huellas, visado de pasaportes, fotocopias y ya. No es suficiente para dos padres y un amigo angustiados que van al aparcadero para abordar el viejo Peugeot. La niña de cinco años conserva la esperanza. -Si mañana volvemos al río, no voy a pedir dulces…voy a pedir que mi hermanita aparezca. Las luces de París se han encendido y por el Boulevard de Clichy, las lágrimas de Laura distorsionan la luz de los avisos entre los que se deja entrever: Moulin Rouge. En Colombia se dice que muchas niñas secuestradas van a dar en su adolescencia a los cabarets españoles y franceses y nunca más se sabe de ellas.

III

He regresado a Den Haag, Holanda,  después de mi viaje a París. Llegamos anoche. Es viernes 12 de agosto de 2011. Son las tres de la mañana, me gusta despertar y mirar por la ventana, justamente pegada a mi dormitorio,  el canal y las luces tenues de Wim Kan Straat 6, lugar donde me alojo, la casa de mi hijo.  La visión del canal, los árboles y las luces, antes de acostarme o cuando despierto a cualquier hora de la noche, es maravillosa e inspiradora. Hoy me levantaré y haré un cuento. El quinto de los escritos en Holanda. Se llamará la niña extraviada en París. Pero no quiero que tenga un final de cuento de hadas, dejaré la niña perdida en París hasta cuando yo mismo la encuentre o mis nietos al leerlo elucubren el encuentro o los lectores desprevenidos especulen o imaginen. Será un juego en el tiempo. Entonces, de esta manera quedará demostrado una vez más que los personajes quedan atrapados entre los barrotes de las palabras. Aquellos que pretendemos escribir, congelamos los paisajes y las personas en el tiempo. Los sometemos a un proceso de hibernación, en un estado de letargo permanente hasta cuando alguien quiera despertarlos. Entonces, cualquiera de nosotros podrá hoy o después levantarles el castigo y recrearlos tal como el príncipe despierta con un beso a la princesa encantada. Carolina está perdida en Paris. Suplico a quien la encuentre, me cuente que fue de ella. Gracias.

 


CUENTOS DESDE EL PEÑOL (2013-2014)

LUDOPATÍA

 

Era un sábado de abril, no más de las seis de la tarde cuando Andrés cerró la puerta tras de sí. Ya había escuchado por enésima vez la cantaleta  de su madre. Que las calles eran peligrosas, que no regresara más allá de las once, que los amigos…  el eco quedaba siempre en sus oídos y una sonrisa noble y generosa se dibujaba en el rostro del muchacho. Cómo amaba a esa madre que tanto lo cuidaba y a la que tanto le tuvo que mentir para que no sufriera. A veces mentimos no por hacer daño sino para evitar hacerlo. Son mentiras blancas, piadosas, que protegen nuestra intimidad y nos permiten ser relativamente libres.Mentiras que nos mantienen la buena imagen ante nuestros padres aunque afuera nos estemos descomponiendo. Desde el interior de la casa, la joven madre levantaba la mano derecha y bendecía a lo que ya no era Andrés sino una puerta cerrada. Esta rutina se repitió tantas veces, desde aquellos días en que Andrés, con seis años cumplidos, quedó al cuidado de su madre, o mejor, su madre quedó al cuidado suyo, en fin, desde el día en que a un padre joven se lo robara el mundo, descubriera otros lugares y otras personas; desde aquel día en que un hogar más en Colombia quedara conformado por dos y una madre cabeza de familia tuviera que enviar solicitudes de empleo, figura tan común en este país. Afortunadamente, Paula era joven y bonita(bastaba con eso) y su primer empleo, el mismo que hoy mantiene después de 13 años, le permitió cuidar de Andrés y arrebatarlo de tantos peligros, primero el de la drogadicción, porque hubiera podido heredarlo de su padre medio “hippie” y luego el del alcohol, socialmente aceptado en cualquier estrato social. No, Paula no tuvo que enfrentarse a estos monstruos. Su hijo parecía blindado a estas dos tendencias de la sociedad. En palabras muy populares, era un muchacho sano.

Pero, cumplida la edad de 15 años, otro Kraken, otro monstruo escondido acechaba a Andrés, entre las aparenemente simples y frías máquinas de un café internet. Un monstruo con el disfraz de la tecnología, con la apariencia del juego de video, con el atractivo del color y del sonido. A su madre le pareció normal que después de las clases, su hijo se entretuviera con los recién instalados juegos a la vuelta del colegio. Además era un muchacho juicioso y sus calificaciones siempre habían sido las mejores. Cursaba el grado décimo y logró  terminarlo con felicitaciones. En el año siguiente, Paula solo  vino a preocuparse un poco cuando le vio más delgado. Y un poco más cuando fue llamada ante el comité académico de la institución para escuchar que Andrés empezaba a fallar en dos asignaturas: castellano y educación física. Las había perdido en el primer período de un grado tan importante. Paula no alcanzaba a recuperarse del asombro cuando un mes más tarde, en abril,  fue citada de nuevo para que firmara una sanción. La nota decía que Andrés Hurtado había faltado a clases y ante el llamado de atenciónhabía respondido a los superiores con lenguaje violento. Era evidente el cambio de su hijo. Ya esto sí le quitó el sueño. Algo había que hacer.

La psicóloga la atendió de manera amable. Redactó con cuidado el caso y en tono profesional le sugirió más acompañamiento. –Estos adolescentes atraviesan por una edad difícil y cuando no hay padre en casa, le toca a la madre hacer los dos papeles. Como usted trabaja, llegue temprano, acompáñelo en las tareas y dialogue mucho con él. No lo regañe, trátelo bien y cuando tenga que castigarlo, prohíbale algo que le guste. Cuando se porte bien, estimúlelo con amor y de vez en cuando algún regalito-. La psicóloga recitó como si estuviera leyendo un texto aprendido. –Déjeme sola con él, por favor- e hizo un ademán para indicarle a Paula que saliera. Ya solos, la doctora le explicó a Andrés que a los padres les importaba mucho las calificaciones y el comportamiento en el colegio. Que mejorara estos dos aspectos, porque lo demás era normal. –Los muchachos tienen que aprender a manejar a sus padres y a sus profesores, así no se complican la vida-. Andrés sonrío y estrechó la mano de la psicóloga. De alguna forma se sintió apoyado. La doctora pasó la cuenta de sus honorarios. Caso cerrado. Ya en el segundo período escolar, Andrés mostró las mejores notas, se portó bien y Paula lo recompensó. Obtuvo un préstamo y le regaló el mejor computador que pudo obtener en el mercado. Esa tarde de julio, el Kraken entró a la casa.

Andrés no volvió al café internet. Su conexión a la red desde su casa, le permitió conocer otros juegos, otros amigos, esta vez virtuales. Su lenguaje se incrementó en términos como “estrategias en tiempo real”, “Xfire”, “Raptor”, “Steam”. La madre estaba feliz de verlo tantas horas en casa y no se percataba de sus trasnochadas. Paula se consolaba: “mientras no esté en la calle tirando vicio”.. Sólo comenzó a molestarse cuando Andrés empezó a pedirle dinero para Internet. –Pero si yo pago la conexión mensual. –Si ma, pero necesito para el PPW o sea para el “pay per win”, ¿no ve que mis amigos me van ganando solo porque no he tenido plata con qué comprar puntos y estrategias?. –Yo no le entiendo nada de eso, Andrés. Pero tome. Con tal de que no se me vaya a la calle con amigos y me rinda en el colegio-. Y le daba una especie de mesada para sus juegos. Un día Andrés pensó que lo del dinero no era justo con su madre ni suficiente a sus deseos. Tenía que conseguir algo extra. Sus amigos de Internet ya le habían sugerido cómo: “manejando un bajo perfil, parce, y solo venda dosis personales en el cole, así no se mete en problemas”. Lo hizo, obtuvo el dinero pero pronto fue descubierto. Paula firmó el 10 de octubre la carta de expulsión “por tráfico ilegal de sustancias psicoactivas, artículo 32 del manual de convivencia”(!). No podía creerlo. Solo estaba a un mes de ser bachiller, cosa que a Andrés no le importó pues le pareció que ahora tendría más tiempo para jugar. El bachillerato podía esperar y los juegos de Rockstar no daban espera. El Kraken lo envolvió en sus tentáculos. La alimentación se redujo a una torta y una cocacola sostenida en la mano izquierda y así no perder el mouse de la derecha, sus horarios  y sueños se trastocaron, la relación con la madre se tornó hosca, limitándose a un saludo breve en las tardes, cuando ella regresaba del trabajo. La comida que le dejaba en el refrigerador estaba casi intacta. Le regañaba. El hacía que escuchaba, mientras mantenía fijos los ojos en la pantalla del aparato.

Era una noche de diciembre, cuando el Kraken se metió, o mejor, salió de esa pantalla. Lo abrazó con fuerza destructora, le invadió el cerebro harto de disparos y de sangre. Los personajes de los juegos saltaban por su alcoba desquitando, disparando, cayendo en su cama, salpicando las paredes. Sonidos secos, sordos, estallaban en sus oídos. Cayó de la silla y despertó a la madre, quien le encontró convulsionando en el piso. Para la navidad de ese año, Andrés fue atendido de urgencia. El médico habló de un cuadro maníaco-depresivo bipolar y mencionó la IAD, (Internet Addiction Disorder). Paula entendió que de inmediato debía buscar ayuda.

La clínica advirtió que la primera parte del tratamiento requería de la voluntad de Andrés.  Este debería reconocer que estaba “enganchado”. No fue posible de momento. A Andrés le sonaba como un tratamiento para alcohólicos anónimos. Sin embargo, buscó en Internet y encontró información al respecto y solo después de largas conversaciones con la madre, gracias al amor prodigado por ella y su fe en Dios, se inició una terapia intensiva que exigió la reclusión de Andrés en un sitio alejado de la ciudad, donde no tenía acceso a la red, con estimulaciones campestres, música, danza y charlas de grupo acerca de los peligros y beneficios de la tecnología. Fueron sus mejores vacaciones. En la misma institución terapéutica pudo terminar su bachillerato y prepararse para iniciar sus estudios universitarios. Fue casi un año de voluntad, amor, fe, tenacidad y fortaleza y al fin… poder salir del fango donde lo tenía atrapado el monstruo. Al regresar a casa, eliminó de su máquina cualquier enlace que pudiera volver a abrir la tenebrosa puerta de la ludopatía.

Hoy,un sábado de abril, con diecinueve años, su madre ha vuelto a bendecirlo tras la puerta y él sonríe noble y generoso mientras se pregunta cuál mundo puede ser más peligroso: si la calle y los amigos reales o las redes sociales plagadas de monstruos que a cada día quieren atraparnos con sus tentáculos similares a los del Kraken, el engendro mitológico escandinavo.


CARPE DIEM

 

Esta vez se despertó sin mirar el reloj de mesa, no encendió la radio y un largo bostezo acompañó el estiramiento de sus brazos. Todos los días debieran ser como los domingos, se dijo, mientras ajustaba la bata levantadora a su cintura cuya talla empezaba a preocuparlo. Sin pasar por la ducha se metió en la pantaloneta, calzó unos tenis y bebió tres sorbos del jugo de naranja que recién preparó. De salida agarró cualquier dinero y la camiseta deportiva mientras sonaba el timbre del teléfono. No alcanzó, ni quiso contestar.

En unas cuadras logró la pista que rodea al estadio y lo sorprendió gratamente que en este domingo no hubiera mucha gente haciendo deporte. Caminó, luego trotó y su entusiasmo le impidió calcular cuánto espacio había recorrido hoy. Se sintió fresco, vital y una vez más se burló en voz baja de su médico: “Dos meses de vida. Medicina en pañales”. El diagnóstico había sido severo. El tumor cerebral andaba en pleno crecimiento y aparte de las cefaleas, los vómitos y la visión doble, podía generar pérdidas esporádicas de la memoria. La intervención quirúrgica era de alto riesgo y el paciente se resistía. Voy a vivir cada día como si fuera el último, se había dicho hace ya cuatro meses. Se había aferrado a la vida y a pesar de los violentos síntomas, no desfallecía en su deseo de vivir, y de vivir feliz. En contra de las indicaciones médicas y de los deseos de su familia, vivía solo; algunas veces salía de copas con amigos, disfrutaba de la música, de la lectura, lo mismo que de las mujeres y de las tertulias. No faltaba a su trabajo porque le gustaba lo que hacía: diseño gráfico publicitario. El mejor diseñador para la mejor empresa de la ciudad. Probablemente,  el uso excesivo del computador genera trastornos de tipo cerebral.

Retiró el sudor de su frente con el dorso de la mano y fue cuando miró el reloj electrónico que marcaba las 11. Diablos! Había trotado mucho o se había levantado muy tarde. De una u otra forma, no importaba. Esta vez no balbuceó. Lo dijo a todo pecho: EL DOMINGO ES MÍO Y PIENSO DISFRUTARLO MÁS QUE NUNCA. La pareja de ancianos lo escuchó. Ambos sonrieron  maliciosamente encogiendo los hombros. Estaba loco, gritando a voz en cuello y aparte de eso creyéndose en  domingo.

De camino a casa desayunó con ensalada de frutas, saltó como un niño evitando las líneas divisorias de la acera, lanzó dos o tres piropos a las colegialas sin percatarse siquiera de que llevaban uniforme este domingo. Las tiendas y legumbrerías tenían productos frescos, las peluquerías estaban abiertas y también aquel puesto que vende la lotería donde compró otra vez el número favorito. Con la misma euforia abrió su puerta. En el interior se escuchaba  insistente el timbre del teléfono. - ¿Aló?, con voz fuerte ante la bocina.

Y del otro lado: - Qué le pasó Jaime, por qué no vino hoy a trabajar?, Recuerde que hoy es lunes y teníamos reunión a las ocho de la mañana.

 


TARDE DE DOMINGO CON NORAH JONES

 

Que nuestro planeta con su movimiento de rotación provoque amaneceres y anocheceres y esto le haya permitido a los seres humanos un conteo arbitrario de los días, que los nombres asignados a los días de la semana obedecen a un capricho romano, que el calendario gregoriano tiene errores, todo esto me deja claro que domingo es un mero nombre, que para algunos no es el día de descanso sino de mayor trabajo, en fin, nada me autoriza ni me impide definirlo a mi manera, acogiéndome a la licencia que tiene cualquier escritor para decir lo que se le antoje y llevarlo al texto escrito para gusto o disgusto de sus lectores. Para mí, entonces, los domingos sí tienen claras diferencias con los demás días de la semana. En la mañana de los domingos veo a mis vecinos lavando las aceras y los autos mientras otros pasan con un trotecito lento, haciendo gala de sus atuendos deportivos. Suelo levantarme tarde los domingos y mirar al cielo, cielo de domingo… diferente… más azul o nublado pero diferente. La luz del día domingo es más clara y se cuela por entre las nubes en forma particular. Pasan las horas y entrada la tarde me preparo para mirar el fútbol en la tele o me encierro en mis recuerdos. Un domingo en la tarde murió mi padre y a algún filósofo barato se le antojó decir que uno escoge el día de nacer y el día de morir. No le entendí, ni me interesó su cuento, pero a mi padre se le ocurrió morir un domingo y me circunda la idea de que su muerte ratificó al parlanchín.  En la tarde de domingo, suele aparecer ella:  Norah Jones llega con su cadencia y su voz sutil, con un ritmo y cadencia precisamente  de domingo en la tarde. Hace mucho tiempo la escucho y a veces entiendo las letras de sus canciones, aunque de verdad no me importa lo que dice en su perfecto inglés porque simplemente busco su voz como compañía. Parece que los músicos de su grupo se cuidaran de opacarla y dejan sonar sus instrumentos tan tenuemente, con un respeto muy cercano a la reverencia[1]. Alguna vez quise escucharla un martes o un jueves y  dos o tres canciones fueron suficientes para hartarme. Pero el domingo en la tarde, ella se apodera de mi sala, se sienta en un rincón, y empieza…”And I'm feelin' the same way all over again Feelin' the same way all over again Singin' the same lines all over again. No matter how much I pretend …” que traduzco torpemente como “Y me siento de la misma manera otra vez y me sientes de la misma manera Cantando todo de nuevo, la misma canción otra vez. No importa lo que pretendo…[2]. Insisto en que no me interesa demasiado la traducción porque la gracia del asunto es escucharla en inglés. Por eso entiendo cuando los jóvenes tararean sus canciones favoritas en ese idioma,  sin saber siquiera lo que significan.  Por eso entiendo la razón que tienen quienes acuden a la audición de un concierto sinfónico sin saber ni pizca de su autor o del género, o de la orquesta. Se llama simplemente el placer de escuchar. Bueno, pero con la maravillosa garantía de poder dejar volar la imaginación en el vehículo musical. Por eso Norah me pone a viajar en mis recuerdos con el éxtasis propio que me produce. He de advertir que tengo recuerdos del pasado y del futuro, recuerdos del presente, de lo que sucedió y de lo que nunca pasó. El tiempo es relativo, la medida del tiempo es arbitraria. La mente tiene recovecos a los cuales solo vamos sus dueños… ¡y sin compañía!, sin dejar evidencias.   Por eso,  Norah Jones se queda aquí en mi sala, cantando mientras yo  ingreso en esos pasadizos extraños de la mente. Ella debe tener sus propios laberintos en sus escasos treinta y cuatro años [3]. Aún así, con sus propios problemas, la vimos impecable en la versión 85 de los premios Oscar, cantando “Everyone needs a best friend”[4]. Siempre la veré linda y joven. Nunca el artista vive lo suficiente. La muerte siempre es prematura para la gente que está en el arte. Y alguien me corregiría: “y… es que la gente que hace arte algún día muere?”.  Y en esta tarde de domingo, otra vez la escucho y cuando se me da la gana la convierto en una niña, como Judy Garland en la película El mago de Oz[5],  y la obligo a que me cante Somewhere over the rainbow y entonces comprendo que muchas cosas con las que soñé se han hecho realidad, que los problemas se han derretido como gotas de limón, y que lo que me falta lo puedo encontrar por encima del tope de la chimenea. Estas tardes de domingo con Norah Jones pueden tener un sabor nostálgico, quizá porque se acabó el descanso y mañana es lunes, el mejor día de la semana, el que nos conecta de nuevo a la tierra, al trabajo, a los amigos. Estos domingos con Norah son un maravilloso abrebocas para la semana que comienza. Su voz me acompaña mientras organizo mi ropa, mientras me tomo una taza de café y reviso mis correos, mientras miro llegar la noche a través de la ventana, con Norah en la penumbra. Nunca me ha gustado encender las luces un domingo en la tarde, quizá porque si lo hago, asesino de un tajo este día que me resisto a cerrar. La dejo sonar para que sea ella quien baje el telón de esta tarde de domingo. Afuera, las luces de la ciudad empiezan a encenderse  y sin saber por qué meneo la cabeza incrédulo. Mañana es lunes. Ella volverá de nuevo un domingo de éstos, de la misma manera, otra vez con la misma canción.

 


CUENTAME UN CUENTO, ABUELO

(Ganador primer premio profesionales, Prevenservicios, El Peñol, 2013)

“Cuéntame un cuento, abuelo; o mejor, una historia, una de esas que tú llamas recuerdos...”(Poema casi infantil. Jorge Robledo Ortiz)

 

Ricardo cogió una de las puntas de su ruana y la tiró sobre el hombro izquierdo, sus huesos de ochenta años ya acusaban frío. Alcanzó la taza de café humeante, se llevó un sorbo a la boca, lo saboreó con deleite y lo tragó con evidente gusto. Julián su nieto, con esas preguntas infantiles, ya le había puesto a recordar. Abuelito, usted dónde estaba cuando le echaron agua al pueblo?, usted por qué no se ahogó?. Entonces las imágenes se mezclaron con el humo del café. Los recuerdos no se ahogan, flotan sobre la superfice de la memoria para hacernos sonreir algunas veces, para dolernos, para bien o para mal. Esta vez, el viejo sonrió con las ocurrencias de su nieto. Entornó los ojos, respiró fuerte y se ubicó muchos años atrás. Yo vine a El Peñol cuando cumplía quince años, empezó diciendo, cuando mi papá creyó que los pueblos podían ser más seguros que las ciudades. Después supimos que en ninguna parte de Colombia se dormía tranquilo. Por qué abuelo? , interrumpió el niño. El viejo sacó de su bolsillo un billete de mil pesos. Habían matado a este señor. Julián leyó: Jor-ge-e-li-ecer-ga-i-tán. Se llama como mi papá, Jorge Eliecer. Exactamente, en honor a él, al político, yo le hice bautizar así. Un político? Qué es un político?, insistió el niño. Era difícil construir una respuesta en un lenguaje infantil y sólo se le ocurrió definir al político como “un señor que cree que con sus ideas puede ayudar a la gente y cambiar al mundo”. Pero en la televisión dijeron, insitió Julián, que los políticos son corruptos, que se emborrachan y tratan mal a la policía y la maestra dice que los corruptos se roban la plata del pueblo y que los niños no debemos aprender eso de la televisión. Este señor por qué está en el billete?, también se robaba la plata?. Otra vez el abuelo sonrió. No todos tienen esas mañas hijo, hay políticos buenos, honestos que sí hacen grandes obras y ayudan al pueblo. Si no fuera así, no tendríamos carreteras, agua, luz eléctrica, hospitales... -Me puedo quedar con él?-, interumpió Julián de nuevo refiriéndose al billete y sin esperar respuesta lo guardó en el bolsillo de su camisa. Ahora sigue abuelo, llegaste de quince años, habían matado al político éste. Y Ricardo le contó cómo los miembros de su familia hicieron de la agricultura su sustento, su modo de vivir, cómo obtuvieron después una pequeña parcela y unas vaquitas. Le habló de cuando nació su padre, el de Julián, el otro Jorge Eliécer, quien obligado se marchó algún día. Tuvo cuidado de ocultar la razón de esa dolorosa partida. No es fácil explicar a un niño por qué la gente debe abandonar lo que tiene, por causa de amenazas contra su vida. Le habló de la madre que tuvo que cuidarlo a él, a Julián, cuando apenas tenía dos meses de nacido. Es cierto que la piedra del Peñol se la iba a robar el diablo?, abruptamente rompió el niño, quizá porque la historia familiar no le interesaba más o le fastidiaba. Quiza es mejor hablar del diablo que de la violencia, pensó el abuelo y cambió de tema. Cuando llegamos a vivir al Peñol, nos contaron que la piedra de Guatapé antes era adorada por los indios tahamíes. El diablo quiso llevársela varias veces. Todas las noches iba a trabajar, a partirla para cumplir su deseo de llevársela en pedazos, pero él nunca supo que en el día, Dios se encargaba de borrar el trabajo y repararla y es por ésto que aún está la piedra en este lugar, pero con la grieta que le hicieron los hachazos.

 

Esa noche el niño se durmió cobijado por la ruana del abuelo. Duerme mi niño, mañana será otro día y seguiremos...si Dios quiere. Lo llevó a la cama y apagó la luz. La mente infantil divagó por las estrellas, visitó todos los mundos por donde había pasado el principito de Saint-Exupéry, tal como lo escuchó de su maestra la mañana de aquel día en la clase de lectura. Y al regresar a la tierra, su planeta, se posó sobre la gran piedra, la de El Peñol, la de Guatapé, la de nadie, la de todos. Y vió al diablo esculpiendo una figura sobre la muralla. La misma figura del billete, pero con el brazo derecho levantado y la mano empuñada. Y miró a lo lejos y no estaba el agua. La represa estaba seca. El diablo se la había bebido poco a poco para calmar la sed producida por el intenso trabajo.

 

De nuevo, el amanecer otra vez se vio engalanado con la presencia y el canto de los pájaros: La soledad, el Chamón, el cucarachero de monte, el carpintero..., con el despliegue de las mariposas y el mugir de las vacas. Julián empacó sus cuadernos y, después de un baño y un desayuno con patacones y chocolate, emprendió el camino a la escuela, no sin antes acariciar a su perro, patear dos o tres piedras y despedirse de su abuelo. A la noche me cuentas más historias, abuelo. La virgen lo acompañe, mijo, le respondió Ricardo mientras le acariciaba el hombro.

 

 Anoche soñé con el diablo, le comentó al corrillo de niños que llegaban al salón de clases. Pero a nadie le interesó el asunto. Hoy voy a preguntarles sobre la lectura de ayer, dijo en voz alta la maestra, después de rezar la oración de la mañana. La ansiedad por seguir escuchando las historias y cuentos del abuelo le hicieron pasar más rápido aquel jueves de escuela. En la tarde regresó pronto a casa, hizo sus tareas escolares y de nuevo se acomodó en la banca del corredor junto a Ricardo que se entretenía mirando las montañas y comparando los tonos del verde del paisaje. Cómo te fue en la escuela? -Muy bien, la maestra nos preguntó sobre un cuento que ayer nos leyó, yo le contesté todas las preguntas pero los compañeros se rieron cuando dije que el principito había aterrizado en la punta de la piedra de el Peñol. Fue que me equivoqué por un sueño que tuve. Es que los sueños y la realidad -dijo el viejo- a veces se confunden, yo a veces creo que cuando el agua inundó al pueblo fue solo un sueño y hasta creo que el pueblo sigue allí, bajo el agua y que la gente sigue viviendo, trabajando y yendo a la iglesia. Entonces, como siempre, el niño intervino: usted va mucho a la iglesia, abuelo... a rezar? No se cansa? -No solo a rezar, hijo, a darle gracias a Dios por lo que me ha dado y a pedirle para que tengamos todos un futuro mejor, un mundo más justo, en el que tú puedas estudiar y ser muy importante... -Como un político, abuelo, para ayudar a la gente y cambiar al mundo. -Bueno, hijo, si eso quieres..., serás un político.

 

Esa noche, Ricardo le habló de los hombres que escalaron la gran piedra por primera vez, cuando él tenía veintiún años, le dijo lo que era un aerolito, le habló de otra piedra, la del Marial y las virtudes curativas de la fuente que emerge de sus entrañas, allí donde se apareció la virgen y le dijo a un cura que el pueblo iba a ser devorado por un dragón. Con torpeza le explicó al niño qué es la mayoría de edad y su alegría cuando votó por primera vez, de la caída de un famoso dictador, de la unión de los partidos en un frente... cosas que al viejo le emocionaron pero que al niño le hicieron cabecear de sueño. Ricardo comprendió que temas como éste carecen de importancia para un niño de siete años y entonces optó por cambiarlo con una pregunta: Quieres que te cuente de cómo inundaron al pueblo?. El niño ya tenía suficiente por hoy: Sí, abuelo, pero mañana. Ya quiero irme a dormir.

 

El tercer día no llegó tan luminoso. Julián debió aceptar la chaqueta que la abuela le ofreció, calzarse unas botas de caucho y salir en medio de la llovizna que no cesaba. La escuela hoy no estuvo tan entretenida, porque no pudo jugar en el recreo. Tal parece que noviembre iniciaba con su invierno. En la tarde, apareció tímidamente el sol y la maestra aprovechó para enviarlos a la casa más temprano. A su llegada, la abuela ya tenía lista una taza de aguapanela caliente, segura de que con tal toma le haría frente a cualquier resfrió. Los abuelos amaban al niño entrañablemente. La madre se los dejó tres años ha para poder trabajar en la ciudad cercana. Del padre, Jorge Eliécer, no se volvió a saber después de su salida obligada. Algunos decían que había caído en la masacre de Segovia, otros que andaba por los Llanos. De esas tristezas no se le hablaba al niño. El abuelo se encargaba de mantener su mente infantil ocupada con historias, cuentos y buenas recordaciones. Esta noche de viernes es más tranquila. Mañana no hay que ir a la escuela., entonces el abuelo lo llevará al catecismo en la iglesia del pueblo y allí lo dejará mientras pasa a reunirse con los políticos. Es la rutina del fin de semana, sin faltar a la misa del domingo. Los viernes como hoy, la abuela sirve en la noche un chocolate con leche que ella llama “santafereño”, sin ninguna explicación. Esta noche es fría y cae muy bien con los buñuelos que trajo el abuelo . Julián desmenuza en el chocolate los dos que le tocaron. Mira abuelo, como se ahogan en la taza. Así fue la inundación de pueblo? El viejo, de nuevo, volvió a sus recuerdos y habló: Tal vez mijo, pero no es tan duro ver como el chocolate se traga los buñuelos. Fue más triste ver como se ahoga un pueblo. Eran los años setenta. Tú no habías nacido, tu papá tenía unos veinte años y yo andaba en los cuarenta y cinco. Y aunque se dice que no fueron personas las que se ahogaron, sí fueron las casas y las cosas con las cuales ya habíamos aprendido a vivir. Las casas, así como las cosas, también tienen vida, mijo... - y el viejo sintió que el sorbo de chocolate se le quedaba en la garganta y sus ojos se encharcaron. El útimo buñuelo, seco, ya no le pasaba y prefirió echarlo en la taza del niño. Esa noche Julián no quiso irse a su cama y se quedó en la del viejo charlando hasta tarde. Entre muchos cuentos e historias, aprendió el significado de la Fenix, pero no entendió por qué se paga tan alto costo por la “civilización” y el “progreso” de los pueblos.  Se durmió tarde y de nuevo tuvo sueños. El ya era el político que enarbolaba la bandera del nuevo color. El era quien rescataba los valores de un pueblo que se sumergió conservando la fe, la dignidad, el orgullo y la honradez. Y vió en su sueño a un Cristo resucitado hecho con fierros de labranza y le envidió su dureza y su fuerza y así como Moisés abrió un surco en el mar, Julián secó las aguas que cubrían al pueblo y lo vió renacer como el ave Fénix desde sus propias cenizas.

 

HELADOS DE CHOCOLATE

En medio de borrosos recuerdos infantiles, aún sigue viva, congelada, su memoria. Especialmente congelada porque cuando aún saboreo algún helado, insisto en evocar. Tenía ella unos diez años y yo andaba por los doce.  Mis padres, además de amor y cuidado, me enseñaban un absoluto respeto por los vecinos.  Ella quizá obedecía a las mismas normas porque sólo podía asomarse a la ventana cuando algún chico llamaba a comprar un helado.

 –Por favor una “crema” de chocolate-.  Eran mis favoritas. Aún conservo el gusto por este tipo de helado y no sé si es el chocolate el que estimula mi memoria o es un pretexto psicológico para recordar ese rostro angelical y esas dos únicas frases: - Gracias –A la orden. A la segunda siempre sucedía una sonrisa pícara detrás de sus ojos infantiles. Eso me bastaba. Solía comprar  dos o tres “cremas” en el día pero cuando alguien de la familia visitaba  a mis padres y me regalaba  monedas, ese dinero de más resultaba invertido en helados de chocolate aunque la panza me doliera esa noche. Para ese tiempo, no sabía diferenciar entre un dolor de panza y un dolor de amor. Más tarde, mucho más tarde,  entendí que el dolor de amor no es del  cuerpo sino del alma.

Celina era un nombre común para las niñas de la época.  Después vinieron los nombres de personajes de telenovela y de reinas de belleza. La niña de la ventana debajo del aviso “Venta de Cremas”, se llamaba así, Celina. Lo supe cuando su mamá la llamó de manera tosca aquella tarde: “Celina, p’a dentro!”  Esa tarde tal vez quise hablarte porque vi en sus ojos una luz, un destello.  Ni siquiera sé qué le hubiera dicho. O mejor… sí sé porque mis primeros versos fueron inspirados por ella, porque hoy, aquí mismo escribo a causa de ella. Entonces pienso en todos los niños reprimidos del mundo que aprietan sus labios para no confesar un amor oculto, porque el amor está vedado para ellos y solo permitido para adultos. Ignoro muchas cosas, entre ellas si los niños se enamoran y si los viejos tienen también capacidad de hacerlo. Lo que sí sé es que aquella noche de la mudanza, una vez terminamos de subir al camión todos los corotos, le dije a mi padre que me regalara con qué comprar un helado. Y él, con una sonrisa maliciosa, sonrisa cómplice, me dijo: “Vaya mijo cómprese dos y coma helado hasta que le duela la panza…mañana ya se le pasará y le dolerá otra cosa”. El viejo sí sabía que los dolores de panza pasaban, pero los del alma duraban eternamente.

Yo llamé a la ventana pero ya Celina había obedecido órdenes. Por el postigo entreabierto me pareció ver el último destello de sus ojos. Y me metí al camión hacia otro barrio. Hoy sigo comiendo helados de chocolate a riesgo de que me duela la panza, a riesgo de que me duela el alma.

 

HOJAS EN BLANCO

Caminaba con alguna frecuencia por las avenidas con separadores sembrados de árboles. Se dejaba seducir por el verde  de las montañas, por las bocas pintadas de carmín y por las aguas en cascada. Cuando viajaba en el bus, en el metro o en el tren, solía mirar las caras de viajeros que, como él, iban al trabajo en la mañana y regresaban en la tarde a su descanso. Esos rostros le contaban historias.  Era sensible a todo: a las caras de los niños y a la música que brotaba de cualquier instrumento. A la voz cálida de la mujer y a los vagabundos durmientes entre periódicos. No lloraba, pero se conmovía profundamente con la injusticia, con la pobreza, con el dolor. Entonces llegaba a casa, a su habitación, con el firme deseo de plasmar en el papel todo lo que sentía.  Nada.. no podía escribir. No encontraba símbolos, letras ni palabras para traducir al lenguaje escrito lo que su alma expresaba a gritos. ¡Nunca seré un escritor! . Se dolía de sí mismo, tiraba al cesto hojas siempre en blanco, hojas arrugadas.

Esa noche llegó más fatigado que de costumbre. Practicó el mismo rito antes de irse a la cama, se santiguó, pero esta vez lo venció el cansancio y se acostó vestido. No apagó la luz. Una ventana abierta dejó entrar el viento frío agitando de paso las cortinas y volcando la cesta llena de papeles. Las hojas blancas, arrugadas, recuperaron su forma y volaron por toda la habitación. Por la ventana, algunos destellos se colaron a causa de lejanos relámpagos. Y por la ventana…vinieron las figuras, las letras, las palabras. Impregnaron el papel . Y en cada una de las hojas blancas se fueron dibujando las historias, las de las avenidas, las de los rostros en el tren y aquellas en el tiempo olvidadas.  Y sobre el hombre, sobre la cama y en todo el cuarto, se entrelazaron hojas hasta formar sábanas escritas. El viento se calmó . Las cortinas volvieron a su punto. El hombre, aún dormido se echó las sábanas encima y así lo hallaron al amanecer.

La señora llamó con insistencia a la puerta de la alcoba. Felipe!, son las siete! No va a ir a trabajar?. Nadie respondió. La señora dudó. Entonces abrió la puerta con la llave de emergencia. Vio el cuerpo de  Felipe debajo de los libros. Lo tocó. Estaba frío.. Estaba muerto. Pero aún sonreía. Asustada, la señora llamó a la policía. Ellos vinieron. Al día siguiente, los periódicos coincidieron en sus titulares: 

Escritor anónimo muere después de de que su biblioteca le cayera encima.

APAGÓN

Martín Torres se había ganado el alias de manera muy simple. Cuando llegó a la guerrilla apenas cumplía veinte años y se llamaba Camilo. Recibió instrucciones de aquel a quien llamaban Moisés, un judío de barba blanca, experto en explosivos. Camilo recuerda que de él  aprendió hasta los sabores de los componentes utilizados para fabricar desde el más inofensivo petardo hasta la más dañina carga explosiva con la que atacaban las poblaciones del sur. Moisés había muerto a causa de una herida infectada y Camilo quedó a cargo.  Tal parece que el alumno superó al maestro.  Su exactitud para volar las estructuras metálicas de conducción eléctrica le merecieron su nombre en la guerrilla: Martín Torres. A sus treinta años ya tenía en sus registros más de veinte torres voladas y una docena de pueblos atacados y semi-destruidos a punta de explosivos de diferente poder.

La incesante lluvia de la noche no fue obstáculo para que la cuadrilla dirigida por Torres fijara en las patas de hierro más de treinta cargas inteligentemente distribuidas. Mientras las luces de las linternas se opacaban con las gotas de la lluvia pertinaz, Martín revisaba un plano mojado y daba órdenes. A las tres de la mañana ya todo estaba listo. Regresaron al cambuche y por el radio de mano solo se emitieron dos frases: “10-9, Todo listo”, “La fiesta empieza a la séptima del sol”.  Del otro lado de la frecuencia sólo se escuchó: -“Recibido, 10-9”. Todo quedó en silencio. La lluvia continuó.

El pueblo, despertó con cantos de gallos y silbidos de pájaros. La ciudad, distante apenas unos kilómetros del pueblo, tenía sus ruidos particulares a la mañana: pitos, motores de vehículos roncando, mezcla de voces y emisoras de radio con sus noticias. Los niños se aprestaban a salir para el colegio. Un ruido sordo, seco, sacudió las casas del pueblo a las siete en punto de la mañana. La radio se silenció, las pocas luces encendidas, trasnochadas,  se apagaron. Otra torre volada. Ya era común. Vendría el ejército, los obreros de la empresa de energía y en menos de doce horas arreglarían el asunto. .Los negocios más grandes encenderían sus plantas portátiles y a gasolina generarían lo necesario.

El asunto esta vez no era tan simple y rutinario. Martín Torres había recibido órdenes claras: “Esta vez, derrumba también las antenas, las torres de las cuales dependan todos los medios de comunicación. Y Martín había contratado la asesoría necesaria. La ciudad quedó sin más electricidad que la de las plantas portátiles. La sorpresa fue mayor cuando de los radios a baterías solo se escuchaba el ruido de la estática y señales poco audibles de emisoras al parecer lejanas. La televisión tampoco podía funcionar sin el fluído eléctrico y las bocinas de los teléfonos, fijos o celulares, tampoco tenían señal. En la ciudad y el pueblo el mismo pensamiento: “Estamos incomunicados”.

Los motores a gasolina se fueron encendiendo aquí y allá. Sin embargo, los televisores no captaron ninguna señal. Los computadores no lograron conectarse.  En cada parque, en cada esquina en cada sitio público, la gente arremolinada, mirándose extrañada, silenciosa, con una sola pregunta reflejada en su rostro: Qué paso?.

Una tropa de hombres con uniforme camuflado, cruzó el parque del pueblo -Han hecho un atentado terrorista! Estamos sin comunicaciones, los queremos a todos dentro de sus casas!-. Uno de ellos manipulaba un teléfono de mano similar a un celular y su portador transmitía códigos incomprensibles para el común de la gente. Los paisanos mayores entraron a sus casas y los más jóvenes quedaron en las esquinas desafiando la orden. Las señoras improvisaron cocinas con algún combustible que estuviera a mano. Tocaba esperar y vendrián noticias de la ciudad. Los hombres, que de madrugada salieron a trabajar, vendrián en la tarde y se sabría qué pasó. Por ahora, a esperar...

A eso del medio día los estudiantes del pueblo regresaron a sus casas, algunos hasta alegres porque las clases no fueron normales y muchos frustrados por el cierre de las salas de Internet  y la falta de conexión en los colegios. Detrás de ellos, empezaron a llegar los buses de la ciudad, muy extraño para la hora y los corrillos no se hicieron esperar. La ciudad está vuelta un caos, -dijo un paisano- y otro agregó: -no están funcionando ni los bancos, ni los cajeros ni siquiera los semáforos. Hay trancones, policías y ejército en todas partes y toque de queda a las cuatro de la tarde. En la mañana no se hizo nada, solo ordenar cosas porque ni luz había -declaró otro mientras se bajaba del bus. Casi no encontramos transporte para venirnos.  Aquí ni radio hemos podido escuchar -expresó un lugareño-  porque al encenderlo, solo se oye un ruido. Es que en la ciudad tampoco, solo se sabe lo que dicen los policías por unos parlantes de baterías.  Dizque no han podido arreglar el daño porque fue en las torres de comunicación. La cosa está putiada, definió otro con evidente propiedad.  De nuevo, la columna de militares apareció para dispersar a los paisanos y enviarlos a sus casas. Esta vez los camuflados se quedaron en el parque para asegurar el control del pueblo. El militar encargado del teléfono, suspendió la  conversación codificada y colocó el aparato cuidadosamente en la rama de un árbol. Qué es eso? Un celular? –preguntó un niño que se acercó tímidamente. -Es un teléfono satelital y se recarga con la luz del sol, y piérdase pues para su casa. Es lo único que funciona, dijo refiriéndose al aparato y dirigiéndose a uno de sus compañeros uniformados agregó: Ahora estos guerrillos sí la hicieron grande: bloquearon todas las comunicaciones civiles, el ministro ordenó toque de queda a las dieciséis en las ciudades afectadas y mi mayor me acaba de informar que las reparaciones durarán más de doce horas, que se espera mucha gente saliendo de la ciudad pues hay un cierre total en el comercio y en todos los establecimeintos que dependen de las redes de comunicación. Viene mucha gente para los pueblos y para el campo. Es que la ciudad sin electricidad y sin redes de comunicación es nada, sentenció.

Antes de las cuatro de la tarde ya la ciudad parecía vivir en un domingo.  En su gran mayoría, la gente abandonó el centro urbano y se fue a los pueblos y al campo. Allí era más fácil sobrevivir sin semáforos, sin cajeros electrónicos, sin bancos y sin Internet.  Sabían que la gente campesina podia cocinar con lo básico y caminar distancias si era necesario. De familiares y amigos conocían las costumbres en nada complicadas, lo mínimo, lo básico, lo primitivo. Vivirían un día sin radio, sin celulares, sin televisión y sin Internet, un día de vacaciones anticipadas. Y si era necesario, dos días o más. Así también lo comprendieron los gobernantes locales que dieron órdenes para evitar congestiones en el transporte de salida. Tal fue la cosa, que la gente interpretó el toque de queda como una posibilidad de salir de la ciudad en plan de descanso. Protestaron incialmente los más jóvenes, pero cuando se dieron cuenta que por la falta de  “facebook”, de “twitter”, de “whatsapp” y de “youtube” la ciudad para ellos no tendría sentido, aceptaron los planes campestres de sus padres y amigos y partieron con unos u otros.

Las carreteras se llenaron de automóviles, de buses, de motocicletas en un éxodo multicolor. El pueblo recibió a los llegados con saludos y sonrisas, los campos se llenaron de abrazos familiares. Entonces, a alguien le vino en gana decir que era un día de liberación, de libertad.  Dijo también que  los medios de comunicación y con ellos las redes, también esclavizan.  Ese hombre se llamaba Luis y hace unos meses había llegado al pueblo y siempre vestía un traje extraño. Decía haberse educado con una comunidad Amish. Decía que “Los amish nacieron de los menonitas en el siglo XVI y desde entonces, viven en comunidades en el campo. No utilizan la electricidad, no escuchan radio ni ven TV. Tampoco manejan autos y se dedican a la agricultura”. Afortunadamente aún estaba el campo, sin las cadenas de la ciudad -decía Luis. Nadie le creía y hasta era considerado loco por su forma de vestir. Esta vez tomó la palabra y con extraordinaria vehemencia, como un ser iluminado por un otro superior, reunió la gente y le creyeron.

Pasado algún tiempo, liderados por Luis, sembraron y se adaptaron a la vida campestre y poco a poco fueron olvidando el mundo tecnológico del que venían.

Una ciudad y un pueblo cercanos construyeron entonces el nuevo modelo de vida, obligados por las circunstancias pero con una capacidad asombrosa de adaptación al nuevo medio. Hoy, Los turistas visitan de vez en cuando al pueblito y sus alrededores y escuchan esta historia de los labios de Luis o de cualquier paisano La historia del pueblito de la ciudad cercana, cultura  que nació… un día sin conexión.

Años más tarde, un paisano encontró los pedazos de un esqueleto humano cerca de una quebrada. Una cadenilla de acero se veía en el lugar donde tal vez estuvo la nuca de quien fuera el dueño del otrora cuerpo. En la chapilla se pidía leer “Martín Torres. Fuezas revolucionarias de Colombia (FRC)”

CANTOS DE LIBERTAD

El hombre nace libre, responsable y sin excusas", Jean Paul Sartre

-Fidel Está vivo. Acaba de hablar. Radio Habana Cuba ha transmitido su discurso. La revolución ha triunfado!. Llegó la libertad!. La bastilla ha cedido, Francia está libre, (cantado) Bolívar cruza el ande que riega dos océanos. Cantalo, loco, es nuestro himno nacional. (Cantado) Allons enfants de la Patrie, Le jour de gloire est arrivé ! Cantos de libertad!, San Martín en Argentina, la guerrilla firmó, Juan Manuel es nobel de Paz.  Mandela, Luther King. Somos libres, parcero!.Y cae pesadamente en un sofá desvencijado. Ronca, delira 

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 John Alex lo mira de soslayo. -Está jodido, piensa,  mientras pone en pausa su "virtual player"; ya va en el nivel 5 y no quiere perder el juego. Abre el refrigerador, toma y come los trozos sobrantes, ya mordidos, de un emparedado frío. Cierra la nevera con el codo para evitar que se derrame la botella de Cocacola que lleva apretada,  incómodo,  con su antebrazo.

De paso, sacude el cuerpo dormido de su amigo Kevin.

-A este man hoy le dio la traba por la libertad. Prefiero que fume marihuana porque lo pone a pensar y a hablar. Cuando tira “quimios”, lo perdemos porque se vuela demasiado. Está amarrado al vicio y temo que no termine sus estudios de historia  en la universidad. De todos modos es un teso. Me gusta escucharlo cuando me habla de Aníbal y su conquista de Roma con un ejército de elefantes o cuando cuenta de Napoleón invadiendo a Rusia en 1812.  Se emociona como si lo estuviera viviendo. La historia, dice siempre,  es un canto a la libertad. Viene con frecuencia a mi cuarto y se queda dos o tres días. Me saca del tedio y la monotonía. 

 

John Alex no consume estupefacientes. Su actividad diaria está muy bien definida: Universidad en la mañana, juegos de video en la tarde, juegos de video en la noche, juegos de video hasta las dos A. M., visitas a la nevera, chateo, universidad, amigos virtuales, redes, emparedados. Amigos reales, solo uno: Kevin que viene a quedarse de cuando en vez , períodos en que suele abrir las cortinas del cuarto, casi siempre cerradas, para evitar los reflejos en la pantalla de su computadora. El paisaje siempre es el mismo: el apartamento del frente y la vecina cuarentona que todos los días pone un plátano nuevo al pájaro enjaulado. El pájaro canta, agradecido quizá y golpea con sus alas el alambrado de su jaula. No parece tan feliz encerrado, piensa John Alex. Con poca frecuencia visita y saluda a sus papás que duermen en la misma casa, en el cuarto de al lado pero demasiado lejos,  porque trabajan mucho. El padre es un policía  que ama tanto su profesión, a tal punto de que ha sido galardonado por servicios eficientes y amor a la patria. Su madre dirige una prestigiosa oficina de seguros.

 -Son buenos padres y me permiten vivir. No me joden. Respetan mi espacio. Suele explicarlo así a los amigos en las redes virtuales. –Además no me faltan con mi mesada semanal. Son buenos padres.

 Sube el volumen de la tele porque los ronquidos de Kevin ya son más altos. A veces mira el noticiero. En la mañana, saliendo de su finca, han secuestrado otro finquero y su imagen se muestra en la pantalla. “Tiene ochenta años y toma medicinas para el corazón. Ruego a quienes se lo llevaron que tengan piedad de este abuelo”, declara una mujer que parece ser su esposa. Siguen las noticias económicas, sube el dólar, oscila el precio del petróleo, pero la selección Colombia volvió a ganar!  Cobra James en el último minuto, goooool!.  Somos libres, loco!, despierta Kevin, sobresaltado y se sienta de manera brusca en el brazo del sofá. –Mera traba, mijo, relájese, siga que en la nevera hay jugo! Y John Alex le golpea en el pecho con el puño cerrado. Kevin se tambalea y de paso al refrigerador lo increpa con  una sonrisa seca, con tufo de recién levantado y lo señala con el índice como advertencia: -Me despertaste, me debes una.

 Se quieren como amigos de hace diez años, se cuentan sus pilatunas y hablan de mujeres y de sexo al mismo tiempo que de historia, universidad y juegos de video. Kevin lo apoda “Gamer” y John Alex siempre le dice parcero o loco que es un trato  genérico de todos los jóvenes.

-Escuché que secuestraron un cucho. Estaba soñando o es verdad.

–Si, por allá en La Paila, Santander. Y vos hablando de libertad. Seguí  hablando…, que vengan Simón Bolívar y San Martín a rescatarlo, o el nobel de Paz o Mandela a consolar la familia, siga estudiando historia, parcero,  y no aterrice, siga tirando quimios y fumando vareta que la guerrilla lo va a graduar en historia.

 -Y por qué me la montás a mí, yo solo estudio historia, Qué tengo que ver con eso, cada cual con su lucha, loco.  ¿No me has dicho que el mundo es como un juego de video de esos que te gustan?. Vos matás gente también y yo no te digo nada-

-Pero no es gente real, son muertos virtuales. El secuestrado sí es de carne y hueso. Como en la historia que me contás. Ahí si murió gente real, o no.

-Han muerto por la libertad, eso es morir con honor.

-Por la libertad de quién, por la tuya?, por la mía? Vos no sos libre, vivís pegado al vicio, no hay día en que no consumás. Es eso libertad?

- Ah no, entonces me vas a dar cátedra vos que vivís pegado a la pantalla de un computador y al celular. Vos que sos un mantenido de  tus papás aquí echado, solo comiendo y jugando. Los míos por lo menos me exigen estudiar. Entonces vos si sos libre o qué.

La discusión sube de tono, se acalora, los muchachos rememoran en insultos viejas rencillas, “tus papás no tienen tiempo para vos”, “los tuyos solo tienen plata y poco cerebro”, “a vos te maneja tu novia”, “no fuiste capaz de tomar decisiones”, “te da miedo” , “cuál libertad!”

La algarabía se escucha en la vecindad, llama el portero, suena  el citófono, nadie responde.

Entonces, por encima de la discusión de los muchachos, se escucha el grito de una mujer aterrada:

 

-Dios mío, el pájaro se ha volado!

De inmediato, ambos miran por la ventana. La vecina de enfrente hunde las manos entre sus cabellos desordenados, desesperada.

Los muchachos se callan, se miran y  en un abrazo de amigos que se reconcilian, aciertan a decir al unísono:

 

¡Ese pájaro sí es libre, parcero!

 

EL MITO DE LA QUEBRADA

 

Vivo en una vereda donde aún se escuchan a lo lejos los disparos de las escopetas que pretenden ahuyentar a los pájaros cuando vienen a picotear las mazorcas de maíz. Esos disparos alertan a la gente que hace unos años compartió por obligación el territorio con grupos criminales, con asesinos que justificaban causas y vomitaban fuego por los negros cañones de sus armas.

Vivo en una vereda, cerca de la sinuosa carretera, de ese camino que en cada curva alberga un peligro. Una vereda donde en cada casa se edifica una historia, y donde en cada historia se edifica un mito. Los mitos y las leyendas coinciden en el hecho de que son narraciones que se repiten tanto de boca en boca que al final alguien las cree y alguien las cuenta como verosímiles, como verdaderas. Es quizá lo que hago, un eslabón de esta cadena de narradores. Escribo de lo que quizá nunca ocurrió pero lo hemos venido fabricando con cada charla, cada oralitura  y cada escrito.

Así ocurrió, me dijo el campesino Arnoldo, se acomodó en la silla rústica hecha de un tronco, se frotó las manos, sacudió los hombros, como si sintiera frío, como si sintiera miedo. Y empezó:

En las noches se escuchaban los disparos de armas allá al frente, en La Meseta. Nosotros nos echábamos la bendición y seguíamos llenando las vasijas de agua. La quebrada era limpia y corría despacio entre las piedras lisas. El murmullo que producía el agua era apenas parecido al viento que soplaba suave. Tomábamos el agua de noche porque pensábamos que era más fresca y porque trabajábamos fuera de la casa todo el día. Después de una hora de descanso al terminar la tarde, ya nos cogía la noche. Pero la quebrada estaba cerca, a unos metros de la casa. Era ya costumbre hacerlo. Un hábito como dicen los patrones. Esa noche, la del 21 de Octubre, nos demoramos un poco más para bajar por el agua, porque la abuela nos hizo rezar unas oraciones a la Madre Laura, antes de irse a la cama temprano. Bajamos entonces y estaba un poco más oscuro que otros días. Tiramos las ollas al agua, no sin antes amarrarlas para que no se las llevara la corriente. De regreso, las sentimos un poco más pesadas que de costumbre. Sin preocuparnos por eso, las trajimos hasta la cocina. Mamá pegó un grito: qué es eso? Y se tapó los ojos a la vez que hacía arcadas como para vomitar. Las ollas estaban llenas de sangre, líquida y en coágulos, así como cuando vamos a hacer una morcilla. Llévense eso, dijo mi mamá, cochinos. Dónde metieron esas ollas. En la quebrada, mamá, respondimos asustados. Pues boten eso y vayan por agua pura. Eso hicimos y alumbrados con linternas, bajamos de nuevo a la quebrada. Nuestra intención era lavar las ollas y llenarlas de nuevo, pero con agua limpia, de otra parte de la quebrada, pues era evidente que en el primer sitio había un animal muerto o quizá lavaron un menudo de cerdo en ese lugar. Alumbramos con las linternas pero… horror! Toda la quebrada esta llena de sangre y de coágulos rojos que bajaban desde la montaña. Todos gritamos y nos devolvimos corriendo. Mis papás y unos amigos que llegaban bajaron asustados y nos encontraron en el camino de subida. Qué les pasó?- Solo alcanzábamos a mostrar para abajo con nuestras manos, los mayores se devolvieron por machetes y linternas. Todos bajamos. La quebrada crecía, los coágulos chocaban entre sí. Debe ser una matazón que hicieron arriba, dijo mi papá. Si, pero no veo cuerpos, solo sangre. Hay que llamar a la policía.  En efecto, lo hicimos, vinieron, caminaron el borde la quebrada hacia arriba. Allá, en la cima, yacían más de diez cadáveres decapitados y desmembrados. Aún les salía sangre que caía a la quebrada. Por eso, terminó Arnoldo, es que en esta semana de Octubre, seguramente veremos correr sangre por la quebrada. Ocurre todos los años.

Entonces ahora comprendo que los mitos son como bolas de nieve que van creciendo porque cada cual le agrega un ingrediente.

La quebrada se pone roja cada cierto tiempo, sobre todo en Octubre

Esta semana me visitaron los funcionarios de CORNARE, se llevaron las muestras de la quebrada y como resultado me han dicho que en su fondo se reproducen unas plantas acuáticas que en la noche cambian sus colores hasta un rojo intenso, lo que produce la sensación de estar frente a un río de sangre. Creo que ocurre algo similar en Caño Cristales.

 

ZOILA POSTPANDEMIA

Cuento colectivo

Muchos meses de encierro, muchos días sin poder trabajar, noticias, personas y hospitales le habían reblandecido el cerebro. Zoila Sucerquia no aguantaba más. Haría un viaje, sí.  A Cualquier parte Y tal vez sería su último viaje. El definitivo, el camino al cielo.

Llegó a la taquilla en la terminal de buses y le pidieron su nombre y cédula para venderle el tiquete. -Zoila Postpandemia, respondió con tal seguridad que la empleada detrás del vidrio de la taquilla hubo de levantar su mirada esperando la sonrisa propia de quien está haciendo una broma, tomando del pelo o proponiendo un acertijo. –Zoila qué? Y ahora no pudo evitar el brillo burlón de sus ojos, al terminar la pregunta. Zoila, en cambio, se puso más seria y le repitió: Zoila Postpandemia y no traigo mi cédula. Es claro que mintió. Pero si no me puede vender el tiquete, me voy de viaje a otro pueblo, y simuló retirarse de la taquilla. –Disculpe, son quince mil pesos. Y le entregó el tiquete, que Zoila arrugó entre su mano derecha, junto a los cinco mil pesos que recibió de vuelta.

De tez cobriza, labios secos, cabello descuidado y una blusa estampada con flores grandes, una falda larga, Zoila tenía el aspecto de una gitana. Mirada profunda, vacía y fija. Se acomodó en el primer asiento que encontró vacío, sacó un espejo de su cartera roja y se pintó los labios mientras el bus iniciaba su ruta hacia El Peñol.

Las tardes de verano en el pueblo, suelen ser soleadas y frías. Un viento suave juega entre los eucaliptos y los pinos. El polvo del  camino hacia la planta de aguas, se pega al calzado de la mujer. Chanclas de cuero sintético que dejan ver las puntas de unos dedos gordos con uñas mal pintadas de carmín. El viento se detiene y los arbustos alcanzan a escuchar el jadeo que resulta de una respiración cansada. Amarra su cabello con una cinta ancha y con el dorso de la mano se limpia el sudor de su frente y las mejillas. El paisaje le regala un banco de madera y la mujer se apresta a descansar.  Mira al agua. Ha sido un viaje corto desde la ciudad, pero largo y fatigoso desde que dejó el bus. Vuelven a su mente trastornada tantas caras desconocidas, tantos lugares, tantos radios encendidos, tantas noticias, tantos tapabocas y tanta soledad en la ciudad que dejó atrás. Y ahora, aquí sola, sí puede lograr su deseo. Gritar sin que la escuchen y correr por la yerba seca, descalza y libre. Irse feliz, desconectarse de una pandemia que todo lo silencia. Soy la vida, soy la muerte. Y revuelve su cartera para encontrarlo allí, junto a su labial, junto a su cédula y junto a su dinero. Lo acaricia, lo besa. El frasco recibe el calor de sus manos y la atención de sus ojos. Sonríe al ver las dos tibias cruzadas y la calavera, el signo de muerte, impreso en la etiqueta. No más pandemia, no más vida, tú me librarás de mis penas y me llevarás al cielo. Solo una gotas y me iré volando, dormida hacia el infinito. Y pone con cuidado el pote con veneno sobre la yerba, donde pueda verlo mientras baila levantando al viento su larga falda. Le danza a la muerte. El agua de la planta está presa  pero imita el baile de la mujer haciendo ondas superficiales con el viento. Solo que el agua le danza a la vida y Zoila le danza a muerte. La planta de aguas, hoy domingo no tiene más visitantes que la mujer. Paisaje, planta veneno y mujer son los cuatro cómplices propios para cualquier acontecimiento fatal.

De pronto, una luz: Zoila detiene bruscamente su danza y en  su demencia, habla en voz alta y decide: Por qué he de irme yo y no ellos?. Y señala con su índice en dirección al pueblo. Si soy la reina, que se mueran ellos. Mira el frasco, mira al agua, más tranquila que ella, más clara, más feliz. Retira la tapa y derramar todo el contenido, esparciéndolo sobre las cristalinas aguas. Un color azul invade toda la superficie y un fuerte olor hace que hasta los pájaros se retiren asustados. El agua contaminada sigue su curso maléfico por los ductos hacia el pueblo. Zoila ríe a carcajadas y repite: ¡Que se mueran ellos!

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Es lunes. La radio reporta más de cien personas intoxicadas en el pueblo. El médico del hospital teme que los abuelos y niños no puedan sobrevivir. El agua de El Peñol ha sito envenenada. La policía rodea la planta en busca de indicios. Las llaves del acueducto han sido cerradas desde la fuente hasta las casas. Pájaros muertos en los alrededores, perros que vomitan, niños que lloran.

Una mujer de falda larga se pinta los labios mientras viaja en un bus hacia la ciudad. La pandemia pasó y sobreviví. Yo, Zoila Postpandemia.

 PENSAR ES HACER.

 (“Mi Nuevo Peñol, 40 años: ¿Qué ha pasado?”)

Por Oliverio Torcido, a mi amigo Juan Pablo Betancur

Alfonso se ha marchado hace algunos días. En el pueblo se siente su ausencia. Como si faltara un objeto, como cuando le hace falta un eslabón a la cadena. No es como la ausencia de los muertos. Al fin y al cabo, de los muertos sabemos que están  muertos. Pero Alfonso se fue tal como llegó. Sin que nadie se percatara. Una tarde de hace un año se bajó del bus de las cuatro de la tarde y se acomodó en la cafetería, pidió un café y abrió un libro. Un hombre cualquiera se acercó a preguntarle si  sobraba una silla y él respondió: -Sobran tres, estoy solo. Y el cualquiera le respondió: -Igual yo. ¿Puedo acompañarlo?. –Usted asume las consecuencias, bromeó Alfonso. Mucho gusto, soy Juan Pablo, soy de aquí, de este pueblo hace veinticuatro años, los que tengo. Yo no, replicó Alfonso. Ni soy de aquí ni tengo veinticuatro. Lo único que tenemos en común es que estamos solos. –Y que nos gusta leer, replicó Juan Pablo, señalando el libro.  “Pensar es hacer”. ¿Otro libro de auto-superación?. Alfonso se lo entregó con gesto amable, abierto en la página 73. Se lo presto, léalo y asuma las consecuencias..-Pero… me demoraré leyendo, no soy bueno. para eso. No importa, Cuando guste me lo devuelve, voy a estar por acá el tiempo justo. Me busca. Se levantó de la mesa y se fue sin pagar el café. Juan Pablo asumió la cuenta y balbuceó sonriendo “usted asume las consecuencias,,,”

En la noche, su lectura ya había logrado llegar  hasta la página 73, partiendo del principio, y le atormentó la idea de que todo lo que se piensa puede suceder, aún los malos pensamientos. En la página siguiente se proponía la solución de un jeroglífico. En eso sí que era bueno Juan Pablo, era un aficionado a la cultura general. Si lo lograba, decía el texto, tendría el poder de hacer realidad los pensamientos, cualesquiera que fueran. Era ya tarde y debía dormir. El jeroglífico, una mezcla de caracteres egipcios, dibujos mayas y símbolos abstractos; al final aparecía un dibujo a mano alzada, réplica de la estatua que hiciera Auguste Rodin. “El pensador”, Esa imagen sí era conocida. Juan Pablo la había visto en bibliotecas, en internet. Pero no pudo hilar la frase, la solución, ni siquiera un concepto y así se durmió, sólo hasta las tres de la madrugada cuando sobresaltado, se sentó de repente en el borde de la cama: y dijo: “Nada tiene sentido, Solo el pensamiento”. Si, esa es la solución. Volvió al libro y en la página 75 solo había una frase escrita en tinta fresca que manchaba los dedos:  “Lo lograste”. No había más páginas. Allí terminaba el libro. Juan Pablo pensó que era una buena broma. Mañana entregaría el libro al loco de la cafetería. Y se durmió.

Todo fue un sueño, se dijo mientras la ducha fría acariciaba su cuerpo, Se metió en unos calzoncillos limpios y con la meticulosidad de una dama terminó de vestirse, afeitarse y mirarse al espejo antes de salir. El día debe estar soleado, pensó y así como lo pensó, ocurrió, pero solo se sorprendió cuando su paisano Felipe lo abordó para pagarle unos pesos que le debía. Carajo, lo acababa de pensar. Entones miró a la plaza y la vio tal cual la había soñado, como la pensaba.. Mi nuevo Peñol, tanto años, qué ha pasado? Tengo veinticuatro y me cuentan que hace cuarenta  sucedió la “Hiroshima Paisa” Así  tituló el periódico del año 78. Entonces recorrió el mercado y con solo pensar que era un pintor, acudieron a sus manos acuarelas, óleos, pinceles. Y todo lo que pensaba, y todo lo que pintaba, se hacía realidad. Hizo renacer ríos y quebradas, resucitó a sus abuelos, y en una exquisita combinación del pasado con el presente, reconstruyó las casas de entonces, el pueblo viejo, las formas viejas combinadas con los aprendizajes nuevos, la gente de entonces con los jóvenes de ahora. Pensó en líderes y aparecieron, pensó en grandes cultivos y allí estaban frescos los tomates, las curubas, el maíz, las papas, los fríjoles y los aguacates. Pensó en la gran represa y en el viejo pueblo y allí aparecieron, uno al lado del otro, sin invadirse. Su pensamiento recogía todo el progreso y desarrollo de cuarenta años, unido a los valores físicos, intelectuales, morales y estéticos de antaño.

Juan Pablo quiso pensar más allá y unió al Peñol con los sus vecinos mediante hermosos caminos y veredas. Y una enorme carretera que circunvalaba  la región. Pensó en riqueza y todos empezaron a sonreír y a mostrar lindos atuendos, casas y caballos. Por fin, esa tarde pensó en felicidad y las familias se abrazaron de nuevo y volvieron a sus chocolates nocturnos, a la oración y al calor del hogar. Los jóvenes de hoy, buscaron a sus padres.

Entrada la noche, meditó: “No todo se ha perdido. Mis veinticuatro años, los cuarenta de mi pueblo, no han sido en vano, Mi peñol se reconstruye a partir de mis pensamientos. Quizá el mundo también funcione así: Estoy cansado, pero feliz”.

Solo al volver al libro recordó que había olvidado entregarlo. Lo abrió de nuevo por un impulso extraño;  la página 75 ya estaba seca. En una nueva página, que apareció al final, leyó: “Cuídate de los malos deseos, de los malos pensamientos. También podrán hacerse realidad”. Juan Pablo no podía ser presa fácil de aquello. Su mente limpia, positiva y diáfana no permitía si siquiera el menor asomo de la maldad, Ni siquiera quiso probarlo. Y cuando pensó que su madre podía morir, la encontró en su lecho de muerte con sus ojos cerrados y una leve sonrisa que adornada sus labios. Y no sintió dolor. Comprendió la grandeza de la muerte. . Cuando pensaba en la lluvia, ésta caía feliz sobre las ramas. Y si en algún momento pensó en las dificultades y tormentos de su pueblo, también concluyó que eran parte del nuevo amanecer, de su progreso, de la construcción de cuarenta años y siguientes.  Un día pensó en ser rico y disfrutó de su estado, otra vez en ser pobre y descubrió entre ellos, entre los pobres,   la extraña felicidad que los cobijaba.  Definitivamente su pensamiento, cualquiera que fuera, encontraba lo bueno entre el dolor, lo dulce entre lo amargo.

El Pueblo de Juan Pablo se vuelve a construir a cada día, porque él lo hace desde su pensamiento. Un sol nuevo a cada amanecer, el mercado, un puente, un prado o un cultivo, dibujados y reales a partir de un milagro, a partir de una frase mágica: “Nada tiene sentido, Solo el pensamiento”. Juan Pablo nunca entregó el libro porque nunca encontró a Alfonso a pesar se su cotidiana búsqueda por todas cafeterías del pueblo.

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Juan Pablo sigue aquí, sigue pensando. Alfonso se ha marchado hace algunos días. En el pueblo se siente su ausencia. Como si faltara un objeto, como cuando le hace falta un eslabón a la cadena. No es como la ausencia de los muertos. Al fin y al cabo, de los muertos sabemos que están  muertos. Pero Alfonso se fue tal como llegó. Sin que nadie se percatara 

EL ESTADO DE CONCIENCIA

Un intento de ensayo. Dejémoslo en cuento

Sobrevive la conciencia. La misma que tenemos mientras soñamos. El dolor y el placer físico no desaparecen. Sobrevive la conciencia, así como cuando soñamos, la conciencia se alegra, se entristece o se asusta y le transmite al cuerpo para que éste lo convierta en sensaciones. Es cuando despertamos asustados o tristes, con la sensación de lo que lo soñado fue vivido. Es obvio que si no hay receptor, si no hay cuerpo físico, no hay sensación. Pero la ausencia de sensación no anula la conciencia. Ella sobrevive libre y puede transportarse dentro de un mundo etéreo donde no hay tiempo ni espacio y , por lo tanto, tampoco velocidad. Sobrevive  la conciencia, libre de ataduras físicas pero fiel a sus principios. Se apaga lo físico, se descompone, se pudre, mas la conciencia emerge por sí misma y permanece. No estamos para otros, pero estamos conscientes para nosotros mismos.  De la misma manera que en los sueños escuchamos y vemos, la percepción de la conciencia es real, en su realidad que es propia, diferente, no asida a lo físico, más allá de lo físico, metafísico dijeron los que así lo sospecharon desde los principios  del pensamiento hasta hoy, que sigue siendo principio pero más maduro, más elaborado. 

Una cosa es lo real y otra es lo físico. Lo uno no implica lo otro. Lo real es lo verdadero, lo que existe,  aunque no pueda comprobarse con los sentidos.  Ya lo dijeron. El estado de conciencia es real, pero no es fisco en sí. El estado de conciencia puede estar desaferrado a lo físico o unido a él  mediante los sentidos. En el sueño, el estado de conciencia algunas veces se une a los sentidos; algunas veces, no siempre. Y si lo hace, hay en el cuerpo físico sensación general de salud o malestar percibido como síntesis de las sensaciones internas, es decir lo que han llamado cenestesia.  El estado de conciencia prevalece entonces, permitiéndonos  estar en diferentes lugares y circunstancias en las que no existen variables tiempo ni espacio. Desde esta perspectiva,  el cuerpo es un vehículo de la conciencia y si desaparece el primero por causa de la muerte corporal, es decir, si deja de funcionar, la conciencia permanece. Es apenas obvio que al no haber cuerpo, la conciencia queda absolutamente relegada a lo metafísico sin opciones de expresar dolor o placer físico.  Como la conciencia se ha construido a través de los eventos, ha logrado la capacidad de clasificarlos: positivos y negativos, cómodos e incómodos,   en fin dígase “buenos y malos”, por nombrarlos de alguna forma. Los efectos de tales eventos sobre la conciencia también permanecen. Pero cuando de nuevo son “observados” en los demás desde un estado de conciencia, nada puede hacer ésta para sancionarlos o corregirlos y menos para impedirlos. Cuando pasamos al estado de conciencia, por causa de los sueños o la muerte corporal, nos convertimos en meros observadores del mundo, sin tomar parte, “sin voz ni voto”. Como observadores tampoco tenemos la opción de cambiar  las causas ni efectos de tales eventos, llegando solo a satisfacernos, incomodarnos de acuerdo a la construcción de conciencia que hemos logrado cada uno, pero sin opción de expresarlo materialmente,  como dijimos antes.  Es de insistir que como no hay representación corporal, no hay tampoco dolor ni placer en lo que se refiere a lo físico, ante estos eventos. En palabras más llanas, si estamos en estado de conciencia no nos “dolemos” ni nos “alegramos” de lo que “vemos”  pasar. La construcción de conciencia de la cual hablamos, se logra a través de unos eventos “buenos” y “malos”, vividos a través de la existencia. Sus efectos o resultados no están ligados a dogmas ni creencias sociales sino a las referencias propias del individuo. Sin embargo,  la observancia de ciertas conductas, universalmente consideradas como “buenas”,  sumadas a las conductas que para  cada individuo resultan sanas y satisfactorias, muchas conductas y comportamientos inscritos en códigos socialmente aceptados, todos estos,  contribuyen a la construcción de la conciencia.

En palabras más simples, el estado de conciencia puede calificar los comportamientos de los individuos observados sin que su evaluación cause el menor síntoma de dolor o placer. El estado de conciencia es neutro ante cada circunstancia. Desde el estado de conciencia, nada podemos hacer para cambiar un mundo en el cual ya no vivimos.

No puede negarse la influencia de la fe, la creencia en un ser superior y el prepararse para un destino final del ser, en la construcción de la conciencia individual. Obras y conductas que son comunes a muchas religiones y creencias, aportan buen caudal en el significado de cada conciencia individual.

UN CUENTO DE DIEZ AÑOS

(En los diez años del concurso de cuento Prevenservicios, El Peñol)

Los calendarios de entonces repetían en cada hoja desprendida que corría el año 2008. Le había sonado la cosa, le había interesado el asunto: escribir un cuento. Se sentó y garabateó tres palabras Esta es mi historia. Y se dejó llevar…, y voló por los espacios de la imaginación. Y encontró sentido a su vida y entonces se preguntó de dónde venía, por qué estaba allí y escribió. Primero unas líneas, después un párrafo e hiló palabras para llegar al texto. Cuando llegó al final, empacó sus cosas y entregó sus hojas. Días después la voz del jurado le anunció su logro, y recibió su premio y quedó para siempre inscrito en la lista de los más grandes. Había ganado el primer puesto de aquel concurso convocado por la mano amiga. A partir de allí, se convirtió en escritor, tomó la pluma cada año y se aventuró en el delicioso oficio de escribir. Y de escribir para su pueblo, para El Peñol, para su gente. Y vino su  deseo: Ojalá se vaya la luz, para que  la penumbra invitara al recuerdo. Y pensó si sería él mismo a cada año y para cada tema renacería con más fuerza como el ave Fénix. Si lo haces al derecho, reclama tus derechos, fue la propuesta y de nuevo llenó sus hojas antes blancas con frases que invitaron a la sana convivencia y al ejercicio de la libertad. Sin género, sin sexo,  el ser humano es uno solo. El escritor se puede desdoblar y aunque cada año parezca diferente, es solo eso: el escritor. A Gustave Flaubert  se le atribuye la frase  “Madame Bovary soy yo”, porque el que escribe asume posiciones tal vez esquizofrénicas, asexuadas. Tampoco está condicionado al tiempo, lo trasciende Y es capaz de ver a su pueblo y a su gente en el futuro y por eso ve y escribe El Peñol y su gente en el año 2030. Nuestro escritor, que cambia de nombre a cada año, recorre su pueblo, va por los bares y cantinas, sale a las veredas y sufre con los que sufren ve a su gente hundida en sus problemas, en sus vicios y no se resiste a volver a sus escritos que son la panacea, escribir es soñar, soñar es esperar y con la esperanza vamos saliendo del fango que nos impide el progreso personal y social.

Un nuevo día, un nuevo sol. Las calles del pueblo se llenan de luces y de flores. Esta vez se trata de celebrar y los paisanos se aprestan a festejar un nuevo cumpleaños. Pero este año tiene un sabor a centenarios. Son tres. Y El Peñol, Un patrimonio cultural con 300 años de glorias, sacrificios y saberes, inspira al escritor de nuestro cuento. El va preguntando de aquí a allá, habla con el joven, con el anciano, visita bibliotecas y  llena sus papeles blancos con notas que hablan de leyendas, de sitios idílicos, de acontecimientos y de personajes. No en vano han pasado cien, doscientos y trescientos calendarios. No en vano su pueblo se ha sumergido para empollar el ave que abre sus alas al nuevo amanecer. Un pueblo nuevo que no teme a los recuerdos y cuya historia se forjó con los golpes de labranza. No importa si algún día se apagarán  las redes o faltará la energía eléctrica, pues ese día sin conexión será capaz de volver a sus valores básicos, a sus familias y sus charlas nocturnas a la luz de las velas y al calor del chocolate. El escritor entonces se viste con paisajes, los pájaros le hablan, las montañas lo arrullan y las cascadas le susurran: “Cúentale al mundo donde vives”, abre tu cuaderno y escribe a cada día, escribe para propios y para los extraños, háblales de El buen turismo y la construcción de progreso en El Peñol. No guardes tu pluma, caminante, escritor. Hay historias, recuerdos, parajes y caminos.

Y… Al final de la tarde, después de diez años de letras, de palabras, este ser con mil rostros reposa en su grandeza, este ser que en un año habitó en el cuerpo de un hombre y cuando quiso fue dama y niño y viejo, este escritor hizo pausa en el camino, se acomodó en la piedra, esa más alta, en la roca cerca al cielo, y desde allí contempló su villa, los arados, las quebradas, los parques, las personas y suspiró diciendo: “Mi nuevo Peñol 40 años ¿Qué ha pasado?” Entonces ocurrió lo inesperado: desde la piedra, las hojas volaron, impregnadas de letras, de diez años de cuentos. Y las hojas…como extraño milagro, se convirtieron en palomas blancas, surcaron el cielo y volaron sobre el pueblo, sobre ancianos y niños que reían felices al verlas pasar como mensaje de una paz que llegaba desde el cielo.

 

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CRONICAS Y ENSAYOS

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EL PROFE LLEGA A EL PEÑOL






¨El profesor Epifanio Tintinago en esta crónica nos regala un memorable testimonio de lo que es llegar como nuevo habitante de una comunidad y, rompiendo los estereotipos de lo que llaman ser foráneo, integrarse plenamente.

Por veredas y calles de El Peñol, un municipio cada vez más cosmopolita, hemos visto al profe Tintinago caminar, escuchar, aportar, dialogar con todos, nativos o llegados de otros lados, en una actitud abierta, que nos ha hecho recordar a algún sabio personaje sacado de las páginas de la obra 'Lecciones de los maestros', del pensador George Steiner.

Con inteligencia y empatía don Epifanio ocupa un destacado lugar en el pueblo tras descartar el irse a residir a otras latitudes.

Estamos, pues, ante una bonita crónica que se lee con agrado y cuyo remate final sólo puede dar lugar a una sincera respuesta de bienvenida, pues es costumbre de los peñolenses acoger a todo quien llega, y más en el caso de este prestigioso profesor cuyas acciones vemos con gratitud, pues son un aporte notable al progreso intelectual y social de nuestro municipio¨

Pedro Nel Valencia

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Nuestro hermoso idioma Castellano abunda en sinónimos, afines, modismos y acepciones. Al que vive en el mismo lugar donde nació, se le dice nativo, oriundo. Al que llega, a pasar las vacaciones de verano en un lugar distinto del lugar en el que vive habitualmente, se le llama veraneante, turista. Para el mejor uso del idioma, foráneo es el adjetivo más acertado en nuestra intención por su etimología: foraneus, de fuera, exterior, forastero. Son las características de quien llega de afuera pero que finalmente puede o no echar raíces y tal vez se quede, sin perder su condición o adjetivo. 

Las vacaciones del veraneante en cualquier lugar, pueden ser largas o cortas, o su estadía puede ser durante el verano o en el invierno.  Es que, en el trópico, un día soleado puede convertirse de repente en lluvioso a merced de cambios en los factores atmosféricos. Nuestro clima es algo indefinido. Más aún si está en un lugar geográfico donde se dan condiciones para un micro clima particular. Ese es el lugar desde donde escribo, cerca al embalse Guatapé- El Peñol, espejo de agua con una extensión de aproximadamente 2.262 hectáreas, 20 metros de profundidad y 1.200 millones de metros cúbicos. Varios municipios, varios pueblos reciben la influencia climática de esta gran masa de agua.

Este es un conjunto de episodios sucedidos, en el lugar descrito, al foráneo que escribe.

A diferencia de las primeras líneas de La Vorágine, yo no “jugué mi corazón al azar” sino que tomé una decisión de vida. No son la suerte ni el azar los que me han traído aquí, a la mesa desde donde inicio este intento de crónica. Vale decir que cuando escribo, mi género favorito es el cuento, pero iniciemos esta aventura literaria con su permiso, amable lector. Mucho antes de mi primer café.

Muy cerca al día en que debía abandonar definitivamente las aulas como profesión, ya como maestro pensionado, o jubilado que para mí no es lo mismo, debía decidir si mi futuro estaría al lado de Mario, mi hijo mayor, ya residente por muchos años en los llamados Países Bajos, donde los centros para adultos mayores gozan de una magnífica infraestructura, excelente agenda de actividades diarias y permanentes controles de salud física y mental. Dicen que hasta actividad sexual se provee allí y no es raro en un país donde el aborto, la eutanasia y el consumo de estupefacientes no son motivos para escandalizarse. Ya había estado un par de veces en el camino entre Den Haag (La Haya), Amsterdam y Rotterdam. Era una de mis cartas en esa baraja de alternativas que tiene todo maestro próximo a su retiro o pensión. De otro lado, no me atraía la idea de quedarme hasta envejecer al lado de mis estudiantes, ellos cada año más frescos, cada día más informados, siempre actualizados, con el último género musical, el deporte y las nuevas aplicaciones virtuales. Cierto es que las primeras nociones acerca de los computadores, la programación y la informática, las habían recibido en mis clases a las que siempre asistieron con un deseo evidente de aprender. La informática, a diferencia de las asignaturas formales, tiene ese ingrediente de novedad que atrae a los niños y adolescentes. Y para los últimos años de mi ejercicio profesional ya había descubierto como docente la manera de atraer al estudiante con un discurso despojado de formalismos y una actitud cercana a ellos, tal vez con el deseo de “camuflarme”, de ser uno de ellos y fingir que era también un aprendiz. Y lo era, porque en el establecimiento educativo, apenas se asomaba con timidez la investigación en la informática. Al lado de ellos estudié y aprendí. En esta relación también resultó gustarme el rock, el pop, hasta el punto de atreverme a cantar y brincar en un concierto de La Mosca, de Kraken, de Fito o Calamaro. No escatimé el utilizar este u otro pretexto para evitar los formalismos académicos propios del sistema educativo, actitud que resultó en favor de excelentes relaciones entre el profe, el estudiante y por supuesto, el conocimiento. De eso dan fe decenas de adultos que un día fueron mis discípulos y hoy no dejan de expresar su gratitud. Seguramente que estas prácticas, ese estilo, ese cuasi modelo, levantaron fastidio, comentarios y hasta sanciones de parte de los ortodoxos defensores de los sistemas educativos clásicos, sobre todo aquellos que se orientan más al resultado escolar medido en cifras y no en el aprovechamiento para la vida misma en cualquier campo.  Cuando se rompen esquemas, se corren esos riesgos y parece que pasé por alto sugerencias y consejos. Pero sin fingida modestia, a El Peñol llegó un maestro satisfecho de lo que hizo y como lo hizo y tal vez lo siga haciendo hoy, pero a la sombra y fuera de los rígidos muros de las escuelas. Todos los días se enseña, todos los días se aprende.

La posibilidad de quedarme allí, institucionalizado, tampoco me atraía.


Algunos maestros se pensionan y continúan laborando en busca de ingresos adicionales. Creo que un maestro caduco no conviene a un estudiante joven. Tenía además asuntos pendientes con mi vida y requería de tiempos nuevos, de nuevos espacios. Visité pueblos y veredas de mi Antioquia y consideré que irme del país no tenía sentido. Volvería sí a los Países Bajos, pero para ver a mis nietos y decirles que eran más verdes mis montañas y más lindas. De nuevo en Den Haag, mi hijo escuchó y entendió mis excusas mientras viajábamos varios días atravesando fronteras. Me dolió el pasado con heridas de guerra en Alemania, me endulcé con los chocolates belgas, acampé y miré castillos en Luxemburgo y un día Mario me metió en un rutilante bote para que desde el Sena contemplara a Notre Dame. Me pareció ver a Quasimodo en su campanario y entendí por qué literatos, pintores y otros “locos” tenían que ir a París a hinchar sus pulmones con el aire que juega desde los jardines de las Tullerías hasta el Arco del Triunfo y la majestuosa Torre Eifel. En una de sus calles, me pareció ver la niña perdida que más tarde se convertiría en uno de mis cuentos, casi crónica, “La niña perdida en París”. De regreso a Den Haag no pude evitarlo. De nuevo, como en mis años de joven, la necesidad de escribir aceleró el pensamiento y de éste salieron cuentos en colección: “Cuentos desde Holanda” se escribieron allí. Con aire de nostalgia se escribió “El vicio de comer”, inspirado en un cuento de Kafka pero personificado por los niños gamines de Bogotá y Medellín. No me atraían las prostitutas de Amsterdam detrás de las vitrinas ni los coffee-shop con olor a marihuana. Todo me ataba a la tierra que me vio nacer,  a mis montañas.

Ya disculpado con mi hijo, el Boeing 747 me trajo de regreso al “país del corazón de Jesús”. Barajo de nuevo las cartas y  la figura apuntaba al campo. Era definitivo, buscaría el verde del monte y volvería a escribir, a leer y a escuchar música sin horarios ni agendas. Colgaría una hamaca entre dos palos y le daría rienda suelta a mi quijotesca imaginación.

¿ Y a dónde ir ?

La familia Hincapié Márquez nos abría sus puertas cada vez que deseábamos ir a pasar nuestras vacaciones en el campo. Oriente de Antioquia. El Peñol. Y era que esa piedra, la gran piedra, La Piedra de El Peñol, con redundancia y todo, nos recibía siempre con esa extraña seriedad de monumento milenario. Los Hincapié estaban al lado de la otra piedra, la del Marial y esto nos permitía disfrutar en doble dimensión: allá al frente la gigante mientras acá tocábamos a la que siempre consideramos su hija. Mary Hincapié me había contado que en la vereda La Hélida vendían un lote con una casa vieja. No había mucho que preguntar, primero porque no soy experto en tierras y segundo, tal vez lo más importante, porque en una Antioquia, para la época, sembrada de minas personales, de “Guerrillos y Paracos”, bastaba con mirar en el mapa si la zona estaba o no marcada con rojo y La Hélida, a unos cinco kilómetros del casco urbano de El Peñol, parecía estar en paz a pesar de su cercanía con Granada, pueblo tomado por la guerrilla el 7 de diciembre del año 2000 con diecinueve muertos y doscientas casas destruidas. Seguramente El Peñol no era la puerta del cielo, pero sonaba como una buena alternativa al lado de las otras ya contempladas sobre el papel.  Una llamada telefónica a Mary y de una salió con Chucho a ver esa tierra que ofrecían. Como no sé de campo, insisto, ni de agricultura y menos de tierras, confié en la información y sabiduría de ellos, firmé en diciembre de 2007. Así de sencillo, sin nada de poesía de por medio. Tal vez vendría a “veranear en un invierno” o quizá a escribir cuentos colgado de una hamaca. Buen clima, azadones y racimos de plátanos me esperaban. -Si no te aburres y sobrevives, iremos a comprarte tomates en la puerta de tu finca, montañero. Dijeron mis amigos al despedirme.

El canto de los pájaros me sorprendió al amanecer (un buen comienzo para un poema cursi) miro en las tardes cómo el sol se esconde tras las montañas para dejar las noches al cuidado de las sombras y de la luz de la luna. Mi estancia por tantos años en la ciudad ya casi me había hecho olvidar esos sonidos, esos paisajes, ese olor a campo, a hierba húmeda y a yerba recién cortada. El tiempo sería indefinido, la estancia duradera. Nunca pensé que un pueblo nuevo, de casi 40 años, un pueblo joven, pero con una vieja tradición mucho más que bicentenaria, me iba a recibir para contarme historias, anécdotas y sucesos en las calles, para invitarme a uno, dos y más cafés calientes, para que en medio de aguardientes o cervezas me contara cómo se ahogaron casas, calles y sembrados bajo el pretexto del mal llamado progreso, para mí muchas veces opuesto al desarrollo. Un pueblo dispuesto a declararle sus íntimos dolores sociales a la par de  las felices historias de los abuelos, de los lugares, del tomate, de la gulupa, de los viejos caminos y veredas, de los chorros de agua que brotan libres de las entrañas del paisaje y corren raudos por las cañadas y los esteros.

 

Había saltado de la ciudad a la vereda. Entonces mi oído recordó el lugar fantástico  que  había sido descrito por el doctor Oscar Alonso Villegas, abogado y compositor antioqueño, en su canción:

 “Dame, Señor, la paz de una cabaña que tenga un río de mágico rumor. Por compañera, solo la montaña, donde pueda descansar mi corazón ”

Y eso es precisamente lo que me encontré.

Salgo al pueblo

Llego a las primeras casas del pueblo, Barrio Florito,  después de caminar noventa minutos entre silbidos de pájaros y patear guijarros como lo hacía de niño. He estrenado botas nuevas, de las que usan los campesinos en sus faenas diarias. Y mi primer dialogo: -¿Por qué Florito?, -porque las tierras fueron de don Floro, sospecho que fue un terrateniente del pueblo viejo. Asciendo la pesada cuesta y las señoras recién levantadas escuchan mis jadeos. Busco el parque central y no lo encuentro. Tal vez no exista.  Entones tomo café en cualquier esquina mientras escucho a los


de la mesa frente a mí. Hablan de vacas, de abonos, de cuidos y herramientas. Comprometen su día, su semana en una agenda que no veo escrita. -Cuente conmigo, yo no le fallo. Nadie me reconoce, me siento muy bien con mi anonimato. No vaya ser que crean que soy de algún grupo armado, ah!, pero creo que no tengo cara de malo(!) Tal vez me confundan con algún visitante de otros tiempos. Preferiría que pensaran que soy extraterrestre (E.T) Al fin y al cabo, ese es mi logo en Internet. Deben ser las diez de la mañana, pues escucho diez campanadas en la iglesia. Caminaré por el pueblo y si alguien me lo permite, hablaré con él y le preguntaré muchas cosas.

En la tarde, ya un tímido invierno se insinuaba. Apenas unas brisas acariciaban mi cara. Para resguardarme, me metí en lo que después supe que se llamaba el Museo Histórico de El Peñol. Aquí, la historia es una dicha, me dijo a la entrada una muchacha muy simpática. Luego vino Nevardo García, el director, un libro disfrazado de hombre. Me enseñó reliquias vivas del “naufragio”, la tradición artística y muestras de la cultura de este pueblo cuyas manos se metieron muchos años en la tierra y le hicieron brotar el sustento diario desde sus entrañas. Sudor de tierra y de trabajo. La historia conservada en el arte: Óleos y colores, arcilla y mapas, retratos de gente con el sudor corriendo por su frente.  Y allí, la heráldica antioqueña representada en el escudo donde flecha y sable se unen como razas ibéricas e indígenas, donde el “hacha que mis mayores me dejaron por herencia”, como escribiera Epifanio en su canto, no simboliza destrucción sino trabajo. Escudo donde las fuentes hídricas, riqueza local, se ven azules y plateadas y donde las luchas patrióticas y el trabajo de la tierra se sintetizan en las palabras Espada y Arado, tomadas del latín. La heráldica tiene la facultad de sintetizar en imágenes y símbolos las épocas, las luchas y las virtudes de los pueblos. No en vano, en la antigüedad, todo un ejército se reconocía en un blasón y por él luchaba hasta vencer o morir. El escudo de El Peñol, como referente ideográfico me sorprendió entre las muchas piezas que pude contemplar en el museo y el agradable rato que con generosidad me regaló Nevardo.

Al caer la tarde, mis pasos me llevaron a la Iglesia. Tengo la costumbre de orar de manera diferente cuando entro por primera vez a un templo. Pido primero por mí, por mi familia y después se me viene toda la lista de beneficiarios de mi oración. Hoy, hasta por este pueblo naufragado he pedido. Un cristo metálico hecho de herramientas fundidas, me saluda. Qué raro, no tiene cruz, tal vez quiere decirme que el dolor quedó atrás y verdaderamente una comunidad, un pueblo, ha resucitado y no quiere más cruces.

Es curioso, pero el saludo de ese Jesús maltratado contrasta con la otra bienvenida: aquella que ayer en la mañana, a la entrada de El Peñol, me ofreció de nuevo un Ave Fénix con sus alas abiertas. Es la escultura emblemática.  Entre el cristo metálico y la Fénix hay mucho de diferencia, pero también mucho de similitud. Vida, muerte, eternidad, resurrección.

La Fénix, a la entrada, me ha obligado a repasar algún texto que leí en la universidad.  Aquel libro que se llama Símbolos de transformación, del médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo, Carl Gustav Jung. Es que alguien, tal vez Mario Hernández el creador del magnífico monumento, entendió como Jung que este pedazo de tierra llamado El Peñol, en el departamento de Antioquia, como el ser humano y el ave Fénix tienen muchas similitudes. La Fénix de América, El Peñol, símil de la mítica ave capaz de elevarse majestuosamente desde las cenizas de su propia destrucción y que simboliza la resiliencia, esa capacidad de la cual hacemos uso cuando nos renovamos en seres mucho más fuertes, valientes y decididos. Es la responsabilidad social de cada uno de los habitantes.

Y me tomé el tercer café

Opté por el tercer café y lo saboreé mientras escuchaba la única emisora en amplitud modulada (A.M). Me pareció curioso que tan lejos de la ciudad no se notara el molesto ruido de la estática radial en  los receptores. Un locutor de acento campesino hablaba de los difuntos del día, de los de la noche anterior y lo hacía con tal propiedad que parecía haberlos conocido a todos ellos y a toda su familia, vivientes y sobrevivientes. Ese hombre debe conocer toda la historia de este pueblo, pensé. Me apresuré a conocerlo en persona.

Detrás del vidrio de la cabina radial, un hombre limpio, recién duchado, de gafas negras y sencilla indumentaria removía papeles y leía con torpeza los anuncios con un estilo deliciosamente campesino. Podía escuchar su voz adulta y cálida en los monitores y ver su rostro a través del cristal. “Radio Fénix, buenos días. Este es su programa El Vendedor…” Recordé de inmediato aquella frase de película: “Buenos días Vietnam” y a Adrian Cronauer tratando de entretener a los soldados tristes en Saigón. De alguna manera, Eugenio Salazar, que así se llama nuestro “locutor montañero”, perdón, “mañanero” se parece a Robin Williams, el actor que encarna a Cronauer en la película. Es que suelo jugar con fantasías e imaginación quijotesca, con narraciones y cuentos. Días más tarde comprobé que Salazar también entretenía a un pueblo igual de golpeado por injusticias sociales: otra forma de la guerra. De Eugenio Salazar escuché y escucho día a día el relato radial, la noticia, el obituario,  a través de Radio Fénix. Por cortesía del mismo Eugenio y de manera personal, he aprendido nombres y lugares del Viejo Peñol y en privado más anécdotas, más historias y hasta confidencias. Desde entonces, escucho con agrado el saludo cordial de Eugenio desde su programa. “En la vereda La Hélida, saludos al profe Tintinago..”. La influencia de los medios como el cuarto poder: a partir del saludo desde la emisora local, ya mi apelativo sería “el profe Tintinago”. Se acabó el anonimato. Con Nevardo García, director del museo, me conecté con el pasado y recorrí las calles y esquinas del viejo Peñol. Con Eugenio un presente y de la biblioteca, en agradables textos de escritores peñolenses he aprendido de la fundación, de un resguardo indígena, el de San Antonio de Remolino de El Peñol en 1714  y las luchas sociales en los setentas, tiempos de la inundación.

Isidro, el referente.

Ningún tiempo es suficiente para restañar heridas sociales. Siete años no alcanzan a borrar de la memoria las muertes violentas de campesinos y es por eso que me increpan en el pueblo. –¿Usted compró en La Hélida?. ¿No sabe que allí hubo una masacre hace poco? Los campesinos aman tanto a su tierra que no saben de fronteras. Y aunque los cuerpos de las trece personas asesinadas el 5 de enero de 2001 fueron dejados en la carretera del frente, entre las veredas Chiquinquirá y La Meseta, la tragedia consternó a todos, como si hubiera sido en la puerta de su casa. Así lo pude observar en el relato del campesino Isidro aquella noche de enero de 2008. La Hélida dista de La Meseta unos tres kilómetros pasando por Las Vegas. Isidro sorbió el chocolate y me narró la historia con la claridad y emoción de un periodista empírico. –Ya no pasa nada. Todo está tranquilo. ¿Usted ha visto ese calvario más allá de la escuela? Allí mataron a una señora porque se negó a dar informaciones. Un “calvario” es una cruz puesta en los caminos, en el sitio exacto donde alguien terminó sus días, generalmente por accidente o algún hecho violento. Ese calvario sí está muy cerca de la cabaña que me dio El Señor respondiendo a mi pedido. Solo que en la canción la paz sí está incluida. Y en mi regalo también.


Los hechos violentos en Antioquia y todo el país no cesaban y los titulares de los noticieros nos preocupaban cada día, cada noche. Mientras las cadenas radiales y la televisión fueron mis referentes externos, Eugenio Salazar lo fue de los acontecimientos del pueblo. Isidro lo fue en lo más cercano, lo local, la vereda.  Isidro sabía historias de ésta y de las otras veredas, de los pueblos vecinos y de los lejanos. Isidro se convirtió en mi reportero permanente en aquellas noches de merienda, comentarios y chistes. Debo agregar entonces en mis referentes a este hombre descalzo, curtido por el clima y el trabajo, nacido en La Hélida y conocedor de caminos, parajes y personas y dueño de una oralidad agradable y versátil muy similar a la de los abuelos de antes y aquella de los aborígenes sin tecnología, al pie de una fogata. Lo que otros me enseñaron de lo urbano, Isidro lo hizo de lo rural. Solía decir que el profesor era yo, sin percatarse que su cerebro era un libro, un disco duro con la historia fresca de su comunidad. 


Un amargo café.


Cuatro kilómetros más trescientos metros se andan cómodamente en una hora y media, si a trechos nos detenemos para disfrutar el paisaje y aprovechar el aire. Mis botas nuevas eran de buena calidad. Tan ansiosas de caminar como yo de aprender. Aquella mañana hice el camino en menos tiempo. Y el café esperaba entre contertulios de buena experiencia, gente ducha en temas locales y con un ingrediente adicional: miraban la historia desde otro ángulo. Mi afición literaria, más orientada a lo lírico y a la fantasía, me apartaba de la discusión y resolví mejor escucharlos prudentemente. Un tinte reaccionario, tal vez político y saturado de crítica, de lo social, se dejaba entrever en sus palabras. Parecía que, desde el Viejo Peñol, habían militado en organizaciones defensoras del patrimonio cultural, reaccionando a los fines mezquinos del mal llamado progreso. Hablaban de una identidad perdida, de un pueblo nuevo mal diseñado en urbanística y de políticas usurpadoras de derechos. Entonces recordé mis luchas universitarias de los setentas, de mi adhesión a la Juventud trabajadora colombiana (JTC) y los militares que nos perseguían buscando en nuestras casas cualquier material ideográfico que nos vinculara con el Comunismo de entonces. Me di cuenta que pasaban los años, pero parecía que la violación de los derechos humanos y las luchas sociales seguían en vigencia. Y aunque no fui activista de sindicatos en mis años como maestro, sí tenía cicatrices de luchas y memorias de Felipe Vélez, de Héctor Abad Gómez y tantos más que cayeron sólo por elevar su voz ante la injusticia. Esta mañana el café se puso amargo y empecé a entender la otra historia de El Peñol, salpicada de sangre, injusticias y absurdos. Fue como leer el otro libro, el vetado, el que se guarda para que muchos no lo lean. Esa y otras tardes de tertulia me hacían regresar a la vereda con un sentimiento extraño, muy parecido al que de joven sentía ante los atropellos estatales. Rabia, tristeza, impotencia. Por eso se me amargaba el café.

Más cerca de la tertulia

Si en el pueblo me “coge la noche”, debo tener un lugar dónde amanecer. Quería estar más cerca de la tertulia, más tiempo con los amigos que acababa de conocer. Razones y disculpas para tomar en alquiler aquella casa que nos ofreció Cecilia Chaverra, una mujer que siempre la vimos dispuesta a ayudar a quien se lo pedía. Barrio Comuneros, donde viven orgullosos aquellos que construyeron sus propias casas en uno de los proyectos más comunitarios del nuevo Peñol. Orgullosa y servicial, Cecilia en unos cuantos días nos puso al día en la historia. De ella supimos que un alcalde llamado Arcesio Botero también metió sus manos en el cemento y la arena para ayudar a construir el barrio. Cuenta Cecilia que Arcesio, dirigente del Movimiento Cívico popular y ya exalcalde y concejal, fue víctima de un atentado el 9 de mayo de 1995 y murió doce días después dejando desconcierto y consternación entre todos. Era parte de la historia trágica que había quedado atrás. Comuneros, el año 2012 cuando llegamos, era un barrio de gente amable y trabajadora. Nosotros, ya con vivienda en el pueblo, podíamos quedarnos hasta tarde de la noche, más cerca de la tertulia. En esas noches de tintos y aguardientes hicimos amigos, otros amigos, y alternábamos entre el pueblo y la vereda. Citas e invitaciones me hicieron sentir que compromisos sociales venían en camino, como aquella tarjeta en la que Sergio Ossa, rector de la más antigua institución educativa del sector, me extendía como invitación a celebrar los cien años. Recuerdo que me sugirió una charla con los estudiantes sobre el desarrollo de las tecnologías de la información entre 1912 y 2012, precisamente los cien años. Cómo me divertí hablando de los “nuevos” inventos, de la radio, la televisión, los walkmans, los casetes, los bípers y los celulares hasta llegar al computador, herramienta propia de mi formación como especialista en informática educativa. Era mi primer aporte a El Peñol y desde el tema de la educación, de esa educación informal, la que me gusta, sin horarios ni muros. La del pretexto.


Desde esa celebración centenaria se derivaron mis participaciones en grupos como el Consejo de Cultura, la Junta municipal de educación, y el concurso anual de cuentos de Prevenservicios, evento del cual fui honroso ganador en el año 2014, cuando El Peñol cumplía trescientos años. Con la misma máquina de hoy, escribí “Cuéntame un cuento, abuelo”. En mi fantasía, me atreví a poner al Principito sobre la gran roca y a mencionar a los desaparecidos por la violencia y a sacar al político liberal desde su residencia en un billete.  Ya para entonces el pueblo me había dado tanto que merecía con creces ese y muchos más regalos, formas simples de mi agradecimiento.

Orlando pintor, aprendiz de escritor.

A la tertulia se unieron estudiantes universitarios, escritores, estudiosos de filosofía, trovadores y hasta políticos. No faltó el artista que, a decir verdad, lo somos todos, pero éste con un pincel muy fino y definido: Orlando Piedrahíta había llegado a El Peñol como muchos, buscando la inspiración en las montañas y en las muchachas bonitas. De las primeras tomó nuevos colores, nuevas tonalidades en ese verde antioqueño tan nuestro y exclusivo. De las muchachas, su gracia, su movimiento, sus gestos y su picardía. Así lo dejó expresado en sus óleos, acuarelas y bocetos. Leía Orlando con la curiosidad del niño y escuchaba con igual atención una pieza de Mozart y un tango de D’arienzo. Solíamos hablar de todo, de lo absurdo y de lo banal, de lo profundo y de lo superficial. Se definía a sí mismo como ateo y criticaba al clero sin mucho fundamento. Le fascinaba lo oculto, lo que se escribía desde las oscuras creencias y estaba seguro de la existencia de los mundos paralelos, de los illuminati y de un planeta tierra controlado por las religiones, los plutócratas y los masones. A Orlando le había conocido ya hace más de cuarenta años y ambos nos soportábamos a pesar de nuestras diferencias. Por eso podíamos sentarnos horas a escuchar tangos al calor de los aguardientes. Una vez me preguntó si escribir cuentos era difícil, pues él ya había leído varios de los míos. Y atiné a responderle con un símil. Tan difícil como pintar una mujer en un lienzo. Sabía que él entendería esa respuesta. ¿El arte no es eso precisamente? Un acto generoso de traer a la vida real lo que tenemos en la imaginación. Esa noche obtuve la mejor respuesta de un discípulo: -Entonces yo puedo escribir un cuento! Y lo hizo: Aquel tango que para su gusto cantara Argentino Ledesma, “Habláme de Amor”, así con acento en la segunda vocal, como hablan los argentinos, fue su inspiración para un cuento que sería ganador en el concurso local. Orlando logró aprender a escribir cuentos, yo ni siquiera me atrevo a tomar un pincel.  Orlando ya se fue a la eternidad... y no me enseñó a pintar.


Políticos y veredas

Desde los años en la Universidad, he creído que en Colombia admiramos a los políticos de otras naciones y leemos con admiración sus biografías. Mas los nuestros, si no son escritores o filántropos, no despiertan nuestra menor atención. Es solo mi parecer y como tal, susceptible de debatir en cualquier escenario. Puede ser que los políticos nuestros están tan cerca que les conocemos sus defectos y en cambio las biografías de los otros muestren la cara más amable. Puede ser. Vengo a lo local. Cuando la norma en 1986 democratizó la elección de alcaldes y éstos se convirtieron en sujetos políticos de elección popular, El Peñol conoció las propuestas y los discursos de los más cercanos: Botero en el 88, Botero en el 92, Ramírez, Hoyos, Giraldo, Ocampo y otros. La cercanía con la gente del pueblo les granjeó, además de votos, confianza y hasta una mayor exigencia en cuestión de desarrollo y solución de problemas. A mi llegada, me encuentro a un señor de botas pantaneras metido hasta las rodillas entre el barro, producto de la avalancha que recién había caído en la cascada de Guamito. ¿Quién es?, pregunté. -Yoni Ramírez, el alcalde (2008-2011). Vaya agradable sorpresa. ¿A quién se le ocurre preguntar cuál partido político representa? Su labor social no tenía colores ni banderas.


Después conozco a un Fredy Ocampo (2012-2015) quien me entrega la responsabilidad y confianza de administrar un proyecto de promoción del parque educativo, un Cirilo Henao (2016-2019) quien me confía la revisión de sus más preciados escritos y una Sorany Andrea Marín (2020-2023) que me escucha y atiende a la comunidad de la vereda mucho antes de que yo tomara la decisión de interactuar con mis vecinos desde la Junta de Acción Comunal, ya hace más de seis años. Cuatro alcaldes. ¿Cómo debo decir? ¿cuatro partidos políticos o cuatro servidores públicos? Me declaro ignorante en esos intríngulis de la política. Me disculpan los duchos en este aspecto y asumo el riesgo de que me consideren un ingenuo. Solo conozco, como aprendiz de letras que soy, que la política ha sido objeto de estudio desde Aristóteles y Maquiavelo y se renueva en cada época porque es dinámica y obedece a los acontecimientos humanos. Implica el poder, el servicio a la sociedad, la buena administración de bienes, talentos y recursos. Y para cerrar el tema, no entiendo todavía si el objetivo de los políticos es el mismo de la política. ¿Es la búsqueda del bien común o la búsqueda del poder?. Pará empezar a entender esto, me integré a grupos: La junta directiva de Prevenservicios, el Consejo directivo del colegio, la Acción comunal de la vereda y hasta en dos campañas políticas. Solo por estudiar, observar y aprender. En este ejercicio de aprendizaje, parte de las veinticuatro veredas me regalaron sus opiniones, sus talentos y sus paisajes.

Mi compromiso con la gente y sus representantes llevó a relacionarme cada día más, a abandonar la hamaca y dedicarme a compartir con la gente. A veces se exagera. En una de las fiestas clásicas, las del Viejo Peñol y del embalse de año 2015 mi salud se resistió a mi euforia y conocí como usuario y paciente el hospital. Un accidente cerebrovascular me envió de sorpresa a la cama, como aviso para que bajara un poco la intensidad. Debo decir que también en el hospital recibí la mejor atención gracias a los buenos oficios del gerente y los médicos de entonces que con rapidez gestionaron mi traslado a Rionegro, dada la complejidad del asunto. De esa, me recuperé.  ¡Más para agradecer! A Dios y a sus instrumentos humanos en El Peñol.

Un maestro satisfecho con su labor, un foráneo que fue acogido con amor, no puede más que dar las gracias a este magnánimo rincón del oriente antioqueño y a su gente.

Ojalá que todo forastero, todo veraneante, todo turista o foráneo que pase, llegue o se quede en el Peñol o sus veredas, se tome la tarea de conocer profundamente las raíces de este terruño, sus recursos, sus talentos y necesidades, y aporte no solo con los gravámenes oficiales a que está obligado, sino también con acciones y comportamientos, obras sociales y cuidados del medio ambiente.

Este ingenuo foráneo que llegó a la Hélida un día del año 2007, quiere contribuir con la palabra y el servicio a la comunidad que le ha acogido con respeto y atención. Les pido que consideren seriamente mi solicitud de adopción.

   

AUTOBIOGRAFIA

Corría el año 1949 y el párroco de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, en Medellín,  debió enviar mi registro no sé a dónde porque el DANE se fundaría dos años más tarde. Pero ya en septiembre, el mismo año de mi nacimiento, Michael Scully se atrevía a escribir en el tomo XVIII, número 106 del Reader’s Digest, que yo era uno de los doscientos sesenta y cinco mil habitantes de la Bella Villa. Bueno,  no acuñó mi nombre pero me incluyó en el conteo. El texto, sic, aparece en google:

Su población total asciende hoy a 265.000; pero a no ser por la abundancia de nuevos edificios no podría uno sospecharlo. El tránsito es silencioso: el reglamento urbano prohíbe tocar las bocinas de los automóviles. Sus Calles son las más limpias que he visto desde Canadá hasta la punta de Chile; al transitar por las del centro durante el día se deleita uno viendo cómo crecen las orquídeas en los árboles que las sombrean. Si las recorre por la noche, siente como un acogedor aire de hospitalidad cuya razón no comprende hasta que nota que en el dintel de cada puerta hay una luz encendida. Esto también por disposición municipal.

La extraordinaria descripción del Medellín de entonces me garantiza que aquella ciudad en que nací sí era la de la eterna primavera. Nací un año después del Bogotazo y de la cesión de los terrenos de Robledo, en Medellín,  donde  se inauguraría en 1960 el Liceo Antioqueño, gloria de nuestra tierra y en cuyas aulas cumplí los trece años, con un pincel en la mano, colaborando con el maestro Jorge Cárdenas Hernández en el mural de El Fuego, con referencia a Prometeo. A las penurias económicas de mis padres (y no a mi pereza por el estudio formal) debo atribuir la salida del Liceo cuatro años después, no sin antes estrenar los buses de la Acción Social Universitaria y de haber ganado el primer premio de poesía en las jornadas universitarias de 1963. El Liceo fue cerrado en 1988. Atrás quedaron las manifestaciones a punta de piedra en los albores de los famosos años sesenta, época en que la piedra y la pluma podían combinarse. Atrás quedaron mis poemas simples y cursis, también los cuentos de espantos. Después, con la edad,  vino un poema por cada mujer que amaba. Son varios.


Por las venas de mi madre corrió siempre el gusto por la docencia. El kínder de doña Berta cobró fama en el barrio Castilla y el hijo de doña Berta tenía que ser irreductiblemente un maestro. No conocí el sabor del LSD pero de muy cerca me llegaba el olor a la marihuana. No obstante, los hijos de doña Bertha fueron los más juiciosos del barrio y solo se dedicaban a estudiar. Una tarde, Doña Bertha tuvo que salir al médico y no quedó más remedio que Epifanio cuidara de los niños del kínder. Pero me gustó. Entonces, terminé a codazos el bachillerato y me metí de maestro hasta hoy, con setenta y tres años, pensionado hace doce. Para 1987 ya habían llegado los primeros computadores a Medellín y por novedad, más que por vocación, resulté “cacharriando”, como se decía cuando no había méritos académicos ni títulos universitarios. Los primeros usuarios de computadores fuimos los “cacharreros”. De esa época es Juan Rafael Sierra, el más ¨gomoso¨ que conocí y que ahora debe ser un ingeniero de sistemas.   A ese maestro le debo la llave que me abrió la puerta a la informática, que luego se cristalizó en mi postgrado recibido en la no renombrada Universidad Antonio Nariño, de Medellín. Años antes me creí capaz de ser sicólogo y el CEIPA me graduó como Licenciado en Dificultades del Aprendizaje. Del aprendizaje aprendí mucho pero de las dificultades solo aquellas para conseguir un empleo con semejante título.


Sobreviví a la época de los maestros amenazados, quizá por el estilo de mis clases emulando tal vez a Robin Williams en la Sociedad de los Poetas Muertos, porque creo firmemente que la didáctica empieza en las necesidades e intereses de los estudiantes, porque creo en la capacidad para aprender, patrimonio de cualquier organismo vivo, cualquiera insisto,  y porque pienso que la educación, como lo hace la  publicidad, debe adecuarse a cada cliente, a cada época y a cada estudiante. No es justo que los estudiantes sepan más del mundo que los profesores. Sobreviví, vuelvo al tema, y me pensioné en el año 2011. De inmediato me fui de paseo por Holanda, Francia y España. De paso por París, entendí por qué muchos escritores van o viven por allá. Son  las orillas del Sena, los veranos de los Países Bajos y las campiñas españolas lugares propicios para escribir. ¿Por qué?. No puedo explicarlo. Se me ocurre que los colombianos estamos hartos de paisaje y costumbrismo y allí respiramos otros aires. Allí, en Europa, después de la piedra y la pluma, me picó otra vez el deseo  de escribir y aquí me tienen de regreso en Colombia tartamudeando de nuevo.

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Agradecimientos a:

Sebastián Giraldo Marín -Julián Gallego Giraldo, por fotografía.

Viviana Tintinago Franco por Diseño y Montaje.

Darly Monsalve, comunicadora Municipio de El Peñol.

Alcaldía del Municipio de El Peñol, ¨Todo por mi gente¨

Casa¨de la Cultura de El Peñol

Empresa de Aguas y Aseo del municipio del Peñol, Antioquia.

Asociación mutual Prevenservicios El Peñol.

 Y al pueblo de El Peñol por su generosidad y apertura.

 



[1] Escúchese, por ejemplo,  Wish I Could en el trabajo Not Too Late

 [2] Feelin The Same Way, del trabajo  Come Away With Me

[3] Geethali Norah Jones Shankar, conocida como Norah Jones, es una cantante, compositora, pianista y actriz estadounidense nacida en Nueva York en 1979. Ganadora de 9 premios Grammy, ha vendido como cantante más 40 millones de discos. (Wikipedia)
[4] Versión 85th de los premios Oscar de la Academia, 24 de febrero de 2013
[5] El mago de Oz (1939). Película musical de fantasía producida por Metro-Goldwyn-Mayer, donde Judy Garland, madre de Liza Minnelli,  encarna a la tierna Dorothy y canta por primera vez este lindo tema. Después lo grabarían más de cien cantantes famosos.


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 ALGO SALVAJE

 

 

 

Una vez un crepúsculo sangrante

hizo marco al encuentro de dos vidas:

la vida tuya y mi ansiedad de amante 

desde allí suspiraron siempre unidas.

 

Y explotaron las flores sus capullos 

y el agua desbordada de la fuente

 y las palomas dedicando arrullos

 y las nubes quemando en el poniente.

 

 y las aves hicieron su concierto

 y las gentes sonrieron en el fondo

 y Dios miró a los dos, y muy adentro

 y las rosas olieron en redondo

 

 Y yo miré tus ojos entreabiertos

miré tus labios rojos, como el fuego

 y quemé en ellos los míos tan sedientos

 y susurrando pronuncié mi ruego:

 

“Yo no quiero mi bien que tú te alejes

yo no quiero mi amor que esto termine

 quédate así, ceñida, no me dejes 

deja que te acaricie y que te mime”

 

Y como nadie criticó lo nuestro

y libres como el viento ambos volamos

con suavidad y fuerza, ladrón diestro,

entre las mías yo guardé tus manos.

 

 Eres entonces la mujer de fuego

 que rompiste en pedazos a mi calma

 una mujer, que no escuchando ruegos 

¡sorbió mi aliento y se tragó mi alma.

 

 TODO LO TENGO AUNQUE NO ESTÁ  A MI LADO

 

Busqué tener y  atar con desmesura

Busqué aferrar el tiempo y la distancia.

Dueño y guardián de sueños y palabras

Lazo mortal que anuda y te atraganta.

Y la encontré por fin. Con ataduras.

Y una atadura más quise ser presto.

Yo la encontré sin libertad y ansiosa

Y la apresé en mi cárcel sin recelos.

Quise amarrar su juventud de entonces

Y planear sus días y sus sueños

Le conté uno a uno los minutos

Y vigilé sus pasos con acecho.

Quiso volar y no le puse alas

Quiso vivir y propicié su muerte

Quiso mirar y le cegué los ojos

Y respirar y le corté el aliento.

Pero una luz me despejó la vida.

Me despertó violenta, contundente.

Me rompió el corazón en mil pedazos

Me puso en tierra y controló mi mente.

 

No la puedes perder, dijo el silencio

Tienes que amarla con sus mil razones

Y amarla libre y con sus ataduras

Con sus dudas, sus miedos y temores.

 

Ella te ama, me lo dijo entonces,

y comprendí mi error en mi silencio.

Y encontré en la palabra explicaciones

Que pusieron tranquila mi conciencia.

 

Todo lo tengo aunque no está a mi lado

He comprendido al fin que en la distancia

El amor que no muere se acrecienta

Y la fuerza en querer se hace volcánica.


 

 ENCUENTRO

 

El tiempo había marcado un  relativo espacio entre ambos.  La niña de entonces se había convertido en mujer, en mujer de verdad, en madre, en compañera. “La casualidad se puso el disfraz...” sonaba en forma de canción y una mole de cemento los guardaba como si fuera una alcancía que guarda un tesoro. La gente pasaba distraída, la gente caminaba hacia sus citas, la gente imperceptible, desapercibida. Y allí estaban ellos. El, ocupado en sus cosas y en su gente, ella acompañada con aquel que supo encontrarla, con aquel que supo cuidarla y que significaba su brazo y su apoyo. El no estaba más ocupado que en su actual conquista. Cumplía un nuevo papel, el mismo papel que la vida le había encomendado hace tanto tiempo. Un papel que ya sabía de memoria, que recitaba, que repetía y adornaba con una o dos palabras nuevas. Cualquiera que leyera su corazón podía descubrir el cansancio de tantas noches, el tedio de tantos lechos, la fatiga de tantas horas de amor derrochado. Por eso no fue capaz de ver la chispa de aquellos ojos claros que iluminaba la mole de cemento. Simplemente saludó como la rutina lo indicaba. Cómo estás, qué has hecho y entonces se enredó en sus propias palabras y para poder expresarle que su actual madurez la hacía más bella, sólo atinó a sugerir  que la cuidara, que valía mucho, que era muy especial. Era como si le pidiera permiso para cuidarla, para valorarla y por qué no, para amarla. El ni siquiera sabía que Arjona ya había escrito su canción y se lamentaba de haberla encontrado: Tarde. Terminó su rutina, su saludo, se dejó envolver de nuevo por su papel y siguió por ahí, tratando de vivir, de mentir y de aceptar mentiras. Tratando de morir, tratando de decir la verdad y descubrirla. Siguió siendo él y la rutina se encargó de poner una sombra de olvido y de ignorancia. Pero arriba, lo dioses, Dios,  sonreía. Ellos o mejor, El, lo veía caminar y trabajar y reír. A Dios mismo le parecía extraño que ya no se hubiera percatado de la chispa que iluminó el lugar. Insensible?, distraído?, tonto?. No sabía Dios y eso que Dios todo lo sabe.  Dios juega al ajedrez y gusta de dibujar caminos, de juntarlos, de separarlos. Dios hace carreteras y pone su fichas en las esquinas, en las curvas y en las rectas. Dios sonríe cuando juega al ajedrez. Los humanos no entendemos porque siempre hemos creído que el juego solo tiene ocho filas, ocho columnas, caballos, reinas y peones. El Ajedrez de Dios contiene nuestros destinos. Y no tiene jugada mala, por eso no hay caminos malos ni errados. Solo hay caminos.

 

Un día, Dios se sentó a jugar su partida y puso dos figuritas en el tablero. Recordó que las había dejado dentro de una mole de cemento y recordó aquel tonto que no sabía ver la chispa de los ojos. Entonces manipuló oficinas y teléfonos (el ajedrez de Dios tiene más de 32 fichas), manipuló el tiempo y el espacio. Y sólo bastó una palabra: un sinónimo de “quiero verte”, un saludo y un encuentro casi imposible. Dios demostró de nuevo que puede hacer de las cosas imposibles hechos posibles y encuentros eternos. Y aquella tarde el hombre sí pudo ver la chispa y entendió. Y sonrió el hombre y sonrió ella y entendieron que hace mucho se amaban y que solo bastaba el sello de un beso para reiniciar presencias. No empezaron, siguieron. No se resistieron. Lo que sentían era más grande que ellos mismos. Entonces ya no era una chispa sino un fuego. Un volcán.

 

Dicen que por ahí los han visto felices, manejando sus cosas. Dicen que el hombre no recitó más su papel, sino que creó nuevas formas de expresar, nuevas formas de amar. Y un continuo descubrir reemplazó a la rutina. Dicen que los han visto reír, que los han vito llorar, que los han visto caminar juntos, mirando amaneceres y embriagándose con luces tenues de atardecer. Dicen que todo a su alrededor florece y que ahora creen más en Dios y le agradecen que hubiera armado aquel juego de ajedrez que los unió. Por ahí los ven jugando con las cosas simples  y enamorados… cada vez un poco más!.



CAROLINA

 

Carolina es una niña que cruza por las calles

Inadvertida, seria distraída

Lleva en su alma un gran amor, y en su cerebro

las mismas ecuaciones que Eistein formuló.

 

Saluda y llena de estrellas el entorno

Y su sonrisa fresca hace explotar el día.

Se complica lo mismo que Pessoa

tratando de encontrar definiciones

a  indefinible a todo lo inconforme.

 

Carolina son muchas Carolinas

Igual que fueron muchos los Pesoas

Hoy es mujer mañana será niña...

Hoy hablará, mañana es el silencio.

Y así va por las calles y avenidas

Y vuela hacia su casa o igual arregla

un ramo de flores o una mesa.

O peina a Valentina... o a Valeria.

 

Quien pasa por su lado, es ignorante

de todo lo que carga, vive y sueña

Lleva un bolso repleto de ilusiones

Y lleva un lápiz para armar poemas.

Y sonríe a la luz de la mañana

Y se entristece con llegar la tarde

Y ríe a carcajadas con los chistes

Y llora con poemas y nostalgias.

 

Qué bella es Carolina, y bella  es su alma

Más que sus ojos y sus manos blancas,

Más que su cuerpo, más que sus miradas,

Más que sus besos, más que sus palabras.

Su belleza se vierte desde adentro

Su belleza le brota desde el alma

Desde el alma que sigue siendo niña

y quiere ser mujer entera y dama.

 

Yo me quedo mirando a Carolina

Desde mi cuarto lleno de recuerdos

Y veo en ella el conjunto de mujeres

Que un día me sufrieron en silencio.

 

Yo me  quedo mirando sus palabras

Y oyendo su silencio..

Y entonces pienso que la quiero mucho

O la amo o no sé qué sentimiento,

Porque es tan grande, difícil de abarcarla

porque es un cuento, una historia, es un momento.

 

Y cuando trato de mirarla adentro

buscándole la esencia de su vida

Me encuentro con los mimos de una niña

que juega con osito y terciopelo.

Me encuentro con tejidos de nostalgias

entrelazados con sutil ternura

y con los pensamientos de  una dama

buscando por qué hay locos y locura.

Mientras su rostro cede a la sonrisa

y se hacen hoyuelos en su corazón

 

Se fundió un día buscando ser semilla.

Y el milagro! Valeria y Valentina.

es madre entonces, terminan las palabras

y no alcanzo a explicar completamente

cómo es la Carolina de mi amor.

 


 EL MAR

I

El ancho mar...

Habían recorrido kilómetros de ruta

Kilómetros de vida.

Y llegaron por fin...

El abrazo de las olas...

El verde que llena los ojos

El horizonte sin fin y los veleros.

 

Ella llenó sus ojos con el azul verdoso

Y respiró el aire salino y sonrió.

Y todo apareció como soñara...

El mar.. su amor.. la playa y sus recuerdos.

 

Hubiera querido calcular distancias

Entre las estrellas de su firmamento

Hubiera querido calcular razones,

Lejos de casa... cerca de su cielo.

Más cerca aún de un bello sentimiento..

Quisiera conjugar un lindo verbo

Y decir la palabra que nunca de sus labios se escapó.

 

Era imposible describir lo que sentía

Solo atinó a mirar por la ventana

A mirar muchas veces...

A pasar muchas veces y mirar..

Cuánta belleza, cuánto sentimiento

Qué pequeño tenemos nuestro corazón..

Para guardar bellezas tan sublimes...

 

Caminó de su mano por la playa

Dejó escuchar de nuevo sus palabras

Susurró sus poemas..sus canciones

Dejó escapar suspiros. Dejó escapar nostalgias

 

Para nada importaba la gente

Simplemente pasaban...

Solo el choque de olas con la playa...

Ese sonido, ese arrullo les embargaba el alma..

 

Habían huido a la ciudad,  su gente..

Logrando libertad, días prestados.

Le arrancaron permiso a la distancia

Se pasaron las normas, se atrevieron.

 


II

El cuarto del hotel testigo mudo

De aquel amor sin límites ni espacios

La ventana, la brisa, la cortina

La palabra, los muebles, la  mesita

El baño, el corredor y la piscina.

 

Todo puesto por Dios, con tal detalle

Que no recuerdo si hablamos o vivimos

Si dormiste o velaste no recuerdo

Si respiramos tampoco. No preguntes.

 

El cuarto del hotel está esperando

Si vuelven a estrenar atardeceres

La ventana por siempre estará abierta

Con las palmas, el mar y gente y playa.

 

La sábanas también los cobijaron

En los gratos momentos de caricias,

En volcánicos gestos de lujuria

Y en las noches tranquilas del descanso.

 

Un sueño fue quizá? Tal me parece

Cierro los ojos y contemplo el mar

Y una rubia camina por la playa

Mira a lo lejos, respira y se sonríe

De ver a Dios tan cerca ...

De ver la magnitud...

Entonces si es un sueño, no quiero despertar

Y entonces si despierto...

Lo quiero repetir ...


 MUCHACHITA

 

Muchachita que juegas con el aire

Que en tu pelo lo dejas enredar

Yo no quiero que crezcas

Yo no quiero que dejes de jugar.

Muchachita que un día te sentaste

A escuchar de algoritmos y de computadores,

Yo no quiero que crezcas

Yo no quiero saber que tu abdomen se abultó.

No quiero yo saber si tocan a tus puertas

O te quieren robar el corazón.

 

Quédate de dieciséis o diez y siete

Quédate igual como te conocí

No te cases, no crezcas ni madures

No te amarres ni sientas el dolor.

 

Quédate igual, como te vi aquel día

No le busques al alma una razón

No leas a Platón...no hagas  ecuaciones

No estudies, no te amargues, no busques la verdad.

 

Yo quiero que te quedes, muchachita

Como el primer encuentro de los dos

Para empezar a andar sobre tus pasos.-

Para empezar a caminar con vos.

 

Y entonces enseñarte día a día

Más que algoritmos y computadores

El valor infinito de tu risa

Y a qué llaman los locos el amor.

 

Quiero aprender contigo de ecuaciones

Quiero aprender contigo de Platón

Y que te sientas muy cerca al infinito.

Cerca del Cielo, donde vive Dios.

 

Quiero saber que el tiempo es relativo

Y otra vez diez y siete o dieciséis

Y abultarte el abdomen con mis sueños

Porque será nuestra primera vez.

 

Entonces, no te crezcas muchachita

Regresa que yo  vuelvo a comenzar

Y te espero en la puerta del colegio

Para empezar contigo a caminar.


VALERIA Y VALENTINA

 

Hola niña, te voy a contar

El cuento de alguien que estuvo en el mar.

Que tocaba jugando con las  olas

Y te amaba tratando de no amar.

 

Una historia sin rey ni castillos

Con dos reinas de nombres bonitos

Valentina y Valeria dicen que se llamaban

Y una madre linda mucho las amaba.

 

Un día a su pueblo alguien llegó

Y la madre de ellas mucho, mucho amó

Valentina y Valeria estaban celosas

Porque su madre parecía dichosa,

 

Sembraron de rosas un lindo jardín

Y parecía que su amor no tendría fin.

Pero una mañana las reinas lloraron

Y en toda la casa se preocuparon.

 

Valeria quería dormir con  mamá

Y la Valentina que también lo hará.

Entonces dijeron al recién llegado

Déjenos espacio, no sea descarado

 

El recién llegado le dio mucha risa

Cuando Valentina tomó su camisa.

Y le dijo venga no se vaya pues

Pero no haga cosas que son al revés.

 

Déjenos dormir con la reina madre

Le dijo Valeria: cuadre o no le cuadre.

Entonces la madre le dijo al señor

Yo le amaré mucho si me hace un favor.

 

Qué me está pidiendo le dijo insistente

Que me quiera mucho, pero no  presente.

Y el recién llegado le dijo a mamá

Tal como usted quiere, pues así se hará.

 

Y entonces vivieron contentos felices

Y dicen que también comieron perdices

Las dos reinas lindas y la madre bella

Y el recién llegado, vivió en una estrella.

 

Y colorín colorado... Este cuento, apenas ha empezado...


 AMOR DE VEINTICUATRO

 

Amor de veinticuatro, las horas del reloj

De mañana y de tarde, de noche y madrugada

Con minutos, segundos y décimas de más.

Amor de veinticuatro las horas del reloj

Amante desde siempre, desde que sale el sol

Y aunque se oculte entonces continúa el amor.

Soy amante sin tiempo, de veinticuatro horas

Porque no puedo serlo en una hora o dos.

Soy amante sin tiempo,  sin horas ni minutos

Porque cuando me acuesto, lo hago en tu recuerdo

Y cuando duermo entonces ocupas tú  mis sueños,

Porque despierto a veces en medio de la noche

Y tu figura joven me vuelve a hacer dormir.

Porque nunca te ausentas, porque vives conmigo

Deja colgar relojes cuelgan como lo hizo Dalí,

Solo para que decirnos que el tiempo es referencia

Pero no para amantes como somos los dos.

Soy entonces amante de horas y minutos

Y de segundos todos para vivir contigo.

 


 MONTEVIVO

 

He ido a Montevivo

Y me he embriagado con el aroma de sus flores.

 

He ido a Montevivo

Y me he impregnado de olores, de semillas y de aves

 

He recorrido alegre aquel camino

Entre el bosque que cruza por los pinos

He visto como juega la niña en los columpios

He visto a una mujer, serena y bella.

 

He cruzado el estanque y me saluda

Casa de palo, refugio donde un día

Dos amantes frente a una chimenea

Estallaron en chispas de amor

Dejaron estallar su corazones...

 

He subido la escala de madera

He recorrido uno a uno los lugares

La sala, el ventanal y los recuerdos.

La soledad sutil de los muebles vacíos...

El silencio... la oscuridad afuera .

 

He subido la escala

He dejado de lado los recuerdos.

La música destila sinfonías.

He entrado en el letargo de mi sueño.

 

He mirado el  reloj

Se ha detenido, enredado entre pinos y caricias.

El tiempo se paró, entro al letargo

Y me entrego feliz, copas y besos.

 

He mirado sus ojos

Llenos de Montevivo y de dulzura.

De nuevo, chispas estallan son nuevos corazones.

Son otros dos amantes, son los mismos

Pero distintos nombres.

 

He visto amanecer en Montevivo

Hay Rumores de gentes en el bajo

A mi lado, tan linda se conserva mi niña

En el piso el recuerdo de una noche vivida.

 

Y dejo a Montevivo

Con el presentimiento de que voy  a volver

Porque ha quedado en los palos y en la fibras

En cada lugar, en cada hora y en el aire.

Su aroma de mujer, niña y amante

Que sin prisa me quiso conceder

Su risa de niña jugando en el culumpio

Y el suspiro profundo al de sentirse mujer.

 


1.   A PESOA

 

He encontrado a Fernando en bocas femeninas.

Alguien lo ha presentado sin pedirme permiso.

He encontrado un poeta con ideas descalzas,

Con ideas contrarias  y tautologías.

Define lo imposible con palabras extrañas.

Se ríe de la esencia de cosas esenciales,

Se pregunta con juicio... si él no fuera juicioso

Ostenta de ignorancia y todo lo ha entendido.

He encontrado a Pessoa tomándose un oporto

Sentado entre los mástiles de un Lisboa antiguo.

Lo he saludado entonces y quizá ni me mira

Porque cree no verme entre lo tanto visto.

Me lo encontré en los textos de un viejo Marineiro

Arrancando nostalgias de tres almas perdidas,

Entre las sombras negras de la terrible noche

De espíritus errantes  y  naves fallecidas.

Me lo  encontré una noche en la Nave Estulticia

Donde viajan los locos o con razón perdida

Me lo trajo Lucía en medio de cigarros,

En medio de los humos de vaga poesía.

Y me lo han presentado como varias personas

Heterónimos dicen y son la misma esencia

No sé yo con quien  hablo, con Alvaro o Ricardo.

Con  Alberto Caeiro o  no sé con quién más.

Sin permiso Pessoa ha revuelto mis cosas

Y hasta atrevido encaja con mis  nuevos amores

Ha logrado tocar mi corazón gemelo

Y ha renovado escritos de viejos borradores.

Definitivamente Fernando ya existía

Entre mis pensamientos no pensados en serio

Y me ha dado licencia para expresar sin miedo,

Que yo fuí sin ser nadie lo que soy y seré.

 

 

 


 

 

LOS VIEJOS BARRIGONES

 

Deambulan por el pueblo

Los viejos barrigones

Y asisten a tertulias, se cuelan en reuniones.

Ayudan en campañas sociales y en bazares

Aportan sus ideas, y traen soluciones.

 

Presumen de experiencia

Los viejos barrigones 

Y comprometen fechas y toman decisiones

Y para cada caso, sugieren  lo apropiado

Itinerarios, métodos, programación y actores.

 

Me tienen fastidiado

 Los viejos barrigones

Ideas trasnochadas no caben en mi tono

Soy libre como el viento, que no me tracen rutas

Soy artista ambulante, sin fin ni protocolo.

 

Que disfruten su estado

Los viejos barrigones

Que cuelguen sus hamacas y busquen su reposo

Que cobren sus pensiones y vuelvan a su encierro

Que su vida es historia, que su edad es de oro.

 

Mi mente no resiste 

 A los viejos barrigones

No resiste casillas, formalidad ni cronos

Aprendo del ensayo, corrijo y me equivoco

Vivo del hoy, presente, no miro atrás, no añoro.

 

Por eso a los queridos

Amigos barrigones

Los soporto si intentan, rompiendo sus decoros,

Volar conmigo  libre, sin rutas ni destinos

Soy artista ambulante sin fin ni protocolos.




 

 


DOGAL

 

Átame con tu lazo, y ciérrame las puertas.   

Oprime tu gatillo, dispara tus palabras.  

Cancélame las fechas y rompe el calendario.  

Olvida noches buenas y el sol de amaneceres.  

Congela los arrollos, detiene los relojes.   

Destruye los cuadernos y borra los poemas.   

Quema mi nombre y lanza al viento las cenizas.   

Nada tuvimos juntos, nosotros no existimos.  

 Fue una historia inconclusa que nunca tuvo inicio. 

 Nada somos ahora, amantes nunca fuimos.   

Olvida los recuerdos, ven pronto, toma el lazo.   

Anúdalo a mi cuello y cierra su dogal.   

(Tintinago, 2022) 

 


DIFERENTE

 

Te amo diferente estos últimos días

Porque te he comprendido y casi no lo hacía.

Te amo con respeto, te admiro y te valoro

Y siento que a mi lado tengo más que una niña

Una mujer entera, con temple y decisiones

Una mujer que lucha hasta lograr su meta

Una mujer que es madre y defiende sus derechos

Una mujer sumisa que un día despertó.

 

Te admiro la estrategia, el método y el ritmo

Con que manejas cosas sin acelerador

Eres como la hormiga que con paciencia suma

En cada viaje un poco de su futuro hogar.

 

Te respeto y te admiro por ser como tú eres

Porque eres intensa en casos del amor

Pero los pies lo pones exactamente en tierra

Y manejas sonrisas en casos de dolor.

 

Admiro que eres joven con un pensar sensato

Destilas la ternura pero eres decisión

Te levantas a veces encima de ti misma

y aunque siempre consultas ese tu corazón,

analizas, calculas, proyectas y resuelves

pero encima de todo le pones la razón

 

 


EPITAFIO

 

Cuando muera no escribas en mi tumba

La frase fútil, frívola y vacía.

Ni pongas flores que al volver mañana

Las encuentres marchitas, blanquecinas

 

No te esfuerces en versos anodinos

Yo ya viví y bebí la poesía

Ni grabes con navajas simbolismos

Que me afilien a ismos ni a sofías

 

Escribe sin temor a confusiones

Con toda sensatez y discreción

“Vivió feliz”, pues dos palabras tienen

suficiente sentido y comprensión.

 

Viví feliz y quedo en paz con todo

Lo que yo quise, lo encontré a medida

Con la vida, mi cuenta está saldada

Estoy en paz, nada te debo vida.

 

 

 

 


ALGO SALVAJE

 

Una vez un crepúsculo sangrante,

hizo marco al encuentro de dos vidas

La vida tuya y mi ansiedad clamante,

desde allí suspiraron siempre unidas.

 

 

 

Y explotaron las flores sus capullos,

y el agua desbordóse de la fuente,

y las palomas dedicando arrullos,

Y las nubes quemando en el poniente.

 

Y las aves hicieron su concierto,

y las gentes sonrieron en el fondo

y Dios iluminónos muy adentro,

y las rosas olieron en redondo.

 

Y yo miré tus ojos entre abiertos,

mire tus labios rojos cual un fuego,

y quemé en ellos los míos casi muertos,

y muy adentro pronuncié mi ruego.

 

Yo no quise mi bien que terminara,

yo no quise mi amor que tú te fueras,

y para que mi fuerza se afirmara,

yo te abracé con actitud de fiera.

 

Y como nadie criticó lo nuestro,

y como estábamos en mundo plano...

con suavidad y fuerza, ladrón diestro,

entre las mías yo guardé tus manos.

 

Eres entonces la mujer de fuego,

que hilachas convertiste de mi calma,

una mujer que, no escuchando ruegos,

sorbió mi aliento y se tragó mi alma.

 


POEMAS PRESTADOS

   

OLVIDO

 

Jorge Robledo Ortiz

 

Esta tarde me duele. Tu recuerdo ha venido

e incapaz de impedirlo lo he dejado llegar.

Ya me voy convenciendo que es un mito el olvido.

Si es un viejo cariño lo que se ha de olvidar

 

De luchar con tu imagen estoy casi rendido

Pero estás en la sangre y no puedo luchar

Esta tarde, señora, tu recuerdo ha venido

y en las ramas del alma se me puso a cantar.

 

Ya no sé, francamente, si es que temo olvidarte,

pues de tanto quererte y de tanto pensarte

al dolor de tu ausencia se amoldó mi ilusión.

 

El olvido es tan débil, tan fugaz y cobarde,

que le pesa la vida cuando llega la tarde,

y claudica al conjuro de una vieja canción.

 


SIMPLEMENTE

 

Jorge Robledo Ortiz

 

Nos dijimos adiós. La tarde estaba
casi llorando nuestra despedida.
Nos dijimos adiós tan simplemente
que pasó nuestra pena inadvertida.

 

No hubo angustia en tus ojos ni en mis ojos.
No hubo un gesto en tu boca ni en la mía.
Y, no obstante, en el cruce de las manos
calladamente te dejé la vida.

 

Fuiste valiente con tu indiferencia
y fui valiente con mi hipocresía,
nos separamos como dos extraños
cuando toda la sangre nos unía.

 

Pero tuvo que ser y fue mi llanto,
sin una escena ni una cobardía.
Tú te fuiste pensando en el olvido
y yo pensando en la melancolía.

 

Hoy sólo resta de esa vieja tarde
un recuerdo, una fecha y una rima.
Así, sencillamente nos jugamos
el corazón en una despedida...

el corazón en una despedida...

 

 

 

 

 

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